Real Jardín Botánico Alfonso XIII de la Universidad Complutense de Madrid. Domingo, 11 de junio del 2023.
Texto y fotografías: Guillermo García Domingo
Mi hija pequeña, sin pretenderlo, me señaló el camino que debía seguir la crónica antes de acudir al concierto, cuando el sábado por la mañana, se acercó a la cama, y me confesó que ya había escrito once hechizos en su diario mágico. Si no fuera por ella tal vez habría empezado la crónica incurriendo en el error de reabrir el debate sobre si Calamaro ha regresado o no de su etapa profunda y “camboyana” (así bautizó a su estudio casero en Buenos Aires, “Deepcamboya”, en el que grabó “El salmón” (2000), los cinco salmones, para ser más preciso). Además, no convendría ignorar que se trata de una pregunta que ya contestó el propio Calamaro en la entrevista que concedió a su compatriota Nathy Peluso, que forma parte del documento audiovisual, “Calamaro. Bios: vidas que cambiaron la tuya”, 2021): “Podemos pensar en regresos, pero no es fácil. Muhammad Ali… él estuvo suspendido del boxeo durante tres años y después volvió. Y consiguió ganar. Pero ya no era tan ágil y le pegaron bastante. Ningún astronauta volvió a la Luna, Gardel nunca volvió de Medellín, Atahualpa Yupanqui nunca volvió de Francia…” Ni una palabra más que añadir. Es recomendable verlo.
Martina, por lo tanto, me indicó que prestara atención al cancionero, si te hechiza o no, “si lo ha ensuciado el olvido”, trastocando la letra de “Corte de huracán”, que fue interpretada en el concierto del domingo. El repertorio del artista argentino es inabarcable, de modo que la elección de canciones será siempre controvertida. Las canciones que se quedan fuera claman por entrar. Ya les llegara su momento. Tener tanta capacidad de elección, por otro lado, preserva a sus recitales del riesgo de ritualizarse en exceso y de resultar previsibles.
En el Botánico nos rendimos al poder de nada menos que 29 hechizos. Ante semejante manifestación de poder no hay quien pueda resistirse. Hechizos extraídos de sus numerosas cajas de ilusionista, generosas en trucos o astucias, las que atesoraba Ulises. Que viajan de aquí para allá a lo largo de una gira asombrosamente larga, tres años, declaró en el escenario, que concluirá, dios mediante, en Nueva York, en otoño. La odisea de Calamaro (62 años) es larga, puesto que se inició precozmente. A través de la música encauzó su inquietud. Era muy joven cuando ingresó en “Los abuelos de la nada”. Pero no podía estarse quieto, las ideas bullían en su cabeza musical. No pudo quedarse quieto con “los abuelos”; se marchó, Argentina se le quedó pequeña; emigró a España, donde fundó Los Rodríguez. Sospecho que su insoslayable ansia de cambio tuvo mucho que ver en la disolución de ese torbellino que lanzó por los aires a una generación al ritmo de “Mi enfermedad”, “Todavía una canción de amor”, “Dulce condena” y “Sin documentos”, que sonaron concatenadas en la parte final del concierto, interpretadas con un frenesí que arrolló incluso al propio músico. Los lapsus, que ha sufrido en tantos conciertos, incluido el de antes de ayer, dan cuenta de que el boxeador ya no dispone de la agilidad de pies de la juventud, pero podrían atribuirse también a ese mundo interior que es más activo y pujante en personalidades como la de Calamaro.
Las cuatro gradas están frías, parece que no va con ellos. Por el contrario, me da envidia la pista, mi entrada sentimental está entre ellos, muchos son compatriotas entusiastas de Calamaro, otros son seguidores incondicionales de su segunda casa. ¿Para cuándo un monumento a los seguidores “desconocidos” que salvan los conciertos? Aquella entrada la compré hace más de veinte años al adquirir “El Salmón”. Sin embargo, hago de testigo para El Giradiscos y estoy mejor situado en la grada. ¿Quién entiende lo que pasa en un concierto? Nadie puedo saberlo, ahora bien, el intercambio satisfactorio de mensajes entre los espectadores y el artista determina el destino de un recital. En la pista han entendido de veras lo que necesita Calamaro. No así en la grada donde el trasiego de espectadores hacia no se dónde resulta desconcertante en el primer tercio del espectáculo. Los organizadores de las Noches del Botánico han diseñado un espacio tan estimulante en el jardín complutense, que muchos acuden al reclamo, para encontrarse y saludarse después del trabajo mientras la música de turno ameniza su vida social. Los de actitud displicente que escuchan de reojo (si esto fuera posible) e ignoran el escenario parecen distinguidos, de colegios de clase, intereses de clase, se entiende, sin embargo, demuestran una manifiesta falta de respeto por el artista que está entregándose en el escenario y por el resto del público, que por algo se hace llamar “el respetable”. Tal vez la letra de “Alta suciedad” que estaba cantando Calamaro les recordara algo que no tenían interés en escuchar. Me consta que no soy el único para el que la música es algo demasiado serio, que nos ofrece dicha y sentido. Confío en el buen hacer de los que han erigido un festival tan formidable como este y solucionen este comportamiento minoritario que ya he venido observando en otros recitales.
El cantante, no obstante, estaba a lo suyo, afinando la preciosa “Cuando no estás”, entonando el himno en honor de “La libertad/Carnaval de Brasil” y “Verdades afiladas”. ¿Quería decirnos que dispone de canciones fuera de su trilogía tan celebrada? Nos persuadió de ello. “Me arde” y “Rehenes” animó todavía más a la multitud de la pista, a la espera de “La parte de adelante”, el primer acercamiento a la etapa tan honesta como brutal de Andrés. “Loco” despertó a la grada dormida. A continuación, Andrés se puso el pañuelo de “karateka” en la cabeza. Se avecinaba la parte más intensa del combate. Al enfundarse la cinta recordé aquel episodio que protagonizó Miguel “Abuelo”, al recibir un botellazo en la frente durante un concierto en 1985, y continuar con el rostro ensangrentado por culpa de la brecha producida por el golpe. Se tomó en serio el “Let it bleed”, que pregonaban los Stones. Calamaro ha heredado la herida del “Abuelo”. Se la cubre con la cinta, pero ahí está la herida. Déjala sangrar, Andrés. Es, en cualquier caso, una frente orgullosa, pues como dice la canción de su disco “Bohemio”(2013), que interpretó al momento siguiente, “ya pidió perdón tantas veces”, demasiadas veces, diría yo.
Después de presentar a los músicos, invitó al escenario a Niño Josele, que con tanto acierto le acompañó en la elaboración de “El cantante”, el retorno del artista en 2004, con canciones ajenas, sobre todo, y algunas propias, como la vibrante “Estadio Azteca”, que abordaron en “el concierto dentro del concierto” que la irrupción de la guitarra flamenca del almeriense propició. Calamaro no ha perdido ni un ápice de su “amor al canto”, y a lo largo de estas dos últimas décadas ha recreado el folclore argentino y latinoamericano como nadie. La fusión continuó con “Los aviones”, esa proeza de canción que le va como un guante al fraseo de Calamaro. La rumba eléctrica de “Para no olvidar”, otro clásico de Los Rodríguez, se aprovechó de la contribución de Niño Josele.
En el último tercio del concierto llegó la hora de mojarse y nadar contracorriente como “El salmón”. “All you need is pop”, seguida de una versión tremenda de “El salmón”, coreada por todos, porque todos estábamos ya dentro del bolsillo de la camisa de Andrés, a la altura del corazón. Todavía más aplaudida fue la canción dedicada al “guerrero pegado a una pelota de cuero”. “Maradona” terminó con una soberbia coda de órgano a cargo de Germán Wiedemer, con el que ya registró las aplaudidas “Romaphonic Sessions”.
La voz de Calamaro nos encandiló con “Tuyo siempre”, también de la temporada del salmón, transformada en una maravillosa cumbia. Todavía no lo habíamos visto todo. Dillom, la sensación del trap porteño, apareció por sorpresa para interpretar “Output input”, a garganta partida junto a Calamaro y su bajo, Mariano Domínguez.
La etapa española dedicada a los éxitos de los noventa, ya mencionados antes, fue la última, antes de proponer los temas, que hace tiempo que se emanciparon de Calamaro y forman parte de nuestra memoria sentimental y musical. El autor de “Flaca”, “Paloma”, “Crímenes Perfectos” (el primer bis) ya no nos debe ninguna canción de amor, ha saldado su deuda con creces. El himno de “los muchachos” ausentes del rock sirvió de despedida. Provisional. Porque el amor por la música que consume a Calamaro está lejos de extinguirse.
El compositor febril es probable que no regrese. Hay tantas cosas que dejamos atrás. Es imposible “salir vivo de aquí”, citando su célebre disco de los ochenta, pero el cantante nunca se fue, y sigue aquí, hace dos noches lo vimos en Madrid.