A juicio de los que saben, las aves son los últimos dinosaurios que permanecen en nuestro planeta. No deberíamos permitir que a los descendientes les sucediera lo mismo que a sus padres remotos. Por la misma razón, estamos obligados a cuidar de pájaros tan singulares como Mark Oliver Everett (1963), conocido también como Mr. E, el líder de la banda Eels, que no solo nos sorprende con cada disco que publica, sino con cada canción de cada disco con la que nos desconcierta. A veces cuesta entenderlo, ¿será por el acento de Virginia? Pero eso también nos pasa con el canto de los mirlos, no comprendemos su código, y no por eso deja de ser bello e incluso imprescindible escuchar su “voz”. Everett ha compuesto, sin pretenderlo tal vez, un buen número de temas que se cuentan entre los más bellos del cancionero estadounidense de las últimas tres décadas. Varias de estas canciones están dedicadas a los pájaros, por los que Everett siente debilidad. ¿Por qué, si no, iba a proclamar “I Like Birds” (Daisies of the Galaxy, 1998), y el todavía más explícito, “I´m a Hummingbird” (“Tomorrow Morning”, 2010)? O, ¿qué seguidor no se acuerda de “Little Bird” (“End Times”, 2010)? Gracias a ellas el mundo es mejor, menos aciago.
En la portada del libro al que está dedicada esta crítica, escrito por el personaje presentado en el párrafo de arriba, aparece un ave de plumaje azul. Ni con la ayuda inestimable de mi amiga Ana Ruiz, aficionada a la ornitología, y de su profesor, hemos sido capaces de averiguar a qué especie pertenece. Al parecer, la ilustradora Geninne D. Zlatkis ha reunido características de varias especies de diversas procedencias. Se trata, por lo tanto, de un ave imposible, una “rara avis”. Everett emplumado, ¿no es así? Cualquier afán por catalogar su música terminará fracasando igual que hicimos nosotros.
La música además de escucharse, puede leerse con similar deleite. Los editores de Blackie Books compraron los derechos de este libro (publicado en Norteamérica en 2008) y lo publicaron en nuestro país un año después, lo que supuso el despegue en el mercado del libro español de este sello independiente. Según Rocío Valverde, propietaria de mi librería preferida, Jarcha, sita en el barrio madrileño de Vicálvaro (Vicalvarock para otros), esta editorial acudió en el mejor momento posible al rescate del libro, considerado como un cofre hermoso y perdurable, que por entonces estaba siendo amenazado por la irrupción del fantasmagórico libro electrónico. Apoyados en su asombroso catálogo infantil, Blackie Books apostó, en consideración a los lectores adultos, por aunar dos de las cosas intangibles e inútiles que mitigan la sensación de ausencia de sentido que atenaza nuestras existencias inciertas: la música y el relato humorístico de nuestros contratiempos. 16 ediciones después, “Cosas que los nietos deberían saber” (“Things the Grandchildren Should Know”), traducido por Pablo Álvarez Ellacuria y con Rodrigo Fresán de telonero, continúa haciéndonos felices, y eso que lo que cuenta no es como para bromear.
A lo largo de su veintena y treintena, Everett sufrió el asedio de la desgracia familiar. Tres golpes mortales sucesivos, atroces, que abordó, con la única ayuda de una grabadora de 4 pistas, en un particular y extremo duelo musical que inició con el sobrecogedor “Electro-Shock Blues” (1998) y completó con “Blinking Lights and Other Revelations”, donde está incluida la canción, grandiosa, que puedes escuchar al final de este artículo, que además Mr. E escogió como título de su “memoir”. Es, en resumen, la modesta y emocionante confesión de una persona que está aprendiendo a vivir solo en el mundo. Entre los versos de esta canción es posible encontrar el motivo por el cual escribió “Cosas…”, una suerte de terapia narrativa: “soy el único que sabe cómo es esto, así que será mejor que te lo cuente antes de que me vaya”. Por aquel entonces no tenía hijos, ni mucho menos nietos, pero, como afirma en la página 214: “Mejor que deje escrito cómo ha sido ser yo para que no tengan que hacerse las mismas preguntas que me hago yo sobre mi padre”, fallecido en 1982. Falta menos para que el hijo de E, nacido en 2017, pueda leer lo que su padre dejó escrito sobre su abuelo. El duelo musical (y literario) que concluyó con la escritura de este libro suscita el recuerdo de la disyuntiva desesperada que se planteó Jorge Semprún, víctima del odio político del nacionalsocialismo, y superviviente del campo de concentración de Buchenwald. Tenía que decidir entre “la escritura o la vida”. Everett eligió la música, que ya le había tendido una mano en su hoyo adolescente de drogota y raro de Instituto. ¡Qué sería de nosotros sin los raros de Instituto!
En el bajorrelieve de algunas estelas funerarias romanas aparece el difunto sosteniendo delicadamente entre sus manos una paloma o un pájaro similar. Representa el alma del difunto y el deseo de sus allegados de que, al menos, ella perviva y haga compañía de alguna enigmática manera a los que siguen adelante echándoles de menos. Everett alberga la misma confianza, sin que ello contradiga su escepticismo religioso. Sabe que los que se marcharon prematuramente, (“three ghosts” insinúa en “Where I´m From), sin explicaciones ni consuelo, regresarán bajo la apariencia de pájaros que buscan un nido acogedor donde poder empezar una nueva vida. Él puede ofrecerles la hospitalidad de sus delicadas canciones: “If you're small/ And on a search/I've got a feeder for you to perch on” (“Si eres pequeño/y estás buscando/yo tengo un comedero donde puedes posarte”). El libro es congruente con sus canciones, no hay velados mensajes ocultos en indescifrables metáforas sino breves confesiones demasiado honestas para no tomárselas en serio.
A Mr. E le habría gustado conocer mejor a su padre. Al físico Hugh Everett III se le atribuye la autoría de la hipótesis de los universos paralelos mientras estudiaba en Princeton. Ellos dos, padre e hijo, vivieron vidas paralelas aunque habitaran en el mismo hogar disfuncional. El músico, no obstante, se las arregló para encontrarse de nuevo con él y conocer de veras a su padre. Nadie debería perderse el documental de la BBC sobre esta relación póstuma, se llama “Parallel Worlds, Parallel Lives”. Quien lo haga obtendrá un gran provecho espiritual, y de paso, descubrirá que la postergación inicial de la teoría tuvo que ver probablemente con el aislamiento que escogió el padre y la consiguiente adolescencia difícil del hijo. De acuerdo con la teoría de los universos paralelos, que los científicos no se enfaden, un gato (el de Schrödinger) puede estar vivo en un universo y muerto en otro, al mismo tiempo, al igual que un electrón puede estar en dos lugares distintos a la vez. No obstante, E resulta ser uno de esos hechos problemáticos que cuestionan las teorías vigentes, pues en su libro (y en sus canciones con Eels), consigue que dos cosas que son en apariencia incompatibles, ocurran simultáneamente en el mismo universo. No hay ninguna otra biografía que reúna un número tan abrumador de experiencias traumáticas y despierte, sin embargo, en quien lo lee un fervor tal por la vida. Ni hay un ogro, es francamente feo, que a la par sea tierno y bueno, como lo es él (salvo el ogro verde al que prestó sus canciones) ¿Habrá que corregir entonces la teoría?
Everett hijo ha cogido gusto a la ciencia y ha postulado la ley E, por la cual es posible la transformación del dolor en una desconocida energía creativa y vital, que ha dado lugar a varios discos sobresalientes, lanzados después de los dramáticos sucesos que son abordados en el libro, y decenas de conciertos arrebatadores, que ha publicado gustosa y puntualmente, similares al que ofreció en la Riviera (en Madrid) el pasado domingo 30 de abril. No parecía él, sino “Dusty” Hill, el ZZ Top que parecía haber regresado, después de abandonarnos por desgracia hace un par de años. Ni siquiera con esa pinta fue capaz de engañar a los pájaros que viven en la ribera del Manzanares. Everett es de los suyos, con barba de patriarca bíblico o sin ella. Los pájaros te adoran y nosotros también, “Beautiful Freak”.