Por: Kepa Arbizu
Mucho tiempo ha pasado ya desde que Jason Isbell se desligara de aquella triada, junto a Patterson Hood y Mike Cooley, que logró convertir a Drive-By Truckers en uno de los más intensos y emocionantes exponentes del rock americano surgidos en esta época. Rota aquella talentosa aleación, el autor comenzó una singladura en solitario que, si bien nunca cortó el cordón umbilical que le unía a las raíces del sonido estadounidense ni por supuesto abandonó ciertos rasgos distintivos que aportó a la banda de Georgia, en estos años ha acumulado los suficientes, y destacables, episodios como para no identificarla de manera autónoma y definida bajo un registro claramente asociado a su creador; y por extensión a la de sus músicos acompañantes habituales, bautizados bajo el nombre de The 400 Unit.
Toda trayectoria, sea colectiva o individual, cuenta entre su colección de muescas con algunas llamadas a representar, ya sea a raíz de su valor cualitativo, emocional o simbólico, momentos especialmente determinantes. Si "Southeastern" se erigió como el trabajo con el que Isbell escenificó su absoluta eclosión como compositor y se postuló como honroso heredero de los "songwriters" de mayor solera, su actual publicación, "Weathervanes", contiene algunos novedosos trazos dignos de ostentar una reseñable trascendencia en cuanto a la manera de afrontar su música. No es casualidad por lo tanto que en este recién editado trabajo se haya arrogado él mismo las labores de producción, prescindiendo de la refulgente figura en estas lides, y sobre todo asociado a estos contextos concretos, de Dave Cobb. Una decisión que, al margen de alterar la lista de créditos de los últimos discos, y dado que además deriva en una -siempre relativa- elasticidad y aperturismo en ciertos preceptos sonoros, alcanza todavía mayor significación, reflejando lo que parece la determinación del compositor por fijar su mirada en otros horizontes, todavía situados muy cerca de sus predecesores pero fácilmente distinguibles.
"Weathervanes" sigue soportando todavía, como tantos otros coetáneos, la etiqueta de haber sido creado al albur de aquellos días de obligatorio enclaustramiento, un aspecto que si bien no supone un influjo sustancial en su temática global, sí es un aspecto difícil de desdeñar sobre todo cuando aún deja su huella en momentos determinados. Pero por encima de ese inevitable estado de turbación, la veleta con que se identifica este disco -desde su título y portada- apunta hacia la aceptación del paso de tiempo, no tanto como una llamada del temido pero inevitable final, sino como la transformación en la manera de afrontar las vivencias. Todo aquello que se percibía antaño bajo un impulso esbozado por el nervio visceral, capaz de disfrutar de la pirotecnia emocional pero también de asomarnos hasta el borde del abismo, ahora nos ofrece unas expectativas más curtidas. Una alteración en la percepción de los estragos existenciales, los que nunca ha rehusado a expresar desde un marchamo claramente autobiográfico, que aquí hablarán a través de un lenguaje musical también evolucionado, donde el rigor y la ortodoxia dejan paso a la flexibilidad y el esparcimiento.
La entrada al nuevo disco se produce, quizás marcado precisamente por un excesivo afán de dar la bienvenida a ese nuevo marco, con una "Death Wish" que, si bien maneja perfectamente el clima dramático de un relato entorno a cómo lidiar con la frágil salud mental de una pareja, se acerca peligrosamente a la ampulosidad con el uso acumulativo de ciertos efectos como las percusiones metalizadas o las cuerdas. Un fácilmente digerible empacho gracias a un extraordinario listado de piezas que entablan un vínculo comunicativo entre pasado, presente y futuro. Travesía por el calendario visible no solo en el apartado temático, donde sigue alimentando sus hojas en blanco con relatos de aquellos a los que el huracán de la vida les envió hasta los márgenes invisibles de la historia, sino igualmente en el ámbito interpretativo, ya que el Isbell que asoma por este disco es tanto aquel que ejercía coliderato en Drive-By Truckers como un músico versátil que se siente atraído por ensanchar, que no recolocar, las fronteras de su propuesta.
Un instinto por moldear su enunciación artística que sin embargo sigue encontrando un anclaje sustancial en esos ambientes más sobrios y orgánicos donde las texturas relacionados con el folk y la tradición más primigenia del género perviven, aunque, eso sí, adecuadamente adaptadas para generar un sentido común al álbum. Los arpegios brotados de la guitarra acústica y el soplido de la armónica construyen un espacio de elegante meditación en "Strawberry Woman", desnudez que persiste en el uso intimista de violines y acordeón para posar sobre un suelo nostálgico "Cast Iron Skillet", refugio de una enmienda a la totalidad de esa América Profunda. Momentos especialmente sensibles que perfectamente pueden entroncar con el arraigo campestre de fluido rasgar que sostiene una "If You Insist" a la que sin embargo una prolija ornamentación traslada a un espacio crepuscular que asestará una puñalada doliente por medio de "Volunteer", instalada sobre una intensa evocación. Un grupo de canciones que Isbell logra interpretar con la estremecedora franqueza del que habla, o canta, desde su sentir más puro y donde poco importa entender o no el idioma en que se expresa para reconocer que son las heridas de la vida las que supuran a través de ellas.
En ese amplio muestrario que ofrece "Weathervanes" existe un camino intermedio que, antes de derivar en sus estaciones más impetuosas, hace escalla en localizaciones donde se imponen los medios tiempos de "King of Oklahoma", compuesta durante su participación como actor en el rodaje de la película "Killers of the Flower Moon" dirigida por Martin Scorsese. y donde la crujiente electricidad hace de motor para construir un relato de épica melancolía. El bucólico embalaje usado en "White Beretta" para perfilar un tema de regusto desolador o una "Middle of the Morning" que levanta el polvo del imaginario sureño para despuntar bajo unas imponentes actitudes vocales que nos remiten al agónico tiempo de confinamiento, completan una serie de composiciones que funcionan como antesala de una sustancial parte más corajinosa del álbum. Cita a la que acudirán los riffs lanzados a empellones y envueltos en pegadizas líneas melódicos, que nos remiten a un Neil Young que también dejará su herencia en la estremecedora canción final, "Miles"; el arquetípico rock insuflado de rítmica cadencia transformado en "This Ain’t It" como un ejercicio de emotividad o una "Save the World" que ya desde su inició más ensoñador anuncia un in crescendo que se produce bajo una madeja sonora que eleva el ideario clásico hacia un paisaje contemporáneo aderezado por unas imágenes de la calamitosa realidad social.
“Weathervanes” es uno de esos álbumes que más allá de su intrínseco alto valor también parece estar llamado a descubrirnos si se trata del punto de partida de una nueva manera de caminar por los sonidos americanos por parte de su autor o si estamos frente a un episodio puntual. Al margen de valores futuros que pueda ostentar, este trabajo escenifica la realidad observada por una mirada curtida que se encomienda a un discurso musical identificable pero también descubridor de las aportaciones que le puede ofrecer un estudio de grabación. El resultado es un Isbell especialmente inspirado, capaz de abrir nuevas estancias para acoger a unos habituales fantasmas que, pese a haber mutado algo su presencia, siguen resonando plenos de trascendente emoción, diagnosticando no solo las frustraciones y miedos personales o los de su país, sino los de la propia condición humana.