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Paul Weller: Intensidad y verdad


Por: Ángel Rupérez 

Me ocurre con frecuencia algo que no es recomendable, pero que está muy ligado a mi biografía. Escuché en su día mucho a Paul Weller, cuando estaba con The Jam, y ciertamente me entusiasmó la energía electrizante de su música, especialmente la contenida en su álbum "Sounds Affects" (1980), un prodigio absoluto de intensidad que proponía una vuelta a las raíces del rock, enérgico, potente, explosivo, y rebelde, un poco como lo había hecho el punk, en cuya onda expansiva hay que situar, sin duda, a The Jam. Fuera quedaban los megagrupos acomodados, estelares y forrados, que solo aspiraban a mantener su pódium bien remunerado, y quizás no mucho más (¿estoy siendo injusto con los Pink Floyd de finales de los 70?). De ahí la credibilidad de The Jam, como la de The Clash, por citar otro momento álgido y deslumbrante de aquellos años. Terminada la aventura con The Jam – justo cuando le comían las orejas los bombos y platillos de la industria que solo quiere criaturas domesticadas subidas a la parra de la celebridad -, Paul Weller, con rebeldía innata – que tanto me engatusa -, giró hacia The Style Council en 1983, en un sorprendente cambio drástico de tercio que a mí personalmente me entusiasmó, con sus raíces más negras, que despertaban en mí pasiones más juveniles aún, la del soul glorioso y divino de los 60.

Y mi biografía dice: me quedé colgado de ese momento fulgurante que, a fin de cuentas, no deja de ser la música nueva de los 80, con la etiqueta que queramos ponerle. Me ha pasado con Paul Weller como con tantos otros, que los dejé de lado en cuanto yo dejé ser definitivamente joven. Debí de pensar que la música rock y pop era un instante y que luego se convertiría sin remedio en una fórmula, como así pasó con muchos grupos de entonces, algunos todavía en activo, y que da grima verlos repitiendo hasta la saciedad sus hits y sus maneras, sin haber sido capaces en absoluto de hacer nada realmente nuevo desde entonces. Un ejemplo paradigmático de lo que digo es Simple Minds, que hicieron un disco de ensueño en los 80 (en el 83), "New Gold Dream", y luego se embarcaron en una carrera de subidas y bajadas, hasta estabilizarse en una imagen un tanto penosa, que es la que cultivan hoy en sus festivales veraniegos.

No quiere eso decir – ni mucho menos - que Paul Weller esté en esa honda, porque se trata de un músico sumamente inteligente y verdadero, que conserva parte de la rebeldía de su juventud, visible en la música que hace hoy. Pero ocurre que yo estoy existencialmente atascado en los 80, y que si digo Paul Weller digo "Sound Affects", por encima de todo, y con esa radicalidad selectiva, muy propia de mí (es un defecto, lo sé). The Jam son, ante todo y sobre todo, ese disco prodigioso, que, además, tenía el aval del poeta inglés P.B.Shelley, un rebelde de tomo y lomo de su tiempo – comienzos del XIX -, que rompió con todo lo habido y por haber para ser libre de las ataduras que su clase social le regalaba como golosina envenenada. Rompió con todo, se largó a Italia, vivió la vida que quiso vivir, y murió jovencísimo en agosto de 1822 al desatarse una tormenta que hundió la frágil embarcación en que navegaba. 

¿Por qué puso Weller esos versos de Shelley al frente de "Sound Affects"? “Deshazte de tus cadenas…/y proclama con palabras comedidas que tú/ eres, tal como te ha hecho Dios, libre…” Las puso sin duda porque su música, la de aquellos años juveniles, era una invitación a ser libre en la Inglaterra que él percibía grisácea y decadente y, sobre todo, injusta, con paisajes desolados sin demasiada esperanza, y de ahí el punk, y de ahí los mods, y de ahí esa música intensa y verdadera que gritaba desde los arrabales. Por tanto, Weller buscaba ser libre con su música, como Shelley hacía lo propio con su poesía: “Debes hacer tuya la solemne voz de la Libertad”, cuyo eco arrastra viejos anhelos, quizás de otra Inglaterra, menos degradada, más sabia… Por tanto, debemos – decían Shelley y Weller - intentar por todos los medios ser libres, y la música puede ayudarnos, aunque no sepamos muy bien cómo lo hace. ¿Despertando conciencias? 

Eso es lo que percibo yo en la música de Weller de aquellos años, y quizás también mi anhelo de libertad juvenil, encarnada en aquellos sonidos intensos, arrebatadores, auténticos, verdaderos, que aún me enardecen, quizás porque abren la vía directa que resucita al joven que fui, y – quizás – al que querría volver a ser. Si escuchas hoy – lo acabo de hacer, domingo, 16 de septiembre – "That’s entertainement", la canción central de "Sound Affects", haces una reverencia absoluta ante semejante músico, capaz de tal canción, una de las más imperecederas de ese momento y – me atrevería a decir – de todos los momentos. Una visión ácida y amarga de un Reino Unido en completa decadencia pero también una expresión de la rebeldía ante esa forma de vida. ¿Cuántos jóvenes británicos no se vieron comprendidos por esas palabras y esa música? ¿Cuántos de ellos no habían percibido esa ciudad y esos abrazos de “Dos que se aman en medio de los gritos de la medianoche,/ y que echan en falta la calma de la soledad”? ¿Cuántos de ellos (y de nosotros) no habían querido estar lejos de esos escenarios de sirenas de la policía patrullando las calles, taladros neumáticos rompiendo el hormigón, niños gritando, perros callejeros aullando, frenos chirriantes, vidrios rotos, paredes pintarrajeadas, gatos a la deriva, luces que se apagan y patadas en los huevos? ¿Es eso entretenimiento? (También los de esos jóvenes desilusionados en aburridas tarde de sábado de los extrarradios, esas vidas preestablecidas, esos marcos sociales inamovibles…). 

Es posible que cuando Paul Weller toque algunas de las canciones de aquel álbum inspirado – también la mágica "Monday" o la evocadora "Man in the Corner Shop" - le pase lo que a mí, que vuelva a ser el joven que fue, y que experimente esa ráfaga de vitalidad que aspiraba a una cierta verdad, que es la verdad de la libertad posible y que se niega a ser solo una palabra. Aunque parezca abstracta, si la decimos – “Proclama que eres libre”, dice Shelley, citado por Weller - nos compromete enseguida, nos coge por las solapas, nos mira a la cara, y nos dice que la encarnemos en nuestros pequeños actos cotidianos, o en causas de más vuelo y, si no, nos suplica que la dejemos en paz, y que no la usemos en vano, bajo ningún concepto y en ninguna circunstancia.

 Para eso me sirve aún hoy la música de Weller de entonces, y también para remover capas de mi ser que se ignoran a sí mismas, y que solo el acto de la música vibrante y verdadera despierta, como si solo la música supiera llegar allí, y descubrirnos quiénes somos aun sin saber que seamos eso, quizás la quintaesencia de una verdad que se asoma en ese instante de la escucha, como ráfagas de verdad llenas de una luz especial, de la que solo la música tiene nociones y que nos comunica para elevarnos. Por esa razón estoy sumamente agradecido al músico Weller y a quienes le acompañaron entonces –Bruce Foxton, Rick Buckler -, responsables todos de ese sonido tan directo y explosivo, y tan imaginativo, y melódico llegado el caso, con el aura del pop infiltrándose por aquí y por allá, y con el guitarreo sugerente de las transparencias que hacen soñar, aunque emitan gritos desesperados. Sí, estaban los Beatles de una canción como "Taxman" en el horizonte y 15 años después estos jóvenes supieron verlo y actualizarlo y nos conquistaron haciéndonos creer que era posible una música directa y nueva, aunque tuviera esos gloriosos precedentes, los más gloriosos que quepa imaginar. ¿Lennon, McCartney? Sí, esos, que también podían haber sido acomodadas y aletargadas estrellas pero que tuvieron la suerte de desaparecer antes de degradarse (quizás).

 Luego vino The Style Council, en 1983, como he dicho, y esa aventura con el teclista Mick Talbot fue otra cosa, pero también de gran clase y categoría, con el Hammond arrebatador de Talbot y el encaje ahora con el divino soul de los 60, y en el funk, y en el R ‘n’ B, lo cual era otra forma de encontrar fuentes puras, no contaminadas. Sí, supieron infundirle a ese manantial riquezas propias, la intensidad adecuada, momentos gloriosos como "Long Hot Summer", o "My Ever Changing Moods", o "Mick’s Up" – entre otros - pero sin olvidar las raíces de la verdad musical, que quiere decir: no te vendas a la tiranía de los hits que buscan desesperadamente las disqueras para engrandecer sus cuentas y maniatar a los músicos. Nada de eso, fueron libres, como lo fueron The Jam, que, en cuanto vieron las orejas al lobo del estrellato desmedido y vacuo y banal – y tramposo - a lo Duran Duran, con sus yates en Mónaco y todas esas cosas, desparecieron. También se disolvió The Stile Council en 1989 y Paul Weller volvió a una carrera solitaria, hasta hoy.

Le vi en una ocasión en el aeropuerto, en Amsterdam, camino de Londres los dos, los dos casi pegados en la fila de embarque, pero no tuve las agallas de rendirle pleitesía allí mismo, como se merecía. “Oye, Paul, eres un musicazo, te debo, como mínimo, "That’s Entertainment"  y "Long Hot Summer", y quiero darte las gracias…” Pudo más la timidez, y no sé si él fue consciente de que le miraba porque le admiraba…Joder, tenía casi pegado al creador que me había acompañado en más de una tarde solitaria en Barcelona – donde vivía entonces -, y no fui capaz de decírselo. ¿Cómo es posible?

Si vuelves a oír esa música, la que hizo Paul Weller con The Jam, o la que hizo junto con Mike Talbot, te encontrarás con la verdad, raro tesoro, y también con Ottis Redding o James Brown, o Curtis Mayfield – al que versionaron – o hasta con el sublime Marvin Gaye, como si todos ellos se hubieran reencarnado en Weller y en Talbot. ¿Sueño? ¿Estoy despierto? 

 PD: Puede que quieras saber lo que decían esos versos de Shelley que aparecieron en "Sound Affects". Por si acaso, te los traduzco a mi manera, con bastante libertad, para que recuerdes que la música rock y pop puede apuntar a las mismas cimas que la poesía, que no son otras que las de la gran emoción por donde asoma una verdad, tal vez la Verdad por antonomasia de la vida humana. 

Levantaos, como lo hace un león después del sueño, 
En número invencible; 
Quitaos esas cadenas, depositadlas en la tierra, 
Sentid el rocío que ha caído sobre vosotros mientras dormíais… 
Sois - y tal vez ellos sean - más bien pocos… 
Dejad que seáis una vasta asamblea 
 Y con gran solemnidad y palabras medidas 
 Proclamad que sois libres, tal como Dios os hizo.

 La Vieja Inglaterra y sus viejas leyes, 
 Y los viejos con sus nobles cabezas, ya canosas, 
 Y los niños de tiempos mucho más sabios: 
 Todos ellos os invitan a ser libres 
 Con su voz y el eco de la Libertad que llega hasta ti.