Qué ganas tenía la parroquia de escuchar los nuevos temas de Niña Polaca, un grupo que en solo cinco años ha tenido un crecimiento exponencial único dentro del panorama estatal. Apenas un lustro que ha contemplado el crecimiento de una banda que, admitámoslo, es la gran referencia y cabeza visible de un pop-rock que andaba necesitado de un proyecto tan fresco y personal que asumiera galones de mando en plaza. Entiéndase, proyectos de pop-rock tenemos a patadas, algunos muy celebrados, por cierto, capaces de meter audiencias más que llamativas en sus bolos, pero seamos francos, personalmente no me laten como Niña Polaca.
Sinceramente, creo que Niña Polaca es otra cosa, lo llevan demostrando tres discos, tres maravillas, incluyo desde ya el reciente “Que Adoren tus Huesos”, repletas de canciones emocionantes, urbanitas, cotidianas, entre lo melodramático y la pura exageración lírica, y que encierran la capacidad de susurrarte al oído historias vividas en primera persona que narran el amor, el desamor y la distancia; composiciones incontestables, atemporales, que devuelven el reflejo del espejo de lo que somos y sentimos, escritas con lucidez pues están repletas de quiebros que literalmente te zumban la cabeza, y un madrileñismo (unido a un cada vez más presente valencianismo), que lejos de la grima y tirria que proyectan ciertos políticos sobre nuestras ciudades - propios y ajenos a la regiones, encantados de apagar fuegos con gasolina-, ayudan a localizar y dotar de escenario unos trallazos perfectos en sí mismos.
Sensaciones que se repiten a cada escucha de “Que Adoren tus Huesos”, un álbum en el que la banda ha salido más que airosa a las modificaciones habidas en su seno y que han aprovechado para redondear un sonido contemporáneo donde los órganos cobran mayor protagonismo, facturando otro trabajo brillante donde resalta ante todo su primera parte, pues la segunda, mucho más espontánea y directa, con ejercicios brillantes como “Invierno de Mierda” y el exabrupto a lo Almodóvar & McNamara que supone “Pollo Frito” , si se me permite la expresión, no llega a las enormes cotas de efectivad que encierran el arrebatador arranque donde disparan con fuerza “Travieso” y “Lo que yo te he Querido” (Pretérito Perfecto); la sublime belleza formal y espiritual de “Dolores Rayo”, a ver quién es el guapo que no va a cantar en directo eso de “Dolores Rayo, nombre de la expectativa, tan elegante y tan fina, ojalá haberte guardado en mi casa todo el año”, que nos acerca al imaginario de unos Gabinete Caligari revestidos de pop en un amor veraniego de ensueño, con esos coros flotando de Claudia Zuazo que son pura magia a lo largo de todo el disco, la desazón amorosa para treintañeros de “Te vi en el Concierto”, entre el minimalismo y esos teclados con batería juguetona tan adecuados, la grandeza y crudeza de la letra de “Los Días Malos” y el pepinazo “Mucho Tiempo Contigo”, así como una celebración en toda regla del amor como lo es “Caballo” que no hacen sino refrendar que lo que aquí encierran tiene mucha categoría.
Niña Polaca son un auténtico grupazo, tienen estribillos para dar y tomar, son la banda a la que vas a ver en concierto junto a todo tu grupo de amigos y amigas, pues tienen el pop que les gusta a unos y el rock que idolatran otras; son idóneos para tu edad, capaces de cantar a tus victorias y derrotas, a los amores y desamores, con un punto poético e hiperbólico tan necesario para corear unas letras certeras e ingeniosas; ahora con “Que Adoren tus Huesos” siguen afinando y puliendo su maquinaria, redondeando aristas y afilando su pluma para entregar al menos diez muy buenos temas. Poco resta que añadir, solo un deseo. Ojalá nuestro pop-rock sonara a Niña Polaca y ojalá un día podamos conocer personalmente a “Dolores Rayo, Lola para el vecindario”.