Por: Kepa Arbizu
La historia de la humanidad se escribe como resultado de la eterna disputa entre dos fuerzas antagónicas: aquella que representa el progreso y la evolución frente a la que se empeña en construir, previa sacralización de valores pasados, un muro de contención respecto a cualquier cambio. En esa contienda, el arte también juega un papel decisivo en su faceta como expendedor de estímulos al imaginario colectivo, haciendo que su apuesta por la estandarización o la ruptura de dogmas genere diferentes vocablos con los que interpretar la realidad. Por eso, más allá de las extraordinarias virtudes musicales que acunaba el proyecto de Antony And The Johnsons, la visibilización, especialmente de la mano del exitoso "I Am a Bird Now", del por aquel entonces intérprete transgénero suponía dinamitar cualquier tipo de homogenización a través de un manjar sonoro. Casi veinte años después de aquel trabajo, y ya definida bajo el nombre de Anohni, su actual publicación, otra vez cediendo la portada a una figura relevante de la militancia por los derechos de los homosexuales, en este caso encarnada por Marsha P. Johnson, se vuelve a percibir como un hermoso llanto que, indirectamente, nos alerta del retroceso al que se están sometiendo los sigilosos pero significativos avances alcanzados.
Dejar atrás su iniciática nomenclatura conllevó, como quien pretende abandonar su hogar alejándose lo más posible de él, sumergirse bajo ese nuevo nombre, el mismo con que se identifica en el presente, en un territorio donde se encaramaba a texturas electrónicas, acompañamiento no del todo apropiado para exhibir en toda su plenitud unas aptitudes vocales que ahora regresan con esplendor revestidas de un ropaje instrumental mucho más clásico, lo que significa también, tras un intervalo de 6 años, desde aquel "Hopelessness", recuperar su “apellido” artístico. Acepción grupal que se trasluce en la adopción de un concepto musical mucho más orgánico y ligado a esas primerizas referencias donde se abrazaba, sin soltarse de la mano de influencias como Culture Club, a los ritmos clásicos norteamericanos. De entre todos ellos, el soul, y más concretamente la figura de Marvin Gaye, y su "What's Going On", se presenta como principio vertebrador de una buena parte de los ademanes que recrea el álbum, invocando medio siglo después aquella icónica pregunta para construir su propio relato.
Asumiendo la lógica ecuación que señala como método más apropiado para llevar a buen término una idea rodearse de aquellos que confraternizan con ella, la elección como productor de Jimmy Hogarth encuentra su explicación en un currículum donde se agolpan los nombres asociados a dicho género. Más allá de esa labor como guardián de la esencia del disco, las aportaciones de quien fuera aliado de Amy Winehouse, Duffy, o Tina Turner no terminan ahí, resultando una pieza clave en todo el engranaje al convertirse en parte directamente implicada en la elaboración de la estructura musical, formando parte así de un proceso creativo colectivo, en donde los textos recopilados durante años por la compositora son puestos en común en busca de su presentación más adecuada.
"My Back Was a Bridge for You to Cross" asume de manera natural aquella máxima de todo lo personal es político, porque ese irremediablemente tormentoso proceso íntimo al que se somete Anohni, consistente en interrogarse a sí mismo, funciona en paralelo junto a un examen crítico del no menos caótico contexto social, al fin y al cabo escenario ineludible en el que desarrollarse. Un recorrido plagado de elementos y sentimientos contradictorios que se enuncian como único decorado plausible en ese avanzar. Por eso no debe extrañar que la cálida y copiosa instrumentación, encabezada por una voz trémula, sea el salvoconducto para invocar al fuego y la oscuridad en "It Must Change", o que el sedoso funk, a lo Terry Callier, que invade "Why Am I Alive Now?" ejerza de paisaje para exponer todo la angustia que fagocita por la paulatina degradación del planeta. Cadencias de elegante paso, que coquetean con ambientaciones jazzísticas, dictadas por una guitarra que se otorga un papel prioritario a lo largo de todo el álbum y que en "Can't" derivan en un cénit de impetuosa majestuosidad. Una coartada, la del in crescendo, a la que se encomienda el casi confidente falsete de "Scapegoat" que será sepultado por un alud musical de impronta nostálgica, haciendo bambolear al tema entre la ternura y la desolación. Ambivalentes sentimientos que dibujan el suelo dubitativo sobre el se posa quien se entrega al cuestionamiento eterno, incluso cuando éste late impulsado por las palabras intercambiadas -en sus últimos días- con su mentor, Lou Reed, dando forma a una pieza minimalista y sobria en "Sliver Of Ice". Recogimiento que será el clima que también se presente en un cierre, "You Be Free", donde la voz de la cantante se encarama hacia un primer plano para rescatar la memoria de aquellos seres queridos finados pero no olvidados.
Antes de ese escalofriante colofón, y como parte de esa exhibición de un estado de ánimo confuso que representa el álbum, somos partícipes de aquellos lógicos arrebatos con que responde en ocasiones cualquier espíritu turbulento. Los hay, por ejemplo en el caso de "Go Ahead", que toman formas casi inórganicas, violentas, un ruido emocional expresados con las entrañas más con el alma, pero también están aquellos, que pese a su naturaleza visceral y descarnada, se muestran con belleza, como en una "Rest" que parece ser la personal asimilación de esos heridos compositores del rock como Jason Molina.
“My Back Was a Bridge for You to Cross" es un nuevo capítulo en ese constante renacer que parece representar la carrera de Anohni, y su antecesor Antony. Una continua reformulación en la que intervienen también las semillas depositadas por todos los esqueletos dejados atrás en dicho itinerario. Toda una herencia que al entrar en contacto con su actual personalidad hace brotar un bello y sobrecogedor álbum que funciona como amplificador de una voz fieramente humana, que como tal es capaz de asomarse al borde de la fragilidad, derramar lágrimas de desesperación o clamar imponente por ser los únicos narradores de nuestra propia historia. La genial compositora ha hecho de su música un compañero fiel a la hora de retratar la costosa, y nunca acabada, lucha por emerger bajo su identidad deseada, una experiencia humana que sobrepasa su propia figura para significarse como un dolorosamente bello canto universal con el que esculpir nuevas vidas, nuevos mundos.