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Durand Jones: “Wait Til I Get Over”


Por: Kepa Arbizu

La comunidad de Hillaryville es uno de esos parajes indómitos que ofrece la orografía estadounidense. Enclavado, que no incorporada, en el estado de Louisiana, su naturaleza anacrónica, sustentada sobre los dos únicos pilares que suponen la religión y el trabajo rural, le condena a resultar invisible excepto para sus propios moradores. Entregado en el siglo XIX a viejos esclavos como compensación por el trato recibido, su asentamiento a lo largo de la orilla del Mississippi le confiera una todavía mayor mística. Fue en ese entorno donde nació Durand Jones, músico que en su carrera junto a la banda The Indications se ha erigido como uno de los motores de esa dinamización a la que han sido sometidos los sonidos tradicionales negros. Ahora, se presenta en solitario para ofrecer un disco que enfundado en claras connotaciones autobiográficos regresa, de manera metafórica, hasta su lugar de origen para, además de entablar una conversación, no necesariamente plácida ni complaciente, con su propia persona, tejer toda una reflexión sobre el significado y la repercusión actual que ostenta dicha identidad sureña.

Paradójicamente fue el saxofón regalado, al por aquel entonces introspectivo y sensible niño, por su abuela -quien asumió el rol de una madre desaparecida- lo que propició agitar una faceta artística que le empujó a tomar la determinación de dejar atrás un territorio que poco más podía ofrecer que convertirse en mero lugar de paso hacia otras direcciones. Unas pulsiones creativas, a todas luces incapaces de ser colmadas en un hogar donde los cánticos se restringían a los espacios sagrados, que junto al no menos trascendental despertar sexual, canalizado sin etiquetas ni cortapisas, necesitaban ser expresadas lejos de su territorio natal. A partir de ahí, la historia de este ilustrado músico irá creciendo exponencialmente hasta convertirse, ya sea escoltado de una banda o actualmente utilizando su nombre en solitario, como un exquisito ejemplo de comprender el pasado como una forma de dibujar el presente y aspirar al futuro, y posiblemente no estemos hablando sólo bajo parámetros artísticos. 

Pese a todo no hay que considerar a “Wait Til I Get Over” un ajuste de cuentas contra ese hábitat perfilado entre dogmas restrictivos ajenos a cualquier cambio, a pesar de que sea imposible no percibir en ocasiones el peso agobiante que eso significa, ya que estas canciones tienen mucho tanto de elegía hacia sus raíces como de mirada global respecto a esa condición racial que lejos de convertirse en una rémora pretérita sigue ocasionando episodios de desigualdad e incomprensión. Las composiciones de este trabajo están hechas de cicatrices, pero también de sonrisas infantiles que incluso en los páramos más desolados son capaces de brotar. Apoyado en una lírica costumbrista de cariz confesional pero exhalada bajo un tono ensoñador, el arranque del álbum con “Gerri Marie” se sustenta sobre una base instrumental imponente a base de piano y cuerdas que ejercen de banda sonora, interpretada con sobrecogedora delicadeza, de las amarillentas páginas de un vetusto álbum de fotografías. Secuencias que en el primero de los narrativos interludios, "The Place You'd Most Want to Live", serán ubicadas en su particular contexto para ser representadas posteriormente entre pasajes envueltos en satén de tupido ornamento ("Sadie"), caracterización que nos lleva hasta el melódico romanticismo de Sam Cooke, o agitadas con la vehemencia de un Wilson Pickett en "Lord Have Mercy". 

Ya en estos inciáticos momentos podemos comprobar con claridad que esa batalla librada entre pasado y presente en el ámbito personal del autor también se traslada, con la inestimable ayuda en la producción de Ben Lumsdaine, a uno estrictamente musical, aportando a la tradición una puesta en escena de ademanes contemporáneos. Un reto que todavía alcanza cotas más complejas cuando la condición religiosa se apodera de las melodías, haciendo de "I Want You" un emocionantísimo canto de raíz mística pero soportado por una muy particular orquestación percusiva que le dota de mayor majestuosidad; secuencia que encontrará en el tema homónimo su continuación en un acongojante gospel desnudo que parece extraído directamente de alguna misa celebrada frente a unos pocos parroquianos habituales, y que igualmente desembocará bajo un caudaloso tratamiento.

Antes de la llegada del segundo interludio, se abre paso "That Feeling", elegida como adelanto del disco, no por casualidad, y donde se recrea una tortuosa relación de amor, en esta ocasión y por primera vez en su carrera, dedicada expresamente a otro hombre, entregándonos un nuevo ejemplo de majestuosidad, tanto en el plano interpretativo como en la traslación de una doliente y sofisticada sensibilidad. A partir de ahí, y tomando el recitado de "See It Through" como antesala, se abrirá un espacio para declamar solidaridad y entendimiento, o dicho en sus propias palabras, hacer del amor nuestro lenguaje materno. Para ello, se valdrá en "See It Through" de ese característico lenguaje soul-funk indefectiblemente ligado a Stevie Wonder, o generará una libre adaptación del "Someday We'll All Be Free", de Donny Hathaway, que si en su nacimiento respeta el espíritu bucólico y apasionado del original,  sorpresiva y abruptamente es interrumpida por los rapeos del cantante Skypp, que escenifica, con su enumeración sangrienta de damnificados por el racismo, la necesidad de construir una realidad diferente y de paso, en lo creativo, realizar un quiebro cronológico magistral.

“Wait Til I Get Over” no es una égloga pastoral decidida a brindar pleitesía a la nostalgia, pero tampoco es una enmienda a la totalidad contra ella, ya que tal y como se desprende de la explícita “Letter to My 17 Year Old Self", donde maneja de manera anárquica la elegancia jazzística, en esa conversación intergeneracional entablada ambas partes tienen razón, y están equivocadas. Porque ese el hermoso misterio que late en el álbum, una naturaleza contradictoria que pretende ser optimista entre la tragedia; aspira a empoderarse mientras describe las ataduras afectivas y donde sobre todo cuesta distinguir el presente y el pasado. Y es que el retrato personal honesto y arriesgado que desarrolla Durand Jones está íntimamente ligado a su aportación musical, ambos osados y hermosos en su intrínseca turbulencia, la misma que define a ese espacio que separa lo que anhelamos ser o sentir y lo que la realidad o nosotros mismos somos capaces de posibilitar; que no es otra cosa que la propia vida.