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Triángulo de Amor Bizarro: "Sed"


Por: J.J. Caballero

A la altura del sexto disco de los de Boiro, la banda más rabiosa de la escena hispana actual entrega un álbum conceptual que, en la base, dista mucho de pretender serlo. Las contradicciones del deseo humano, los nichos caducos creados por la fama y la insaciabilidad del sistema capitalista que a todo y a todos nos engulle parecen ser los blancos a los que se dirigen los nuevos dardos de Triángulo de Amor Bizarro. El mismo título, "Sed", esculpido en negro con estética gore sobre fondo rojo, presagia que estamos ante un contenido delicado y explícitamente furioso.

La exposición de sonidos a los que nos tienen acostumbrados, bajo la producción de Carlos Hernández y con la distorsión y el marasmo de guitarras marca de la casa por obra y gracia del inquieto Rodrigo Caamaño, y la trémula pero inquietante voz de Isa Cea siguen siendo la base de todo lo que tocan y proclaman, sólo que esta vez llevan al extremo algún apunte bosquejado en discos anteriores, como el pseudo metal de “Cómprate un yate”, una puñalada a la desmedida ambición del ser humano, o “Estrella antivida”, que no es el único astro al que aluden, porque a quienes aún no hayan profundizado en su contenido les será más familiar esa otra “Estrella solitaria” en la que dan un vuelco inesperado a su sonido para regalarnos una de las cumbres de su carrera, un tema que parece sacado de la penúltima hornada de la factoría New Order en cuyas aguas se bañan con una destreza inaudita. No es la única sorpresa, ya que tampoco rebajan prestaciones, aunque lo parezca, con la perezosa “Canción de muerte del pez dorado” ni con ese velado guiño a Nirvana en “Huele a colonia chispas”, que no es sino una incursión en el punk, matizado y tamizado por el sello propio de unos arreglos que vuelven a incluir remaches electrónicos para entonar letanías imbuidas de futurismo, decadencia y compasión por el fin de una civilización, con todas las paradojas posibles y algún mensaje críptico por medio.
 
El cinismo como moneda para medrar (“Cripto hermanos”), la atalaya de la celebridad para juzgar a seres menos mediocres (“La condena”, uno de los temas más bellos de su carrera) y otros títulos regidos por el artículo femenino (“La carretera” y “La espectadora”) le dan equilibrio a un disco rabioso, repleto de ambiciones frustradas y realidades paralelas, en el que el grupo es consciente por fin de su papel en el colectivo artístico actual y asume responsabilidades. La respuesta a las falsas apariencias relatada en clave madchester que supone “Él” los sitúa en una supuesta línea sonora equidistante de My Bloody Valentine, Jesus & Mary Chain y los mismísimos Primal Scream. Una narrativa instrumental que conduce a un final pesadillesco y esperanzador –otra contradicción- reconducido por interludios igual de ambiguos como “Dinosaurio”, intentando sedimentar un paisaje inspirado e inspirador.

En la “Sed” de Triángulo de Amor Bizarro se dibujan gotas de furia diluidas en el perfume abrumador de unos tiempos en los que cualquier viento de progreso es recibido como una amenaza. Afortunadamente, aún hay bandas y músicos que saben contar, a su manera y con sus propias armas, que al apocalipsis se debe llegar con la lección bien aprendida. Las canciones son el arma más limpia y más dañina para enseñárnoslo.