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La segunda muerte de Sixto Rodríguez


Por: Guillermo García Domingo

Ya le dieron por muerto durante muchos años, pero esta vez, por desgracia, es verdad: el pasado 8 de agosto falleció Sixto Rodríguez. Seguramente habría sido más apropiado dedicar nuestra atención a otros artistas que también han fallecido durante el período estival. Nadie duda de que Robbie Robertson, de “The Band”, acólito imprescindible del profeta Dylan, y últimamente de Martin Scorsese, la voz de Tony Bennett, y la rebeldía de Sinéad O'Connor, han tenido una influencia más importante en el panorama musical que la que pudo ejercer el músico de padres mexicanos. Salvo en Australia y Sudáfrica, sobre todo, como todos los que han visto el documental “Searching for Sugar Man” (Malik Bendjelloul, 2012) seguro que saben. Pese a esto, resulta imposible no despedir como se merece a alguien que suscitó en nosotros tal fascinación al ver su figura extravagante mientras paseaba por las calles cubiertas de nieve de Detroit.

Al contrario que otros personajes que recibieron un reconocimiento tardío después de un período tan largo de ocultación, deliberada o no, como Bill Fay o Charles Bradley, que han ofrecido discos extraordinarios después de estar fuera de los focos, Rodríguez no ofreció nada nuevo después de dos discos soberbios: “Cold facts” y “Coming from reality”, que nadie entiende por qué fueron ignorados a comienzos de los años setenta. No obstante, al igual que los músicos mencionados, Rodríguez sobrellevó su durísima vida, empleándose a fondo en trabajos muy exigentes físicamente, y defendiendo a los de su misma clase trabajadora en una ciudad que se lo pone muy difícil a sus habitantes, porque “no te deja soñar”, tal y como dice una de sus hijas en la película.

Aunque fue consciente del eco australiano de sus canciones, y realizó varios conciertos allí, durante casi treinta años, Rodríguez no supo de Sudáfrica, ni Sudáfrica supo del destino del músico, al que dieron por muerto, pese al interés que despertaba su música, que fue decisiva en la concienciación de la minoría blanca que despreciaba el régimen insoportable, racista, de este país del cono sur africano. Para cientos de miles de personas no era posible concebir su juventud rebelde sin contar con el acicate de sus canciones. El papel que en esta mutua ignorancia tuvieron las discográficas, sudafricanas y estadounidenses, no está claro. La razón de esta turbiedad es, una vez más, el dinero que había de por medio. 

La perseverancia de un periodista musical y un seguidor sudafricanos consiguió que, por fin, le encontraran donde siempre había vivido. En 1998, ambos, los admiradores sudafricanos y él, tuvieron la oportunidad de conocerse en persona. Rodríguez abrazó con sincero agradecimiento el reconocimiento y rehuyó la fama (y sus nefastos efectos). No deshacía la cama de las lujosas habitaciones en las que se alojaba, prefería dormir acurrucado en el sillón. Una de las preguntas que le hicieron en el documental al artista de origen mexicano es si le habría gustado saber que era una “superestrella”. La respuesta circunspecta de Rodríguez: “no sé cómo responder a esto” revela la razón por la que este músico será siempre recordado. La “estrella”, realmente, siempre fue Sixto y no tanto Rodríguez, pese a sus méritos musicales indiscutibles, que no pasaran desapercibidos a los que escuchen, “I wonder”, “Crucify your mind”, “I think of you”, “Cause” o “Sugar Man”. Por difícil que parezca, sobre sus canciones dulces, al estilo de Nick Drake, y desoladoras, como las que acostumbra a firmar Dylan, prevalece la luz poderosa de su espíritu, que con tanto acierto reconocieron, en el citado documental, sus compañeros de bar, sus familiares, y el testimonio de su compañero de trabajo en el sector laboral de la construcción. 

Sixto Rodríguez ha conseguido en su longeva y extraña vida que su humanidad transcienda la fama musical que le dispensaron primero en Australia y Sudáfrica, más tarde en todo el mundo. También acudió a España a disfrutar de su tardío reconocimiento. Por esta razón que descansa en paz no es, en esta ocasión, tanto un deseo como una absoluta certeza.