Por: Kepa Arbizu
Pese a que el texto bíblico afirme que en el principio fue el verbo, la música, nacida con espíritu insumiso a cualquier ley que no pudiera ser inscrita sobre un pentagrama, hizo del ritmo, aunque éste surgiera de chocar dos piedras, su instinto primigenio de expresividad. Por eso, pese a que la evolución haya mostrado a géneros como el pop o el rock indefectiblemente unidos a una voz interpretativa, relegando a las expresiones netamente instrumentales a un papel anecdótico en cuanto a su presencia cuantitativa, no hay que olvidar que es en ellas donde permanece intacta la verdadera denominación de origen de cualquier lenguaje sonoro. Y poco importa el formato concreto que adopten, porque incluso uno activado bajo el “coeninao” nombre de Sangre Fácil, y pese a su vocación vanguardista o experimental, contiene ese férreo lazo de unión -sin necesidad de intermediarios- entre la interpretación musical y la esencia de los sentimientos.
Que la entente formada por dos ácratas talentosos como Javier Colis y Juan Pérez Marina , quienes recopilan en sus curriculum nombres de la talla de Demonios Tus Ojos, Mil Dolores Pequeños, Corcobado o Leone, iba a suponer un proyecto que repitiera esquemas en cada una de sus publicaciones era una opción poco probable. Bien es cierto que este segundo disco no se enfrenta a su predecesor marcando una ruptura radical, pero desde luego bajo ningún concepto se regodea en los frutos conseguidos por aquel. Una distancia anunciada ya desde una portada de la que desaparecen los nombres de ambos autores, indicio, confirmado por la escucha del contenido, que señala a un concepto más grupal, no obviemos que la formación incorpora para esta grabación a Adrián y Sergio Ceballos, a la batería y el bajo respectivamente, e incluso las esporádicas, pero fundamentales, intervenciones de Pablo Laguna al violonchelo . Una nueva alineación que inevitablemente conlleva darle un marchamo diferente a los temas, que si bien siguen acogiendo esa turbulenta naturaleza, su puesta en escena se asienta sobre más vértices, lo que además de conferirles un empaque superior les traslada a un contexto al que podíamos denominar bajo un mayor enfoque roquero, sin que eso suponga ninguna delimitación ni cortapisa a la hora de expresarse con amplitud de registros y matices.
Cuando unas composiciones optan por prescindir de las palabras, la lógica impone que todos los demás elementos tienen que exponenciar su labor de cara a reunir las capacidades suficientes como para hacer que cada pieza contenga la suficiente entidad por sí misma, lo que habla tanto de la necesidad de exprimir los talentos en la faceta instrumental como de dotarlas de una visión más amplia, incluso cinematográfica, que construya entorno a ellas un discurso sonoro de envergadura. De tal ecuación se deduce, como así es, que las canciones que forman este disco, más allá de las influencias o referencias que manejan, se manifiestan como pequeñas historias, o fotografías, que incluso pueden concatenarse unas con otras, cuando no directamente tejer todo un continuo argumental. Bajo esa premisa podemos aventurarnos a entender que el tema inaugural, “Otro Forastero”, iniciado con el ánimo impetuoso con que se recibe al recién llegado, trasladado a una base rítmica palpitante a ritmo de twang-blues, convierte una segunda parte más sigilosa en el puente que la enlaza con “El Intruso", donde ahora se perciben esos mil ojos amenazantes lanzados sobre su figura protagonista a través de un post-rock afilado y chirriante.
Que el manejo de las guitarras sigue siendo un elemento primordial, aunque no exclusivo, a lo largo del disco, al igual que su tañer arengado por aquellos, como Marc Ribot, Robert Fripp, Nels Cline o Thurston Moore, que han logrado irradiar a través de su ejecución una caleidoscópico idioma sonoro, queda sobre todo en evidencia en temas como “En la Carretera Perdida”, que guardando fidelidad a David Lynch, refleja su viaje entre desbocadas líneas eléctricas que, como si de diferentes insectos en un vuelo anárquico se tratasen, asumen cada una su propia identidad. La reunión de un mayor número de integrantes para dar vida a este repertorio le permite buscar alianzas colectivas con bandas como Pere Ubu o Swans, lo que habla de una ruidosa y heterodoxa contundencia que dominará una “No se puede (más)” que alcanza su clímax de la mano de un apabullante solo de batería final, perfecta simbología de la enajenación, o apostando en “Sirenas de Interior” por un contexto formalmente más asentado, un terreno que incluso se volverá más clásico y contenido en “Besos en el Laberinto”, donde haciendo caso a la lujuria escondida en su título desembocará en una pálpito más lascivo. Un mapa variable de intensidades y sensaciones que se completarán con pinceladas procedentes de “Béjar Blues”, que haciendo honor a su nombre despliega el mencionado género con la sutilidad y sequedad de unos Guadalupe Plata en reposo; reproduciendo en “Barrocoide” un escenario donde se dan cita lo vodevilesco y los almidonados salones de la corte, lumpen y la nobleza compartiendo vergüenzas, o el onírico ánimo desatado por “Siete Mayores”.
Convencer actualmente a las huestes musicales con un proyecto enteramente instrumental no es un tarea que se antoje especialmente fácil, siempre ha resultado más llevadero ofrecer melodías de inmediata absorción y armonías vocales que poder ser almacenadas en el cerebro del oyente. Pero si algo ha trasladado la carrera de Javier Colis o Juan Pérez Marina es que lo suyo no es navegar entre aguas de llevadero caudal ni encabezar empresas exentas de riesgo. Constantes en una trayectoria y que se dan cita de manera majestuosa en Sangre Fácil, y especialmente en este segundo capítulo, que discurren alejadas de esos páramos más transitados y desde los que rara vez se arriesga a descubrir lo que se esconde tras la careta convencional. Un desafío que esta alianza de guitarras asume, haciendo de sus sonidos un mapa que no conduce hasta ningún idílico paraíso, probablemente porque su aspiración no es generar arcadias donde preservarnos de nosotros mismos, sino precisamente enfrentarnos a ese travesía que, tanto cuando se asoma al interior como cuando otea el exterior, vislumbra el horizonte entre suculentas líneas torcidas y temblorosas.