Por: Kepa Arbizu
Si tuviéramos la potestad de customizar a nuestro antojo una banda de rock and roll, otorgarle como localización donde registrar su nacimiento un enclave carismático de la talla de Nueva York, incluso más concretamente en el populoso barrio de Brooklyn, no sería en absoluto una mala opción. En el plano estilístico, dotarles de un buen conocimiento y destreza con el blues primigenio -y sus derivaciones- en connivencia con la rabia del punk significarían condimentos casi idílicos para generar una formulación de explosiva naturaleza. Unos elementos a priori inmejorables que fácilmente son trasladables del plano imaginativo al real si hacemos mención a Daddy Long Legs, quienes conjugan dicha ecuación en un tercer disco, “Street Sermons”, donde, más allá de esos parámetros, son capaces de manejarlos con una enérgica y personal expresividad.
Acostumbrados como estamos a ver las calles copadas de franquicias o empalagosas tiendas de todo tipo, a veces nos olvidamos que cuando el horario laboral se marchita, ese paisaje de desmedido afán consumista se desvanece para dejar paso a otro espectro de población, en este caso devota de la nocturnidad y que hace de los tugurios, de estruendosa música y turbio ambiente, su lugar de residencia predilecto. Porque ese, y no otro, ha sido, y sigue siendo, un campo fértil para la procreación de tantos y tantos grupos. Y sin mucho espacio para la equivocación, y más si tomamos la reivindicativa, en cuanto a actitud, portada del nuevo álbum de este terceto capitaneado por el armonicista y cantante, Brian Hurd, quien es responsable del pseudónimo con el que bautiza la formación, no parecen tener su punto de inspiración muy alejado de las barras de bar ni de la suma de madrugadas hechas de barro y sudor. Un entorno que se refleja bajo visceral ritmo a lo largo de sus canciones.
Puede que los ídolos del rock and roll o estén ya fenecidos o hayan acabado decorando camisetas de alguna marca de moda, pero eso no debería alejarnos del furor emocional con que se construyó en su origen este género. Unas enseñanzas que si bien dicen estar llamadas a sucumbir por nuevas modas o lenguajes musicales, siguen siendo el abecedario esencial de todo un colectivo, puede que escaso en número pero digno de tener en cuenta, insaciable a la hora de alimentar su furia vital. Un desgarro expresivo, a veces usado como vehículo con el que escapar de las miserias y otras para encararlas con determinación, dibujado entre estridentes sonidos de guitarra y micrófonos supeditados al aullido temperamental. Y es precisamente en ese terreno, donde Daddy Long Legs actúan como profetas laicos.
No hay atisbo en estos hijos de la "gran manzana" de que hayan olvidado bajo ningún concepto que el blues, y por extensión los sonidos negros, son los legítimos progenitores de toda la catarata de géneros que han ido copando las ramas de su árbol genealógico. Y qué mejor manera de mentar a esos maestros inspiracionales que abrir este disco con una homónima canción que sitúa un pie en el lamento surgido hace un siglo en el Delta del Mississippi y otro en su representación más secular, es decir el gospel, todo ello impulsado por percusiones de vibrante funk. Primeros salmos para un sermón teñido de ímpetu que no necesitará palabras para mostrar su enfurecido carácter en una instrumental de categórico nombre, “Harmonica Razor “, donde la protagonista es una arrebatada armónica. La misma que viajará en “Rockin' My Boogie “ hasta la ciudad del viento, Chicago, para embeberse de su tradición musical. Si en la tabernaria y de ánimo burlesque , “Ding-Ding Man”, parece instalada en alguna mesa del fondo la efigie de Robert Johnson, el desmelenado trote campestre con que se desarrolla “Electro-Motive Blues” colaborarán a multiplicar los dialectos utilizados por el idioma del diablo.
Incluso el único momento en que enmudece la electricidad para dar paso a un bellísimo tema, “Star”, cargado de una melancolía exprimida entre los Waterboys mas nostálgicos y los Kinks de resaca cabaratera, o los melódicos engranajes asociados a la Motown, interpretados con la profundidad de un Elvis Presley, visibles en “Stop What You're Doin'”, siguen perteneciendo a ese retrato visceral que ni mucho menos, a pesar de bajar las revoluciones, supone una declaración de paz. Una airada contienda que tendrá como vanguardia a varias piezas de concluyente intensidad, unos envites que clamarán bajo un rugido primitivo para construir un esqueleto tan dinámico como inquebrantable. Armazón soldado a conciencia indistintamente bajo el tajante rhythm and blues a lo Dr. Feelgood en “Nightmare”, apelando por medio de “Been a Fool Once “ a la pegadiza rotundidad de Eddie and the Hot Rods o aunando la agitación rítmica de Bo Diddey con la vehemente atmósfera de Gun Club para lanzar la categórica “You'll Die Too”. Corajinosos ademanes que no les exime de la capacidad para mostrarse esbeltos al quedar reflejados bajo el elegante psychobilly que es “Silver Satin”.
“Street Sermons” no está hecho solo de la rabia que produce asomarse a ese despropósito cada vez más cómodamente asentado en la realidad cotidiana, sino que es una invitación a clamar contra la nueva ley de turno que vuelve más gris el futuro; los diferentes colores pintados en los mismos tambores de guerra de siempre o simplemente por esa mirada no correspondida entre el tumulto. Todo un repertorio de imponentes estribillos y sugestivas melodías construidas con el fin último de ser entonadas voz en grito a esas desvergonzadas horas en las que ya se despide la estabilidad pero se conquista la exaltación de las emociones. Este disco constituye, desde su crudeza, una majestuosa demostración de por qué el rock and roll, cuando brota desde las entrañas y el talento flirtea abiertamente con la pasión, sigue siendo ese inmortal lenguaje que por primera vez nos invitó a brindar conjuntamente por la dulce perdición mientras nos enseñaba a bailar entre paisajes en ruinas.