The Rolling Stones. "Hackney Diamonds"


Por: Javier Capapé 

¿Quién dijo que estaba muerto el rock? Oiremos estos días muchos tópicos en torno a esta pregunta y al nuevo disco de estudio del grupo de rock vivo más grande sobre la faz de la tierra. Sí, desde hace un par de meses confirmamos lo que muchos estábamos deseando desde que en 2016 los Stones nos regalaran ese estupendo disco de versiones del blues, "Blue and Lonesome", que nos dejó con ganas de nuevas canciones originales de sus satánicas majestades. Pero ellos parecían estar más interesados en sacar partido a sus directos, en exprimir lo que mejor saben hacer desde que hace veinte años se presagiara en cada gira que comenzaban la posibilidad de que fuese la última. Ahora ya nadie se cree eso y más tras el lanzamiento de su nuevo disco de estudio "Hackney Diamonds". Los Rolling Stones aguantarán hasta el final. No hay duda. Y este disco puede tenerles entretenidos mucho tiempo, pues sus canciones merecen ganarse también espacio en sus directos. Tiempo al tiempo. 

"Hackney Diamonds" no es un disco de relleno. Estamos quizá ante el más enérgico y acertado de la banda desde "Tattoo You" (con el permiso puntual de "Voodoo Lounge"). Quizá hacer esta afirmación sea otro tópico, pero lo cierto es que estas doce canciones vuelan alto. Parte de la culpa la tiene su productor, Adrew Watt, que ha conseguido actualizar su sonido a los tiempos que corren, pero sin perder lo que hace grande a las composiciones de Jagger y Richards, ese acercamiento a la esencia del rock y del blues que siempre ha sido su seña (experimentos más desafortunados a parte). Los Rolling Stones pretenden dejar un testimonio de altura con este "Hackney Diamonds". Más que cumplir, convencer. Y vaya si lo consiguen.

Como muchos otros, partía con cierto escepticismo al encarar este disco. "Angry" me gustó desde el principio. Su nuevo himno para el siglo XXI (autotune mediante), con ese riff enérgico y cortante que no desmerecía nada al compararlo con "Start me up". Pero procuré no mostrar demasiado entusiasmo. Nunca hay que fiarse del todo de las primeras impresiones. Sin embargo, cuando arranca el disco, escuchándola no como un single aislado, ya la afronté con otra energía, sabiendo que era el principio de algo que se intuía grande, y "Get Close" me lo confirmó. Una base rítmica de gran pegada, aunque perdiendo ese swing que siempre confería el bueno de Charlie Watts (¡cuánto le echamos de menos!), y un solo de saxo final épico, que bien podría haber sido ejecutado por Boby Keys si no hubiera sido porque le falta algo de la frescura y el descaro que siempre nos regalaba el buen amigo de Keith Richards. Con esta canción enseguida percibimos que esa sensación de quedarnos huérfanos de los más grandes va a estar presente en el camino, pero es algo inevitable en un grupo (ahora trío) donde su líder ya cuenta con ochenta primaveras.

 La nostalgia se adueña de "Depending on you", una balada acústica y cristalina que crece en su cálido final, pero rápidamente es desterrada por una de las canciones más potentes de toda su carrera. "Bite my head off", en la que aporta su bajo Paul McCartney como queriendo no perderse esta fiesta. La canción camina por la senda de unos Black Keys desbocados y cuenta con un solo de guitarra apoteósico. Un tema corrosivo, sucio y deliberadamente punk. Un auténtico cañonazo, que por salirse del guión ya da sentido al disco en sí mismo.

"Whole Wild World" es más industrial, recuerda a esa "Rock in a Hard Place" en su riff. Suena más pop, en definitiva, con un estribillo que podría haber parido Jagger en un disco en solitario, algo que también podría ocurrirle a "Driving me too hard". Las aguas vuelven a buen cauce con "Dreamy Skies", un country rock en el que los coros de Richards y la slide brillan. El "Exile" y ese aroma imperecedero de las canciones casi perfectas no queda lejos al escucharla.

Charlie Watts no falta en el lote y precisamente es una de sus grandes bazas. Cuando suena la batería de "Mess it up" lo reconocemos rápidamente. Sus característicos redobles, el toque ligero de sus baquetas sobre el hi-hat. Charlie era un tipo enorme, un baterista excepcional, con un toque totalmente reconocible y personal. Pieza clave en los Stones al cual han querido tener presente rescatando sus grabaciones para dos de estas canciones. Steve Jordan, que lo sustituye en gira desde poco antes de fallecer (y graba el resto de baterías en el disco), es contundente y preciso, pero no posee ese toque que hacía tan especial a Charlie, que hacía que sus baterías fueran únicas. Las más jazzys del rock, las más sueltas y airosas. Y eso es lo que hace atractiva "Mess it up" (con cierto aire disco que nos recuerda a algunos pasajes del "Some Girls"), porque por el resto de sus ingredientes pasaría más desapercibida. Sin embargo, "Live by the Sword", el otro tema en el que suena su batería, sí luce carácter y convence, además de contar con Bill Wyman al bajo y Elton John al piano (que también aporta sus teclas a "Get Close"). El tema en cuestión parece un regalo de los Reyes Magos, con media cohorte del rock más granado presente en sus surcos. Ronnie Wood muestra aquí toda su garra, muy presente también en los juegos a las seis cuerdas tan característicos de su cosecha que pueblan "Driving me too hard", aunque sin llegar a convertir a este último en memorable.

 La balada que afronta Keith Richards, "Tell me straight", no es nada del otro mundo, pero nos devuelve a ese pirata siempre infalible en una "Slipping away" más acelerada pero con algo menos de alma. Pero el plato fuerte viene casi al final y plagado de invitados de altura, desde la voz de Lady Gaga al piano de Stevie Wonder, que afrontan la canónica "Sweet sounds of heaven", un tema de más de siete minutos que se mueve entre el soul y el gospel y donde Mick Jagger y Lady Gaga empastan a la perfección regalándonos un preciado tesoro en forma de clásico instantáneo que pasará a la historia como una de las cumbres de su trayectoria, casi tan necesaria en cualquiera de sus setlist futuros como "You can't always get what you want", con la que guarda evidentes similitudes. Aunque todavía queda tiempo para poner la guinda definitiva a este icónico álbum. "Rolling Stones Blues" de Muddy Waters cierra el disco con Mick Jagger y Keith Richards mano a mano, sirviendo de homenaje a la música que les trajo hasta aquí y que a la vez, y precisamente con este tema, les llevó a adoptar su inimitable nombre. Es su esencia más pura, la que siempre les ha sostenido y con la que cierran magistralmente su inestimable aportación al cancionero popular. Un auténtico acierto que les hace ganarse el máximo respeto de todos los amantes de este rock que sólo ellos supieron acercar al gran público y llevar a lo más alto.

Con los cientos de análisis que podremos leer sobre este disco cabe preguntarnos si es "Hackney Diamonds" un álbum a destacar en la kilométrica carrera de los Stones o no llega a cumplir las expectativas. Creo firmemente que es un disco mucho más que digno, de notable alto, algo que hacía mucho tiempo no podíamos decir de uno de sus lanzamientos con canciones originales. Un disco que intenta tocar muchos de los palos que este grupo ha transitado a lo largo de sus más de sesenta años de carrera y que permite cerrar su legado con una obra mayúscula, que será recordada por conformar un genuino y maravilloso broche final. Jagger y Richards han hecho de esta colección de diamantes la mejor experiencia para despedir a la banda de rock más eterna, aunque sinceramente no parezca una despedida. Su fuerza y decisión le acercan más a un disco al que le queda mucha vida por delante, la misma que a sus longevos protagonistas, que seguro tienen en mente pasear este "Hackney Diamonds" por los mayores estadios del planeta en años venideros. Hasta que la muerte les pille bailando. ¡¡Qué mejor forma de dar vida a estas canciones y celebrarla por todo lo alto hasta que no quede aliento!! Son solo los Rolling Stones, pero nunca dejarán de gustarnos.