Con razón afirmaba Leño que el rock es “una manera de vivir”. No hay mejor ejemplo de ello que Ricardo Virtanen. La pasión del músico madrileño se desató el día en que, con 17 años, se vio obligado a sustituir a su padre y tocar el bajo en la orquesta que amenizaba la noche interminable de la “alta suciedad” en la sala de fiestas Tosca en Madrid. A partir de ese momento la música se fijó en él. Su idilio empezó con las cuerdas, pero continuó con la percusión. La vocación íntima que da sentido a la vida de una persona aflora en todo lo que ella realiza. Virtanen (su madre era finlandesa y conoció a su padre en una de sus giras internacionales) no puede evitar ser un rockero cuando entra en el aula para enseñar Lengua y Literatura, ni tampoco cuando escribe sus aforismos, compila sus propios haikus o los de sus alumnos, o bien escribe sus ensayos de crítica literaria. Este género musical irreductible es su fiel compañero y se hace notar en todas las vertientes de su polifacética vida.
Sin embargo, hay ocasiones especiales en las que uno puede calzarse las botas de piel de cocodrilo, ese espíritu interno, insoslayable, se despierta y puede expresarse a su antojo tal y como sucedió el pasado viernes, 24 de noviembre, en Pop'n'Roll, el local de música en directo del barrio de Prosperidad. Es un garito idóneo para rocanrolear con tus ídolos, dos alturas para ver el reducido escenario en el que Virtanen y sus camaradas hicieron de las suyas.
Después de una longeva carrera formando parte Lobos Negros, banda incorregible de la “estepa castellana”, como les gusta decir a sus componentes, Ricardo tenía a bien presentar por su cuenta un cuidado vinilo de diez pulgadas, formado por seis canciones originales, reunidas bajo un título muy acertado, “Echoes of an Era”, y de paso celebrar más de cuarenta años dedicados a la música. Con este propósito convocó a algunos veteranos infatigables del rock nacional y a jóvenes promesas que reverencian al baterista de Lobos Negros. El rock´n´roll no tiene edad. La formación resultante responde al nombre de Rockin´ Shakers. Agazapado detrás de una batería que se le quedaba pequeña, Virtanen impartió su magisterio, excepto en las contadas ocasiones en que se situó en primera fila para defender, guitarra en mano, sus más recientes creaciones como “She´s a Hurricane”. En esos casos, Ángel Siete Vidas (de Boo Devils) le sustituyó con notable fiabilidad. El que no dejó ni por un momento de bailar abrazado a su contrabajo fue Dave Álvarez. El ritmo constante con el que su instrumento sostuvo el “muro de sonido” del conjunto es digno de mención. El saber hacer a la guitarra eléctrica solista de Jimmy Shaker y el saxo de Juan Pina elevaron el repertorio que Virtanen había diseñado, alternando sus propios temas con clásicos del rocanrol de los 50 hasta los 70. Ser testigo de cómo estos tipos se fajaban bien apretados en el escenario, llegaron a reunirse hasta siete personas en el escenario, resultaba emocionante. Estaban tan cerca los unos de los otros que desprendían chispas, que después sobrevolaban sobre el público.
La apoteosis del concierto se alcanzó gracias a los temas instrumentales que protagonizó la batería desatada de Virtanen. De no se sabe dónde el protagonista de la noche se sacó un hueso de fémur para percutir y apretar el acelerador de vuelta a casa en “I´m Coming Home”. El virtuoso de la batería estaba fuera de sí, en sentido literal. Sacó los trastos del escenario y los colocó entre el público con el fin de entregarse a la catarsis de “Wipe Out”. En la fase final del show, los fantasmas rockeros se presentaron puntuales en el escenario para arropar a su anfitrión, a su banda y recrear junto a ellos “Be Bop a Lula” y “My One Desire”.
Cuando terminó el concierto, Virtanen, exhausto, se fundió con el público, que se moría por abrazarlo. Nosotros habíamos abonado el precio de una entrada, y él (y sus colegas), a cambio, lo habían dado todo. No os dejéis deslumbrar por festivales “boutique” que se anuncian por ahí a todas horas, tenéis que buscarlos a ellos, a artistas verdaderos como Ricardo Virtanen y los Rockin´ Shakers, que cargan con sus instrumentos a cuestas, por las salas pequeñas y dignas de la escena madrileña.