Texto y fotografías: Skar P.D.
Todo el mundo tiene derecho a ser feliz, al igual que a rememorar épocas pasadas de esas que perduran en su memoria como épocas felices, puede que ingenuas y, desde luego, faltas de experiencia, pero felices al fin y al cabo. De hecho esas son las verdaderas épocas felices. Que desde un buen rato antes de abrir las puertas de la sala El Sol ya hubiera una gran fila de personas esperando, algo no habitual, así como que un buen número de ellas llevara las entradas impresas era una constatación de que, no importa las vicisitudes vividas, todo el mundo tiene derecho a recordar la banda sonora de aquellas épocas. The Blow Monkeys y, seguramente, Sade o Simply Red forman parte de la banda sonora de todas esas personas que hicieron que el recinto presentara un magnífico aspecto, muy cercano al lleno absoluto. The Blow Monkeys tuvieron su momento de gloria en la segunda mitad de los ochenta y posiblemente la sobreproducción de las grabaciones de la época no jugó a su favor, porque quizás edulcoraban excesivamente la innata elegancia de las composiciones del Dr. Robert y su más que evidente amor por unos sonidos que fluctuaban amablemente entre el soul y el funk a los que era capaz de dotar de una cobertura de pop que resaltaba esa elegancia mencionada. Pop sofisticado, decían los etiquetadores, que tenía cabida en el amplio aspecto de miras de aquella década. No se ha vuelto a repetir una década con esa capacidad de absorber todos aquellos sonidos que, independientemente del estilo, eran capaces de exaltar las emociones de una amplia amalgama de personas con la capacidad de asimilar todo aquello sin sentirse excluida de ninguna. Un conjunto de todas esas personas casi abarrotaba la sala El Sol para ver a The Blow Monkeys partícipes de su banda sonora vital.
La banda se presentó en Madrid en formato de cuarteto que así es como decidieron volver a los escenarios allá por el 2007 después de que decidieran dar por finiquitada su etapa de esplendor en el inicio de la década de los noventa, o sea tal y como empezaron su singladura en esto de la música y con las tres cuartas partes de la formación original, compuesta para la ocasión por Robert Howard, Dr. Robert para los amigos, en la guitarra y voz,; Mick Anker al bajo; Neville Henry al saxo y teclados con el añadido a la batería de un Crispin Taylor con cierto aspecto visual que recordaba por momentos al de Chad Smith de Red Hot Chili Peppers, más allá de la gorra puesta del revés y con una puesta en escena lo suficientemente sobria y adecuada al tiempo en el que están, vamos ni rastro del glamour visual y escénico con el que probablemente eran recordados. Una banda de soul, funk y pop compuesta por músicos veteranos y apoyados en su buen hacer instrumental y es que desde la primera nota el sonido fue tirando a perfecto con una sección rítmica poderosa, armónica y efectiva que es como se precisa cuando de sonidos negroides se habla. El pop y el swing ya lo ponían la voz y la guitarra de un Dr. Robert que para nada recordaba al glamouroso intérprete de su primera etapa, a la vez que los adornos y las melodías de respuesta eran responsabilidad del saxo y opcionalmente de los teclados en aquellas canciones pocas que lo requirieron.
La primera referencia a aquel, previo, "Animal Magic" que les colocó en primera línea fue "Wicked Ways", sin aquellos coros femeninos que la edulcoraban en su versión original obviamente pero que a cambio sonó mucho más a club nocturno, a una banda de cuatro miembros, sobre todo con el apoyo del saxo perfectamente imbricado en la contundencia del sonido.
Robert Howard lleva viviendo en España desde hace unos cuantos años, así que aprovechó para chapurrear en español y contar lo mucho que le gusta el lugar y de paso quejarse de las políticas de su país natal que han desembocado en el Brexit y si, cosas que son de aplauso fácil, salvo que en este caso vienen de un tipo que tiene un pequeño olivar al sur de Granada y tras otra incursión a canciones de su segunda etapa en forma de "Crying For The Moon" acelerar un poco los biorritmos con ese bajo abrasivo con el que comienza "Choice?", aquel single que sacaron con Sylvia Tella en una versión desnuda, cruda y absolutamente bailable. Porque a estas alturas del concierto el groove de la base rítmica se había hecho dueño de la situación, así que claramente no se echaban de menos los arreglos efectistas ni las coros femeninos porque la fuerza venía de mucho más adentro y como ya se había alcanzado el punto de ebullición en el que el funk y el soul campan a sus anchas los coros femeninos, esta vez del público, se arrancaron a cantar el cumpleaños feliz al Dr. Robert (en realidad había cumplido los años unos días antes) para que, previo beso lanzado a la audiencia, sonaran las notas de "It Doesn't Have To Be This Way ", que además de ser un tema incontestable es una canción feliz, de esas que cantan todos, y hemos quedado que todos tenemos derecho ¿no?.
Ese punto álgido de concierto se mantuvo con la muy rumbera "Said Two Much", que sirvió, no solo para que el Dr. Robert moviera los brazos de una forma aflamencada, sino que además dio pie a un corto y efectista solo de batería y a que la guitarra de Howard se aventurara por otros parámetros distintos a los acordes y riffs canónicos del funk por los que había transcurrido anteriormente, para seguidamente acometer con su particular versión del "You Don't Own Me" de la excelsa Lesly Gore y que les coló en su día en la banda sonora de Dirty Dancing.
The Blow Monkeys hace mucho que por decisión propia, o quizás forzados por los cambios estilísticos de una nueva década, decidieron parar, al igual que de la misma forma decidieron volver casi veinte años después pero ya, y como dice el propio Dr. Robert, no aspiran a ser un revival nostálgico de los ochenta, sino más bien recuperar las esencias de sus principios antes de que su acercamiento al éxito tiñera sus canciones de una excesiva, y por lo tanto limitada en el tiempo, superproducción de coros, arreglos de cuerda y percusiones varias. Ahora son una banda que se siente más de clubes pequeños donde se sienten más cómodos y rodeados de gente que un día fue feliz con su música y a los que, visto su actual desempeño, no defraudaron. No está nada mal volver a los orígenes como forma de supervivencia y además hacerlo de una forma tan solvente.