Estadio Olímpico Lluís Companys, Barcelona. Miércoles, 24 de mayo de 2023
Texto y fotografías: Javier Capapé
Nueve meses de espera y dos horas de éxtasis. Algunos se preguntarán si merece la pena. Creo que los que me conocen y los que por aquí me leen saben perfectamente mi respuesta. Coldplay no ofrecen un concierto al uso. Llevan más de una década haciendo de cada una de sus citas un espectáculo que trasciende más allá de la música y se convierte en una experiencia inmersiva, ultrasensorial y casi mística. Es como si nos abrieran la puerta al cielo durante dos horas. Como si nos permitieran acercarnos a las estrellas y brillar con ellas. Sus conciertos son comunión, entrega, energía positiva y desconexión con nuestra realidad. Son una experiencia que todo mortal debería experimentar en su vida. Porque esas dos horas pueden cambiarte. Permitirte tomar conciencia de nuestro momento para resetear y empezar de nuevo. Son una auténtica fiesta sanadora y vital.
¿Podemos afirmar que es el mejor espectáculo musical que podemos vivir en este momento? A buen seguro la respuesta sería que sí, porque no hay nadie que quede decepcionado con ellos. Nadie. Ni con su pirotecnia, ni con el juego de luces asistido por las xylobands, ni con el carisma inigualable de Chris Martin (que se permite incluso parar bruscamente la interpretación de sus canciones si tiene que hacer algún comentario que compartirnos), ni con su repertorio. Sí, porque aunque en el setlist haya demasiado espacio para "Music of the Spheres", no se olvidan de repasar cada uno de sus discos (aunque en el caso del destacado "Everyday Life" sea de forma breve y testimonial). Los británicos son conscientes de lo que les ha regalado cada uno de sus álbumes, con los que han ido dando pasos de gigante hacia el mainstream, pero sin olvidar sus orígenes, como bien lo muestra el peso en el repertorio de "A Rush of Blood to the Head", con la imbatible "Clocks" o la estremecedora belleza de "The Scientist" (también estaba programada "Politik" en su primera noche barcelonesa, pero quedó relegada del setlist por el homenaje espontáneo e improvisado que brindaron a Tina Turner con "Proud Mary"). Tampoco pueden dejar atrás "Yellow", de su aclamado debut, uno de sus tótems. Una canción casi perfecta, historia de la música por derecho propio, y por eso le dan su merecido espacio, que todos intuimos cuando nuestras pulseras se iluminan de amarillo antes de empezar su cuenta atrás.
Las aportaciones de "Mylo Xyloto" se muestran de las más coloristas de la noche, con las pulseras multicolor haciendo su función integradora del espectáculo tanto en "Paradise" como en "Charlie Brown", algo similar a lo que ocurre con los temas de "A Head full of Dreams", cuyo "Hymn for the Weekend" interpretaron con sus caretas de alienígenas y Chris Martin progresando en el uso de la lengua de signos. Dejan tiempo también para el intimismo de "Ghost Stories", que estuvo presente con la magnífica e introspectiva "O", así como para uno de sus discos más esperados en la ciudad condal, ese "Viva la Vida" que con su tema titular levanta a cualquier estadio.
Por otro lado, podríamos echarles en cara su ligero abuso de las programaciones, en las que se apoyan casi por completo canciones como "Something Just like this" (a pesar de no perder un ápice de efectismo gracias al uso de la pirotecnia) o "My Universe" (donde la banda BTS aparece enlatada y únicamente presente en las pantallas que flanquean el escenario). También estas programaciones conducen las transiciones entre actos como ocurre con la versión hacia atrás de "The Scientist" o las marcianas "Infinity Sign" y "Aeterna", una nueva composición que posiblemente forme parte de su futuro disco en una línea excesivamente discotequera.
Toda la velada es una sucesión continua de cañonazos pop, de éxitos imposibles de no corear en este gran karaoke colectivo, en el que entran tonadas absolutamente enérgicas y poderosas como "Higher Power", que puede considerarse sin ninguna duda como uno de sus nuevos clásicos que perdurarán pasado el tiempo (además de una de las más acertadas de "Music of the Spheres"), "Adventure of a Lifetime" o "A Sky full of Stars". En esta última, a petición del propio Martin, se dejan de lado los móviles, aunque sea solo durante cinco minutos. Se abandona todo lo superfluo para centrarnos en la música y entrar en verdadera comunión con el resto de los presentes, algo que es ya muy difícil de ver en un concierto en directo de gran calibre, cada vez más dominados por la captura del instante preciso o del vídeo con el que presumir al día siguiente. En un espectáculo de estas características se necesita una desconexión digital así. Importan los efectos, pero ante todo la música, no nos olvidemos, por encima de la foto en las redes o del "yo estuve allí".
No sólo las pulseras sostienen los conciertos de Coldplay. No nos olvidemos que las guitarras de Jonny Buckland suenan por momentos más contundentes que en las versiones originales de "Adventure of a Lifetime" o "People of the Pride", por citar sólo dos ejemplos, o que las baterías de Will Champion mantienen ese pulso característico en todo momento, al igual que los bajos que tanto le gusta marcar a Guy Berryman en canciones como "A Sky full of Stars" o "Paradise". Y Chris Martin, ¿qué decir de él? Su presencia trasciende el espectáculo. Da igual que se ponga tras la guitarra, aporree el piano o recorra a saltos y gran velocidad la pasarela que le lleva al B-stage. Sabe dar lo que cada una de las 55.000 almas del estadio más quieren. Nos silencia, nos hace cantar con la intensidad que él requiere, nos hace bajar y elevarnos, nos sube al escenario y nos llena de vitalidad, que para lamentos ya tenemos el resto de los días tras la puerta del estadio. ¡Hasta su castellano nos convence!
Aunque únicamente presencié el primero de los conciertos en la ciudad condal, el repertorio apenas sufrió cambios en las cuatro noches, y quién más, quién menos ya sabía lo que esperar, incluso que el espectáculo se cerraba en lo más alto con la épica "Fix You", seguida de la prescindible "Biutyful", pero hasta consiguieron emocionarnos con "la canción de las marionetas" al sentir que esta gira se nos escapaba de las manos. Y así, en los últimos instantes de la noche, asistimos a esa coda final instrumental sostenida con toda la banda in crescendo con sus instrumentos en círculo (y The Weirdos como testigos) mientras los fuegos artificiales nos cegaban y el escenario quedaba presidido por ese "Believe in love" que nos deja sin palabras.
El miércoles 24 de mayo fueron algo más ajustados en tiempo de lo que ofrecieron el pasado verano en Londres, dejando el justo espacio a la improvisación al encarar alguna sorpresa al piano en la parte central del show. Esa noche nos emocionó la historia de una seguidora que subió al escenario con Chris y le dedicó la frágil "O" a su madre tras haber hecho pública la historia que le había llevado a ese concierto en redes y llegar a oídos del propio Martin. Éste y otros benditos desajustes (como el pilar que realizaba una castellera que dejó abrumado al cantante con su control del equilibrio hasta hacer detener el show) nos hacen pensar que no todo está controlado durante estas dos horas, aunque si todo está medido, bienvenido sea el control. Cada elemento del espectáculo forma parte de un show perfectamente engrasado dividido en cuatro actos diferenciados (planets, moons, stars y home) para inundar de magia cada metro cuadrado, que es lo que persiguen. Hacer de esta una experiencia inmersiva y única en la vida. Hasta podemos decir que sus desbarres en el C-stage forman parte de esa orquestación perfecta del espectáculo. En cada ciudad que visitan en esta gira invitan a algún artista local a tocar-improvisar con ellos. Muy cerca del público, casi como si se encontraran en la sala Apolo que los acogió por primera vez en nuestro país. En el caso de Barcelona, la sorpresa fue mayúscula al advertir que los cuatro ingleses iban a compartir varias canciones con los Gipsy Kings. Quizá la parte más cañí de la velada, pero igualmente provista de encanto al resonar en todo el estadio olímpico su famoso "Bamboleo" o "Volare". No sé si algún otro artista en el planeta se atreve en este momento a invitar a músicos tan variopintos al escenario, consiguiendo llegar a ese nivel entendimiento con unas estrellas globales de la talla Coldplay. Es digno de admirar, aunque siempre preferiré el rescate de algunas joyas olvidadas de su cancionero que la repentización con versiones ajenas, excluyendo aquí el homenaje ya citado que le brindaron a Tina Turner con "Proud Mary", a la que dedicaron también el concierto completo. Una canción que brilló en sus formas acústicas y que consiguió una ovación inesperada.
Si volvemos a la pregunta que planteaba al principio creo que está muy clara mi respuesta. Siempre compensa. Y no solo eso, un concierto de Coldplay como el vivido en la primera de las cuatro jornadas que nos han regalado en Barcelona, es necesario. Todo el que ha experimentado algo así sabe que trasciende lo estrictamente musical y va directo a formar parte de nuestra experiencia de vida. Una experiencia transformadora, única. Aunque podamos pensar que sobran unas canciones o echemos de menos otras, aunque nos cueste creer todo su compromiso medioambiental mostrado en ese corto inicial proyectado en las pantallas gigantes, siempre nos hacen sentir especiales a cada uno de los presentes. Sus conciertos son la mejor de las celebraciones. Revitalizan. Cada concierto está cargado de simbolismo, pero por encima de todo, de una emoción sincera y desmedida. Y Chris Martin sabe canalizarla como nadie con su público. Esta "música de los planetas, de las esferas" paró el tiempo en Barcelona durante la pasada semana y volamos hasta las estrellas. Y puedo afirmar con rotundidad que me sentí una de ellas.