Es un misterio de dónde pueden haber salido estos tres seres de luz, y nunca vendría tan a cuento la ya manida y desprovista de significado expresión, aunque sea de dominio público que su base de operaciones y logística básica se encuentra en el Puerto de Santa María. Allí ya sabemos también que reside y trabaja a destajo el gran Paco Loco, alma mater y mente bien (o mal) pensante de un proyecto anárquico y libre que se mete en el estudio cuando los huecos en la agenda se lo permite y gira de forma más o menos regular ofreciendo espectáculos impagables, normalmente no apreciados por una mayoría más preocupada por darse un baño de multitudes o invertir mayores cantidades de tiempo y dinero en las respectivas zonas de confort. Nada que deba preocuparles.
Lo extraño de encontrarte a estos tres señores, cuya falta de prejuicios y probada solvencia musical van de la mano, con esos chocantes atavíos y haciendo música conscientemente minoritaria, es que a ti no te resulten tan extraños. Los consideras casi de la familia, por la cercanía y complicidad que transmiten. Tampoco te parece descabellado que un productor prestigioso dentro y fuera de sus propias fronteras acabe cada concierto medio en pelotas, luciendo calzoncillos y calcetines en las antípodas del morbo y convirtiendo dicha imagen en una seña de identidad más. Y todo eso se debe a algo muy sencillo, que no es otra cosa que la convicción de que grupos como los Jaguares de la Bahía existen, entre otras muchas cosas, para que una sala como Ambigú Axerquía se enorgullezcan de dejarse guiar por el riesgo y la ambición de mostrar la escena más alternativa en su máximo exponente. Locos de atar acabamos todos y todas después de comprobarlo. Una locura que durará hasta su próxima visita.