Nunca le podremos agradecer lo suficiente a Rodolfo Páez, el padre de “Rodolfito”, que le diera por fin a su hijo la llave del piano de su esposa, que falleció al poco de nacer Fito y era concertista. Los directores de la serie de Netflix han honrado como se merece al padre de Fito, que no solo le concedió la llave, sino que le llevó con asiduidad a la “disquera” (la tienda de discos). En una de tantas veces, Fito se hizo con “Vida” (1972), el disco de Sui Generis, en el que está incluida nada menos que “Canción para mi muerte”, compuesta por Charly García, un personaje que goza de mucho protagonismo en los primeros capítulos de esta producción.
Las series argentinas nos están ofreciendo grandes momentos, ¿quién no ha visto todavía “El encargado” o “Nada”, ambas de los mismos creadores, Cohn y Duprat? El cine argentino hace tiempo que nos sedujo. Nadie puede ser la misma persona después de haber visto “Un lugar en el mundo” (1992) de Aristarain. Ese mismo año ocurrió la consagración de Fito gracias a “El amor después del amor”. La serie se llama de la misma manera y saca buen partido del interés creciente que despierta la memoria musical.
Que en España muchas personas no conozcan el disco titulado así, publicado por Fito Páez hace 30 años, solamente puede achacarse a la condescendencia inexplicable con que juzgamos la música latinoamericana. En sentido contrario no ha sido así; de hecho, la estancia de Fito en Madrid tuvo un papel importante en la confianza en sus propias posibilidades que el músico adquirió, y por este motivo, sale a relucir en la serie y en las canciones de este disco decisivo. Un poco más adelante, Fito colaboró con Joaquín Sabina, cantautor madrileño por antonomasia, aunque sea de adopción. Terminaron siendo “enemigos íntimos”, del mismo modo que reza el título del álbum publicado en 1998, lo que no afectó al resultado definitivo del álbum, muy estimado por la crítica musical. Pero no es de este trabajo grabado entre Baires y Madrid el que queremos valorar sino “El amor después del amor”, gracias al cual se dieron la mano, por una vez, el éxito comercial y la excelsa calidad de las composiciones que estaban incluidas en él.
Muchas personalidades magnéticas comparecen en “El amor después del amor”. En realidad, es complicado discernir quién atrae a quién. Porque Fito (y su particular manera de apoderarse el teclado) es un potente imán. Primero, Juan Carlos Baglietto le recluta, después Charly García, “vos bien, Rosarino” le dice, en una de las muchas espantadas del genio, “Fabi” Cantilo y el propio Fito se enamoran, se desenamoran, pero en cualquier caso “Fue amor” (perteneciente a “Tercer Mundo”). Spinetta acude al rescate, y también es rescatado por el talento del “pibe” nacido y criado en Rosario, esa “puta ciudad” donde “matan a pobres corazones”. Cecilia Roth, la protagonista de “Un vestido y un amor”, es el último personaje en torno al cual Fito “yira y yira”, ¿o es al revés?
Fito, por fortuna para él y para nosotros, abrió el piano con la llave que le dio su padre y no hubo vuelta atrás, y esta serie nos entrega la llave a su vez para acceder al cajón en el que Fito ha guardado los secretos de su infancia y de su juventud, donde pese a todo lo que le ocurrió, no triunfó el dolor sino el amor, que Fito nos ha entregado sin medida a través de sus canciones. ¡Muchas gracias, pibe!