Joaquín Sabina sin bombín, contra todo pronóstico


Pabellón Príncipe Felipe, Zaragoza, viernes 6 de octubre de 2023 

Por: Javier Capapé 

Quien más quien menos ha visto a Sabina en directo en alguna ocasión. Quizá seas de los que ha vivido alguno de sus directos en los últimos diez años. Giras con diversos propósitos. Rescatando "19 días y 500 noches", evidenciando la actualidad de "Lo niego todo" o al alimón con Joan Manuel Serrat. Todas ellas similares en estructura, repertorio, escenografía y banda (a excepción, por motivos evidentes, de la conjunta con Serrat y de que ahora echamos de menos a Panchito Varona). Pero en esta última, "Contra todo pronóstico", sobrevuela ese hálito de despedida, ese cierre de una carrera que para el que esto escribe ha ido paralela a cada etapa de su vida. Joaquín Sabina es mi hermano, aunque él no lo sepa. Es hermano de miles de personas que amamos y compartimos vida a través de sus canciones. Y en su parada zaragozana, justo antes de emprender su segundo round por las Américas, sentimos que ese hermano nos daba su adiós. En paz. Seguro y feliz consigo mismo. Celebrando, que para lamentos ya tenemos el resto del calendario.

La nostalgia hizo acto de presencia desde los primeros acordes de "Cuando era más joven", aunque ésta no sería la única concesión a su cancionero de los ochenta, ya que también se dejaron caer entre el repertorio "Cuando aprieta el frío" o la imprescindible "Princesa", ya en su tramo final. Por encima de todo destacaron los éxitos de su época dorada, los años noventa, de los que exprimió joyas más escondidas como "A la orilla de la chimenea", "Mentiras piadosas" o "Llueve sobre mojado" (en la que Jaime Asúa hizo las veces de Fito Páez), junto a otras más evidentes como "Y sin embargo" (con esa introducción coplera que ya es marca de la casa en manos de Mara Barros), "Contigo" o "Por el bulevar de los sueños rotos", que sirvió a la vez de homenaje a sus amigos ausentes.

Su etapa más reciente se hizo notar en las confesionales "Lo niego todo" y "Sintiéndolo mucho", aunque se quedaron en el arranque del concierto sin ganar más peso del previsto entre una audiencia que deseaba corear a pleno pulmón "19 días y 500 noches" o "Y nos dieron las diez", en la que se derramó más de una lágrima, incluso para el que esto escribe. Nunca fue ésta una canción de las más celebradas por mi parte, pero esta vez la sentí más en mi piel que nunca, como crónica palpable de todo lo que estaba viviendo en esta velada única. Será casi calcada al resto de las afrontadas en la gira, pero sin duda es irrepetible para los que la vivimos en cada una de las diferentes paradas, como protagonistas diarios de excepción. Y no quiero comparar. Cada uno vivirá el concierto en su ciudad como único, pero es así. Ahí está la magia de esta gira y, sinceramente, no hay nada que discutir, porque estoy seguro de que cada espectador vivirá esta experiencia como un regalo exclusivo, por lo que lo mejor será disfrutarlo tal y como se nos presenta, sin pudores ni remilgos.

El concierto en el Pabellón Príncipe Felipe no pedía grandes sorpresas, sino clásicos que unieran al respetable, pero aún así, este descreído se llevó al bolsillo momentos no esperados como la excelente interpretación de "Yo quiero ser una chica Almodóvar", por parte de Mara Barros, o la inigualable "Tan joven y tan viejo", que fue una suerte de epitafio emocional para un artista que siempre ha sabido darse de una forma totalmente libre. Mostrarse tal cual es en el escenario, "like a rolling stone", consciente del momento en el que está y de lo que le queda por ofrecer. Por eso se entrega de lleno cuando la ocasión lo merece y nos pone un nudo en el estómago al interpretar "Peces de ciudad" o al esforzarse por cantar de pie "Una canción para la Magdalena". Porque sí, este es un concierto de taburete y agua más que de guitarra en ristre y tequila, pero no por ello deja de ser cien por cien genuino.

Sabina sigue defendiendo su lugar en este mundo de "likes" y escuchas en plataformas, en el que él prefiere seguir conmoviendo con la palabra. Ese mundo en el que un soneto que se "plagia a sí mismo" vale más que un segundo en el paraíso, o quizá es que eso sea el paraíso: dos horas en las que vence la palabra y el personaje en el que todos querríamos reflejarnos, ese que porta el bombín y suelta desprejuiciado lo que sus entrañas le mandan. Sabina, el artista, pero en esta gira, sin duda, más Joaquín, el músico persona que se funde con su público en un abrazo finito que anuncia "la despedida más hermosa del mundo".

¿Qué quedará de nosotros cuando, "sintiéndolo mucho", termine este viaje? Nos quedará la experiencia vivida junto a estas canciones, tótems indiscutibles en nuestras vidas, compañeras de camino, estrellas que guían. Y Joaquín descansará entre sonetos y apuntes de estrofas, seguro de haber exprimido cada segundo de su vida compartida, esa que muchos de nosotros hemos sido afortunados de vivir junto a él. Junto a ese hermano siempre presente, aunque por momentos distante, ese hermano y compañero de camino, ejemplo y guía. Ese hermano que escogí en plena adolescencia y con el que he tenido la gran suerte de crecer. Mi hermano Joaquín Sabina, que, a solas en el escenario, tras dos horas de entrega, se quita definitivamente el bombín y visiblemente emocionado me manda un "hasta siempre".