El documental “Jorge, una travesía de Coque Malla” (2022), dirigido por Cristina Martín y María José Martín, no provoca ningún sobresalto. A fin de cuentas, ha sido producido por el propio Coque Malla. Dicho lo cual, es un testimonio cabal, que merece la pena disfrutar, de la singular “travesía” del “astronauta gigante”, el nombre con el que el artista madrileño ha bautizado al último y extenso recopilatorio que ha tenido a bien publicar.
El documental presenta un esquema convincente: para empezar, el éxito rotundo de “Los Ramones”, ¡en qué estaría yo pensando! Quería decir “Los Ronaldos”; a continuación, el extravío durante una década del “astronauta” (así se llama el disco con el que dio comienzo en 1999 su etapa en solitario), asediado por los fantasmas de la depresión y de la ansiedad, lo que no le impidió echarse a la carretera, acompañado de Álex Olmedo, caminando dignamente a la sombra de su éxito; y para terminar, el reconocimiento que regresa puntual a partir de “La Hora de Los Gigantes”, “Termonuclear” y “El Último Hombre en La Tierra”. Este es el disco que resulta más decisivo en el documental, aunque el primero de los tres, según mi parecer, es tan digno de elogio como el último.
Hay una vocación subyacente e inextinguible en la aventura de Coque, un idilio con la música y con el escenario que se prolonga hasta el día de hoy. He sido testigo de ello en las “Noches del Botánico” y en el festival catalán “Som de Mar”, sólo hace unos meses. Jorge Malla Valle pertenece a una estirpe familiar que es teatral por excelencia, así que nació, en definitiva, de cara a la “cuarta pared”.
No es difícil identificar al artista de 2023 con el chaval del Instituto Santamarca que estaba loco por fundar, siguiendo los pasos de su hermano mayor, una banda de rocanrol junto a su amigo Alberto San Juan. Debajo de la camisa de seda, Coque lleva puesta la camiseta interior “Abanderado” que lucía él mismo (casi 40 años atrás) en el concierto de la sala Agapo que tanto dio que hablar entre los asiduos a los garitos de los “Madriles”. Por aquel entonces le escoltaban los Luises, Luis Martín y Luis García, y la garra del baterista Ricardo Moreno, quienes le arropan de nuevo en el documental. A raíz de aquello y del buen oído que siempre ha demostrado tener Jesús Ordovás, firman con EMI. Por parte de Coque Malla lo hacen sus padres, porque él no había cumplido todavía la mayoría de edad. Da comienzo de esta manera la leyenda del forajido con cara de niño, Coque, “The Kid”. Durante aquellos días, los del disco homónimo de “Los Ronaldos” (1987), Coque Malla llevaba en el bolsillo de su tejano la letra de “Adiós, Papá”, y Jaime Urrutia fue uno de los primeros en leerla. Esta canción tendría cabida en el siguiente disco, “Saca la Lengua”, el de la portada stoniana. La banda siempre dio en la diana con las portadas. Me extraña que el documental no otorgue la debida importancia a la grabación internacional en Bath, preciosa ciudad de Inglaterra, de “Sabor salado”, ni se acuerde de que el productor de este álbum fue nada menos que el músico de “terciopelo”, John Cale, quien supo reconocer la singularidad de la voz nasal de Coque Malla.
Coque, no obstante, nunca perdió el olfato y se guardó un as en la manga que sacó a relucir en algunos conciertos de reencuentro protagonizados por “Los Ronaldos”. La bola extra era “No Puedo Vivir Sin Ti”. Coque, con la ayuda inestimable de Dani Martín, deslumbrado por la llama de “Los Ronaldos”, estaba listo para regresar. El guion del documento visual de las hermanas Martín da a entender con razón que Coque Malla es un demiurgo concienzudo, capaz de componer formidables canciones que han sostenido en pie su trayectoria. Además de las ya citadas, la desafiante “Adiós, Papá”, o “No Puedo Vivir Sin Ti”, tan sencilla como efectiva melodía que ha ido descendiendo de revoluciones con el paso de las interpretaciones, la película se detiene especialmente en “Me Dejó Marchar”, cuya versión, realizada al alimón con Iván Ferreiro, en la grabación en vivo del disco “Irrepetible”, es digna de ser escuchada y recordada. Los duetos suelen ser apuestas arriesgadas para la mayoría de los músicos, salvo para Coque Malla, que siempre se sale con la suya. Coque Malla, además, da la impresión de que posee la llave maestra que abre la puerta de las canciones ajenas. El impacto de “Hace Calor” de “Los Rodríguez”, en los noventa, es buena prueba de ello, pero hay otros muchos ejemplos.
Es muy de agradecer que ninguno de los entrevistados (son numerosos y buenos; entre los más destacables: Ray Loriga, Suso Saiz, Arancha Moreno y Jesús Ordovás, sin olvidarnos de las consideraciones imprescindibles que hace el propio Coque) abuse del argumento tan irritante como ilusorio de la madurez. Hacerse adulto y responsable es una pesadilla artística, pues la madurez suele ser la apariencia que adopta el cinismo con el fin de hacerse respetar. Digan lo que digan los que, o bien no han leído, o no han entendido a “Peter Pan”, que dios bendiga a los músicos que no dan la espalda a su adolescencia. Aquellos que guardan como un tesoro esa parte del viaje en el que todo era posible e incierto. La adolescencia es la auténtica crisálida humana. Los artistas inolvidables se apoyan hasta el final en el impulso transformador que se desencadena en este período de la vida. La timidez que demostró Patti Smith al interpretar “A Hard Rain's A-Gonna Fall” en la ceremonia de entrega del Nobel de Literatura a su amigo Dylan, ¿a quién no le hizo recordar a esa chavala que deambulaba por Nueva York, pasando frío y hambre, con sus cuadros y poemas debajo del brazo? El torso desnudo de la “Iguana” manifiesta que es un insensato adolescente de 75 años. ¿Quién nos asegura que detrás del pelo enmarañado de Neil Young, mientras rasga con vehemencia las cuerdas de la guitarra, no hay un joven cabreado? Al igual que todos ellos, Coque sigue siendo “The Kid”, el forajido que te asalta y te mata con sus gigantescas canciones.