Sala Oasis, Zaragoza. Viernes, 21 de abril del 2023
Texto y fotografías: Javier Capapé
“Hablando solo” se nos ha hecho mayor. Ha perdido esa juventud que parecía eterna y ha cumplido nada menos que veinticinco años. Ariel Rot lo está celebrando como se merece. Dándole una segunda vida al que pudiera ser uno de sus discos en solitario más definitorios y sobresalientes (rivalizando con “Cenizas en el Aire”). Ariel nos recuerda el que fuera su nuevo pistoletazo de salida tras la disolución de Los Rodríguez y lo hace reivindicando la esencia del rock, ese que creíamos que nunca iba a desaparecer cuando el siglo XX llegaba a su fin y que ahora cuesta encontrarle su sitio entre las nuevas hornadas. La sala Oasis así lo demostraba, pues la edad media rondaba los cincuenta, pero unos cincuenta bien despiertos y deseosos de ese elixir de la eterna juventud que es el rock, algo de lo que este argentino es nuestro mejor ejemplo. El disco “Hablando solo” se merecía una contundente puesta de largo en la mítica sala zaragozana (para su presentación original Rot nos congregó en la más modesta Casa del Loco) y la verdad es que si no fuera por las canas hubiera parecido que estábamos en aquel lejano 1997 en el que oíamos rugir por vez primera algunos de estos riffs de guitarra y vibrábamos con la frescura de este quinteto clásico. Porque para esta gira de aniversario Ariel Rot ha reunido a la misma banda con la que se rodeó en su gira original. Tito Dávila y sus teclados sedosos, Pablo Serrano y Jacob Reguillón con la sección rítmica, y el mítico Ricardo Marín (al que acostumbramos a ver cerca de Manolo García) soltando trallazos con las seis cuerdas y crecido desde el primer minuto. Ya en su momento esta banda nos entusiasmó por complementar a la perfección con su juventud al veterano Rot (solo Tito Dávila era un consagrado músico por aquel entonces), pero ahora, con su mochila cargada de experiencias en la carretera, suenan mucho más compactos y hacen crecer más si cabe a estas canciones, que ya de por sí son diamantes en bruto. Por eso mismo, Rot apenas se desvió en el setlist de este “Hablando solo” o de su sucesor “Cenizas en el Aire”, dejando el espacio justo para su particular himno al músico de carretera “Hoja de ruta”, para la nostálgica “El mundo de ayer” o para la más épica (con recuerdo a Bunbury incluido) “Adiós carnaval”.
Como si de los Attractions se tratase (con los que en su día registró el disco en el estudio), los músicos arroparon al argentino como la mejor banda que haya podido tener en todos estos años de carrera. La sala ayudó y la entrega del personal también, pero por encima de todo pudimos ver a Rot encantado con el resultado, feliz de volver a estas canciones y perderse en ellas una vez más. Nos dio una lección de rock mayúsculo y musculoso desde el primer acorde del “Vals de los Recuerdos” a la apoteosis final de “Dulce condena”, pero por en medio nos dejó grandes chispazos de genialidad como cuando encaró el infalible funk de “Te busqué” o la apocalíptica “La última cena”. Dejó que jugáramos con él en el final de “Bruma en la Castellana” cual coro desatado y nos engatusó una vez más en sus redes con la inmensidad de “Vicios caros” o con la piedra roseta de su repertorio “Me estás atrapando otra vez”. El ritmo apenas bajó en toda la noche, salvo puntualmente en el arranque de estas dos últimas o de la confesional “Cenizas en el Aire”, que pone más los pelos de punta si cabe con el paso de los años. Y así, uno a uno, fueron cayendo sus más emblemáticos temas de esos últimos años noventa, esos que formaron un maravilloso disco de rock en directo como fue el lejano “En vivo mucho mejor”, allá por el año 2001. “Dos de corazones”, Geishas en Madrid”, “Hasta perder la cuenta”, “Al amanecer” o “Confesiones de un comedor de pizza”. Una auténtica fiesta sin frenos presidida por los solos de guitarra y por esa magia en los fraseos de Ariel que nadie desea que termine nunca.
Hubo espacio también para volver los pasos a Tequila con la acelerada “Necesito un trago” o a Los Rodríguez con “Milonga del marinero y el capitán”, que siempre consigue levantar hasta al más perezoso de la sala, aunque de esos hubo muy pocos el pasado viernes. Todo el mundo vino a corear las canciones, a desgañitarse si la selección de temas lo requería, a “soltarse la melena”, como dirían algunos (quizá una expresión también muy acorde con el público presente). En definitiva, a dejar que ese “Baile de ilusiones”, tan bien descrito en uno de los temas que han perdurado de este disco celebrado desde entonces, fuera la lección que todos estábamos buscando: “el que tenga un amor que lo cuide y que mantenga la ilusión, porque la vida es un baile de ilusiones y el que no baila está muerto”.En un momento de la noche Ariel se refirió a todos los presentes como auténticos “sobrevivientes” del rock, pero en este caso habíamos optado por una sala de conciertos en lugar de una isla desierta para perdernos con él. Eso es lo que somos muchos, o por lo menos lo que representa a la perfección el propio Rot, un experto superviviente de un género que ha sabido perpetuar en nuestra escena como nadie. Él trasladó el rock "stoniano" hasta nuestro país, antes siquiera de que lo pisaran los británicos, con sus insustituibles Tequila, lo volvió a renovar con los irremplazables Rodríguez, y disco a disco en solitario (aunque ahora hace ya mucho tiempo que no nos regala ninguno nuevo) lo ha seguido defendiendo y reflotando. Son sus bases y su vida. Lo que mejor sabe hacer. Y lo cierto es que nosotros tampoco necesitamos más. Lo queremos seguir viendo así, como lo hemos encontrado al inicio de esta gira de celebración de los veinticinco años de “Hablando solo”. Con su fiel sonrisa y sus riffs certeros. Sin florituras. Porque sabemos que cuando agarra esa telecaster y hace que sus cuerdas lloren con cada uno de sus solos que nos llevan a la estratosfera no necesitamos nada más. Ariel Rot no está hablando solo. Sus conciertos, su música, su pasión en todo lo que hace (sirva como ejemplo esa exquisita forma con la que condujo el programa “Un país para escucharlo”) son una viva conversación. Está hablando nuestro mismo lenguaje, el del rock, y después de esta noche tenemos un poco más claro que sobreviviremos con él.