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Los diez años sin Lou Reed en diez discos esenciales

 

Por: Àlex Guimerà 

TRANSFORMER (1972) 

El segundo disco de Lou estuvo producido por un David Bowie (junto a Mick Ronson) en plena época glam y es el que lanzó su carrera en solitario gracias a himnos como "Satelite Of Love", "Vicious", el baladón "Perfect Day" y sobre todo el himno de los parias y de la contracultura "Walkin On The Wild Side". El álbum, que muestra una portada del rockero "travestido", no sólo es uno de los mejores discos de los setenta, sino de la historia del rock en general. Imprescindible. 

BERLIN (1973) 

Tras el éxito que obtuvo con "Transformer", Reed decide cambiar de tercio y publicó esta ópera rock que profundiza en la miseria humana como pocos (o nadie) lo han hecho a través de sonido de ambiente, pianos lagrimosos y una voz envolvente. Un disco deprimente, oscuro y muy triste que en su día no tuvo buena aceptación pero que el paso del tiempo lo ha encumbrado como lo que es: una auténtica obra maestra del rock.

ROCK 'N' ROLL ANIMAL (1974)

¿Uno de los mejores discos en directo de rock hechos nunca? Posiblemente. Y es que con éste álbum Lou Reed sacó su parte más salvaje acompañado de una gran banda para revisar algunos de los temas de la Velvet Underground y darles una nueva vida a través de desarrollos guitarreros y logradas improvisaciones. ¡Espectacular! 

SALLY CAN'T DANCE (1974) 

 La facilidad de mutar y evolucionar en poco tiempo del ex-Velvet quedó de nuevo patente con este álbum surgido por las presiones de la discográfica y en el que recuperó piezas compuestas en los sesenta, se pintó el pelo de amarillo y se puso unas rayban. Influenciado por las drogas y por su noviazgo con Raquel (un transexual) el disco es un grito de rabia de un inconformista y rebelde que busca su sitio en el mundo. 

CONEY ISLAND BABY (1976) 

Otra de las cimas del artista llegó en 1976 con este disco que hacía olvidar el experimental y controvertido "Metal Machine Music" (1975) gracias a unas canciones maduras, románticas, poéticas e inspiradas. Divertido en "The Gift", amoroso en "Crazy Feeling" o rabioso en "Kicks". Ocho maravillosas composiciones entre las que destacan la oda autobiográfica "Coney Island Baby" que cierra como nunca un álbum sencillamente genial. 

THE BELLS (1979) 

De nuevo buscando la vanguardia, Lou se metió de lleno a jugar con sintetizadores, micros, distorsiones y un sonido funk de baile muy en boga en la época del punk. Un Disco claramente influenciado con lo que su amigo Bowie estaba haciendo en Berlin. Baile desenfrenado ("Looking For Love"), sonidos artificiales ("City Lights"), krautrock ("Disco Mystic"), funky y saxos ("I Want To Boggie With You") y mucho más en un disco para reivindicar. 

THE BLUE MASK (1982) 

Con 35 años y después de superar una larga travesía por el desierto fruto de sus adicciones a la heroína y a al alcohol, Lou volvió a agarrar la guitarra y se juntó con Robert Quine y Fernando Saunders para dar forma a este álbum que recuperaba el sonido menos experimental de la Velvet y ofrecía poderosos himnos como "Waves Of Fear", "Heavenly Arms" o " Average Guy". 

NEW YORK (1988) 

La resurrección comercial de Lou Reed llegó con este disco formidable en el que rendía homenaje a su ciudad, y lo hacía a base de rock poderoso de riffs y percusiones. Con su habitual poesía, las melodías más contagiosas llegaron de la mano de gemas como la dinámica "Romeo Had Juliet", el rock clásico "Dirty Blv.", el mediotiempo "Haloween Parade" o la rabiosa "There Is No Time". Guitarras y músculo para marcar los 80. 

MAGIC AND LOSS (1992) 

Dos años después de publicar el sensacional "Songs For Drella" junto a John Cale en el que rendía homenaje a su mentor Andy Warhol, Lou compuso este disco conceptual al lado del guitarrista Mike Rathke marcado por el dolor de las pérdidas de gente cercana y por la enfermedad. Una catarsis sobre la existencia no falta de toques de humor absurdo, con esa genialidad narrativa tan particular que sólo él era capaz. 

ECSTASY (2000) 

Con el nuevo milenio y a punto de cumplir los sesenta Lou publicó su disco más extenso (14 cortes y casi 80 minutos) en los que demostró frescura de ideas y pulso para seguir electrizándonos (como en las guitarras sucias de "Mystic Child" o de la larguísima "Like a Possum"), cuando no sorprendiéndonos ("Ecstasy") o mostrando su cara más tierna ("Baton Rouge"). Un disco muy completo con un final épico como "Big Sky" que de nuevo nos hace rendirnos a sus pies.