Desde que la vigorosa entente gallega formada por Oscar Avendaño y los hermanos Jorge y Martín Lorre hizo acto de aparición, sus dos primeros discos han servido para definir su radio de acción estilística, unas fronteras trazadas con pulso rotundo y apoteósico a base de avivar la máquina con el más primitivo y salvaje rock and roll y su desafiante prole, ya sea bajo el nombre de rhythm and blues o pub-rock. Una vez establecidos y afianzados, gracias al aval de un impetuosos repertorio, su tercer trabajo parece ostentar la misión, ya encomendada aunque de manera mucho más tímida a su predecesor, de extender el perímetro musical por el que hasta ahora han transitado The Bo Derek’s, sin que eso suponga ninguna drástica reformulación de su condución pero sí de espolvorear novedosos ingredientes que revierten en la consecución de una todavía mayor amplitud de cualidades.
Servido bajo una original presentación, “Porca Miseria”, enfático título del álbum, adopta un inspirado aspecto visual, obra de Guillermo Casanova, portavoz del combo punk-soul El Gobierno y meritorio soldado raso en Los Chicos, que trasfiere al trabajo la apariencia de un producto publicitario en el que sus vistosos colores ejercen de llamada de atención al posible comprador. Paródico embalaje para un contenido que no alberga aspiración alguna a convertirse, al contrario que alguna ochentera cantante transformada en grotesca caricatura hoy en día, en un bote de Colón, siendo sus autores plenamente conscientes de que su propuesta, debidamente promocionada entre rutilantes titulares como una suma de la misma esencia de siempre pero aderezada con elementos inéditos, es pasto de un ecosistema, más o menos poblado, pero siempre supeditado a ese destino con nombre anglosajón llamado “undergound”.
Una formulación más elástica ejercitada por el trío en este episodio, ecuación en la que interviene la mano productora de Martín "Cápsula", que no sólo incumbe al contenido albergado entre las líneas del pentagrama, ya que también encontramos en su narrativa una orientación distinguible. Sin abandonar su lírica canallesca, curtida en mil batallas nocturnas y otros tantos amaneceres plomizos, esta vez su verbo parece haber sido alumbrado tras una mirada hacia ese ecosistema en el que habitan y donde la devoción por el rock and roll es moneda común. Y es que aunque el disco no persiga de manera explicita una intención conceptual, resultan recurrentes sus viñetas inspiradas en la propia naturaleza de ese universo musical, al que someten a un ácido, que no cáustico, examen capaz de reflejar sus (porcas) miserias como de trazar un sentimiento cómplice con ese espíritu naif, incluso a veces estrambótico visto desde fuera, pero que a la postre es el reflejo de una pasión, y como tal esquiva a cualquier ley racional.
El inicio del disco, con “Atrapado en el garage”, resulta un ejemplo especialmente representativo de ese propósito por recrear el especial e irrompible vínculo surgido entre seguidores y su estilo preferido. Y por si no fuera especialmente explicativo el título de la canción, su puesta en escena se adhiere al sonido de muchos de los citados en su letra, sean Cynics o Fuzztones, como otros no citados pero a los que igualmente se le puede ligar, por ejemplo, The Real Kids. Inicio resolutivo y enérgico que extiende su clima a buena parte de un repertorio que sigue haciendo de su estructura básica aquellos géneros bautizados bajo un vitamínico carácter. Un recetario en el que no puede faltar el pub rock de Dr. Feelgood, válido para invocar el falsario elitismo en “Cool Cool Baby” o a la misma figura de “Belcebú”. Igual de idiosincráticos para este proyecto significan los martilleantes riffs, remitidos desde las antípodas bajo el nombre de AC/DC, que imponen rudeza en la apocalíptica “Bye Bye Blues”, o los “stonianos” ademanes en los que nobleza obliga a nombrar también a los Diamond Dogs, no obstante es uno de sus miembros, Henrik "The Duke of Honk" Widen, quien se encarga de ese característico piano en “Los que iban a salvar el Rock’n’Roll”, todo un listado de aspirantes a reyes destronados antes de llegar.
Si hasta el momento los elementos esgrimidos pertenecen al ya conocido vademécum utilizado por la banda hasta la fecha, sus páginas van a acoger entradas a novedosas referencias, o por lo menos mostradas de forma menos expeditiva, respecto a las expresadas habitualmente en su registro. Porque aunque “Motel perdición” siga inyectado de una intensidad desbordante, tanto como para asimilar su temperamento eléctrico al de Black Sabbath, la elección de alejarse de primigenios intérpretes para dirigir su cadencia blues en detrimento de las ánimas tortuosas de Jeffrey Lee Pierce o los Gories supone una estremecedora primicia. En el otro extremo, en cuanto a delicadeza se refiere, se sitúa “Ese no soy yo”, que si bien no llega a completar el homenaje a Mari Trini más allá de su título, su melancólica armonía se emparenta con la J.Teixi Band, un arrebato soul, también culpable de generar un espacio más nostálgico, todavía más explícito, esta vez con la vista puesta en la escudería Motown y en algunas de sus figuras como las Marvelettes, se presenta en ”Sal los jueves”, impulsada por la majestuosidad de su sección de vientos que la convierte en una de las líneas más dulces que han salido de la curtida garganta de un Oscar Avendaño que en “Viéndolas venir” se sitúa delante de lo que parece una orquesta de jazz-swing lista para amenizar el guateque más salvaje celebrado en la ciudad.
A pesar de que "Porca Miseria", faltaría más, es un trabajo espídico que cabalga a lomos de los geniales arrebatos a los que nos tienen acostumbrados sus autores, su grito se presenta más matizado que nunca, conteniendo nuevos acentos y en definitiva recorriendo un camino más extenso que no hace desfallecer a la banda sino revestirles de una imagen más colorida y heterodoxa. Vitalista pero con una inevitable punzada nostálgica, el nuevo álbum de los gallegos parece haber dado un descanso a su costumbrismo noctámbulo para enfatizar su apego, musical y conceptual, a un sonido que tiene tanto de rock como de roll. Un género al que más allá de con su visibilización sonora también homenajean empatizando con su singular identidad, esa que a todos nos ha empujado en alguna ocasión a intentar transformarnos en nuestras ídolos por medio de una improvisada y adorablemente ingenua imitación frente al espejo. Episodios que resultan el más fiel reflejo de lo que significa una pasión que no se extinguirá mientras siga pudiendo alimentarse de discos tan inspiradores como éste.