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¡Sube ese órgano! “Septiembre”, canciones que vuelan en el nuevo disco de Mikel Erentxun


Por: Guillermo García Domingo

Durante la grabación de “Like a Rolling Stone”, una llamada de teléfono providencial hizo que Tom Wilson se ausentara, y Al Kooper, sin permiso del productor, aprovechó para colocarse delante del órgano e incluir unos acordes que se le habían ocurrido mientras asistía como observador a las tomas previas. A Tom Wilson le disgustó el descaro mostrado por el músico, pero cuando le preguntó a Bob Dylan qué podían hacer con esa aportación no permitida de Cooper, dicen que el cantautor exclamó: “¡Sube ese órgano!”. Sin la contribución de esos acordes es imposible concebir una de las creaciones musicales más importantes del siglo XX. 

Unas cuantas notas tocadas en un órgano pueden cambiar para siempre una canción o un disco, tal y como sucede en el recién estrenado LP de Mikel Erentxun (con Víctor Cabezuelo, Daniel Ruiz, Julia Martín-Maestro y Sam Barltrop). Hay en él toda suerte de teclados haciéndolo bien por doquier. La superbanda que Erentxun ha reclutado (miembros pertenecientes a Rufus T. Firefly y a Reme, a los que se suma la voz en estado de gracia de Anni B Sweet) ha utilizado las teclas blancas y negras a modo de trampolín para impulsarse a una altura considerable. El propio Erentxun lo reconoció en un contundente titular que le ofreció a Carlos H. Vázquez: “Elton John es el culpable de que exista este disco”. Las 18 canciones vuelan muy por encima de las propuestas actuales.

El músico donostiarra ha vuelto a convocar a sus más que fiables “amigos de guardia”.  Aquellos a los que llamó en 2021 poco después de que la pandemia torciera los planes de todos. Los duetos son empresas ciertamente difíciles, apuestas nada seguras que suelen dar más de un disgusto. Sin embargo, Erentxun, sus colaboradores y sus canciones salieron muy bien parados. Cuando alguien tenga un día nefasto que se acerque al oído, “Intacto”, la increíble declaración de amor de Rafael Berrio, recreada por Erentxun y Quique González, y comprobará que nada es igual a partir de entonces, porque “un poco de belleza es una alegría que perdura toda la vida”, el mensaje con el que encabezó su “Endymion” John Keats, de la misma estirpe que Berrio, el poeta “maldito” de Donosti.

Las buenas decisiones han forjado el carácter musical de Erentxun en la última década. El álbum “Corazones” reveló un cambio de rumbo en su trayectoria, y junto a los dos largos siguientes, forman una trilogía formidable, en el que se deja notar tanto la influencia benefactora de Paco Loco como la confianza inquebrantable con la que el músico vasco defiende sus propias creaciones. 

Son demasiados aciertos y ningún paso en falso. Da la impresión de que a Mikel Erentxun ya no le atormenta por las noches el fantasma del reconocimiento. Él va a lo suyo, que es hacer música excelsa, para cuyo disfrute hay que cerrar los ojos y abrir los oídos. Este es el camino, diría un “mandaloriano”. Es lo contrario de lo que nos exigen otras bandas mundialmente conocidas, que paguemos una fortuna para ver un espectáculo tridimensional, futurista y vacuo en Las Vegas en el que la música es lo que menos importa. 

La banda reunida para la ocasión ha grabado un disco del siglo XXI con instrumentos del siglo XX. Algunos de ellos son “máquinas” de nombres esotéricos: Solina String Machine, Mellotrón, Korg Lambda. Estos bastardos electrónicos del piano fueron fabricados y comercializados por primera vez en los años setenta del siglo pasado. Entre Erentxun y los talentosos “peludos” que se le han unido hay una brecha generacional, sin embargo, todos ellos ven su reflejo en el “estanque dorado” de los setenta. El hábitat de las canciones aladas de este disco está en la orilla de este “estanque”. 

Durante la interrupción mundial motivada por la pandemia, sentimos muchas ganas de volar y envidiamos a los pájaros. En este período, propio de una distopía, Erentxun escribió algunas incipientes canciones que han levantado el vuelo en este disco. Aunque no todas pertenecen a la misma especie.

La euforia que experimentamos al dejar atrás la distopía puede apreciarse en “A la luz de las farolas”, un glorioso R&B, que vira hacia el clímax góspel de iglesia profana en la canta un coro en la hora de la madrugada. “Cierre de emergencia”, al piano, representa una de esas escenas cotidianas que ocurrieron mientras allá afuera todo se desmoronaba. 

“Flores y café” retoma esa sensación de poder que las noches de suerte nos conceden, que ya estaba presente la primera canción. Se suman al regocijo todos los instrumentos, órganos y guitarras que dibujan bucles deliciosos de sonidos a los que últimamente no estábamos acostumbrados en la música nacional, hasta que llegaron Rufus y Reme. No es de extrañar que aplaudan al terminar, y en casa también lo hacemos con entusiasmo. Esta es la primera canción en la que destaca especialmente la personalidad de la batería de Julia Martín-Maestro. No es una convidada de piedra. Tiene muchas cosas que decir en este disco. En la siguiente canción, sin ir más lejos, “Este agosto es un gran viernes”, la particular batería de la artista de Aranjuez mantiene una brillante discusión con el piano. “Tren a Marte” es una canción de carretera para huir a toda prisa del fin del mundo, hacia la dirección que señala el mástil de una guitarra “Mad Max”, que concluye con una coda salvaje a cargo una vez más de la baterista. Como el anterior corte te deja sin resuello, es consolador escuchar a continuación “Oh, Siena”, que John Lennon no estoy seguro de que pudiera mejorar. 

Esta pieza mencionada arriba es de la misma especie que “Una canción”, “Al Sur de Vejer” y “En los aeropuertos”. Son canciones breves, de menos de 2 minutos de duración, que terminan cuando el recorrido de la cuerda, el mecanismo de las cajas de música, se acaba. Han sido compuestas para ser disfrutadas de un sorbo intenso. Quien las escucha no puede evitar abrir la tapa de la caja una y otra vez. Entre ellas se cuela una canción pop perfecta, la enseñarán en las escuelas de música, “Tú y yo”, en la que las voces de Erentxun y Anni B Sweet parece que llevan cantando al unísono toda la vida. “Si no es por ti” es capaz de aceptar el reto de la anterior, y subir la apuesta con la ayuda de un coro inolvidable. Y todavía quedan 8 canciones más.

La segunda parte del disco comienza con el “leitmotiv” indestructible de “Los días que no vivimos”, si lo escuchas estas perdido.  La letra es brillante y evoca los días perdidos, en los que tuvimos que inventarnos una vida, y encender “una luz entre cuatro paredes”. “Pensando en ti” está dedicada a Pau Donés, que falleció el 9 de junio de 2020, quien, aparte de sus perdurables canciones, nos dejó el legado de la sabiduría socrática con que afrontó el período final de su vida. Desde el valle de Arán resuena el eco de una de sus expresiones más certeras: “lo urgente es vivir”. El homenaje de Erentxun hace justicia a una personalidad única.

“Mariposa en flor” al igual que “Cierre de emergencia”, demuestra que todavía seguimos pagando la deuda que contrajimos con la música británica. El aire retro no se disipa y se prolonga en “Es solo amor”. Sin esperarlo, estamos situados en una azotea de Londres mientras las teclas vuelan por encima de nosotros a una velocidad vertiginosa. “Ladridos en el pecho”, en cambio, es un ave nocturna, un blues de voz de sierra y guitarra que muerde, como el mustélido del que habla la canción. Cuando termina hay que despejar el humo azul que ha dejado en la estancia. La voz desdoblada de “Exilio” recuerda a los irrepetibles grupos vocales de los sesenta y setenta, y doy fe de que queda en buen lugar. Es otra delicada caja de música.

El tema de despedida, “Cuando éramos ayer”, es monumental, cambia de forma hasta en cuatro ocasiones. En él tienen cabida todas las cualidades que hacen de este disco de 54 deliciosos minutos una experiencia memorable. La voz intensa, expresiva, de Erentxun, el bajo británico (que emula con solvencia a McCartney) de Barltrop, Julia haciendo de diosa Kali, que tiene varios brazos a su disposición para tocar la batería, Víctor Cabezuelo y Daniel Ruiz guitarreando y tecleando a quemarropa, sin dejar vivo a nadie. Si dependiera de nosotros reclamaríamos que subieran no solo el órgano, sino también el resto de los instrumentos. En cualquier caso, es un disco que requiere de un volumen alto como el músico donostiarra ha aconsejado con toda la razón en la contraportada de sus anteriores discos. Nada de auriculares, que el sonido exuberante de las canciones ocupe todo el espacio disponible. 

Si hacéis caso, tened mucho cuidado, es un disco peligroso, causará estragos en quien lo escuche, el tiempo lo confirmará.