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“Un día Lobo López”, treinta años después de “Échate un cantecito”. Un documental de Alejandro G. Salgado


Por: Guillermo García Domingo.

Cuando Kiko Veneno (71 años) era más joven lucía un mechón de pelo blanco que destacaba sobre su cabello oscuro. En la portada de “Hambre”, el último proyecto del artista, puede apreciarse este mechón. Con el paso del tiempo hemos comprendido que era una marca indeleble y profética que señalaba que había sido elegido para cumplir la misión de transformar la música española de finales del siglo XX. José María López Sanfeliu, de Figueres, al igual que Dalí, realizó un viaje juvenil iniciático, todos los héroes lo hacen, que le llevó por Europa y EE. UU. Regresó a Sevilla, su tierra de adopción, donde se encontró a dos jóvenes poseedores también de un talento divino, Raimundo y Rafael Amador con los que grabó en 1977 el disco “Veneno”, bajo los auspicios de Ricardo Pachón, el “Jedi” flamenco. 

Su portada ha dado demasiado que hablar, pues ha desviado la atención de lo que había en el vinilo que había en su interior. Era y es un disco extraterrestre, que realmente parecía que había llegado adherido a un meteorito que cayó en la orilla del Guadalquivir. Kiko Veneno era el elegido en la ciudad elegida, que no era Madrid, sino Sevilla. Digan lo que digan las crónicas posteriores, la vanguardia prefirió el sur antes que la capital. “Veneno” es mucho más que un disco de fusión, se trata del “Pentecostés” de la música popular, el espíritu sagrado de la las musas musicales posándose en una guitarra española y logrando que hable todas las lenguas y géneros conocidos y casi por conocer. A tenor de lo escuchado, estábamos equivocados, Jimmy Hendrix no se había muerto, sino que se había ocultado en las Tres Mil Viviendas; la calle “Desolation Row”, que recorrió Dylan tenía un código postal perteneciente a Sevilla, y el dadaísmo hablaba con acento andaluz. Tengo la impresión que el disco le pilló de improviso incluso al propio Silvio, que había sido batería de los “Smash”, y estaba preparándose para poner patas arriba a su ciudad con su arte imposible.

Sin la llegada impredecible de este disco no habría existido “La leyenda del tiempo” de Camarón, nada más y nada menos, ni tampoco “Guitarras callejeras” y “El blues de la frontera” ambos de Pata Negra, la banda de los hermanos Amador. Ray Heredia y muchos más bebieron de sus aguas ponzoñosas y recibieron poderes nunca vistos.

Sin embargo, su autor principal, Kiko Veneno, seguía buscándose la vida para poder malvivir de la música en la década de los ochenta, lo que le obligó a trabajar en la Diputación de Sevilla, hasta que se convirtió en el “Lobo López”. La última carta que le quedaba, que Kiko guardaba en un grabador de 4 pistas al que llamaba Porta “Juan” (Porta One), se la enseñó a Santiago Auserón, quien, por su parte, estaba presto a convertirse en su heterónimo “Juan Perro”. Bendito sea el día en que el elegido se encontró con el filósofo.

La primera parte del documental “Un día Lobo López” (2023) de Alejandro G. Salgado (que se estrenó el pasado mes de marzo y puede verse en Movistar +) está dedicado al valle incierto por el que Kiko Veneno transitó entre una cumbre, “Veneno”, y la otra, “Échate un cantecito” (1992) (dentro del cual está incluida la canción “Lobo López”). El resto del documental se propone averiguar cómo fue posible semejante prodigio. El director saca el máximo partido a la técnica del “split-screen” (la pantalla dividida), que tan buen resultado ha ofrecido en otros documentales recientes, como “The Velvet Underground” de Todd Haynes o “El año del descubrimiento” de Luis López Carrasco, que explora la otra cara del año que pretendía cambiarlo todo en nuestro país, 1992. Es el mismo año en el que se publicó “Échate un cantecito” en el mismo lugar en el que se iba a celebrar la Exposición Universal

Los entrevistados son los mismos músicos a los que el propio Kiko convocó llegado el momento. El equipo sevillano, y el equipo británico, cuyo capitán era Joe Dworniak, sumado al proyecto por mediación de Auserón. Sus intervenciones son elocuentes, tanto cuando hablan como cuando recrean una vez más las canciones del LP para deleite del espectador. Es un documento para “Reír y llorar”, como la canción homónima, e incluso para bailar, aunque sea en casa y en pijama. Y suenan todas, sí: “En un Mercedes blanco”, en una versión apoteósica de cierre, en la que todos los músicos, incluido Raimundo Amador, se suben al coche, raudos hacia la gloria, “Joselito”, “Superhéroes de barrio” y las demás. Estamos de suerte. El montaje ha solapado satisfactoriamente las versiones antiguas con las que interpretan “ex profeso” los compañeros del “Lobo López”. El plantel se las trae, a saber: Lolo Ortega, la leyenda sevillana del blues español, a la guitarra eléctrica, decisivo en los acordes más reconocibles de las canciones lobeznas y coautor, aunque pocos lo sepan, de “Lobo López”; Juan Ramón Caramés, al bajo, Rogerio da Souza, a la percusión, compañeros inseparables de Kiko; Antonio “Smash” a la batería, su apellido lo dice todo; y a la guitarra flamenca, Andrés Herrera “Pájaro”. Es de justicia que el acólito de Silvio fuera también el acólito de Kiko. Hace mucho que vuela solo y libre. El Giradiscos ha encomiado sus estupendas grabaciones recientes. Sin su concurso es imposible entender el rock sevillano de las últimas décadas. El primero y el último subieron a un avión con destino a Londres para acompañar a Kiko en la grabación. En el diario que el músico escribió a propósito de este decisivo viaje, que salió a la luz en 2012 con motivo del 20 aniversario de la publicación del disco, Kiko incluyó una caricatura de “Pájaro” y un texto en el que dice: “El Pájaro llega haciendo de las suyas. El Pájaro esta mañana escuchando cantar a sus congéneres en el parque: se creía que era yo gastándole una broma”. 

En la capital británica les esperaban Dworniak, el productor inspirado, y el baterista de origen africano, Frank Tontoh. Fue un acierto disponer de personas tan idóneas para realzar el sonido afrotropical que requería el prometedor material de Kiko. El documental hizo que Kiko Veneno regresara de nuevo a Londres y al Moody Studio. 

Jamás se me ocurriría trasladar aquí las mil y una anécdotas que cuentan en el documental, que ponen de manifiesto que estos tipos además de ser unos músicos magistrales son unos maestros de vida. El cabello de Kiko se ha teñido por completo de blanco. Esto lo dice todo. Del mismo color que la toga de uno de los más sabios filósofos romanos, Séneca, que al igual que Kiko era de Andalucía. A estas alturas nadie puede ignorar que fue escogido por los dioses con el único propósito de hacernos felices.