Por: Javier Capapé
Ha merecido la pena. Cada minuto de espera. Porque los que queremos a Iván Ferreiro sabíamos que este tiempo de reposo iba a dar sus frutos. Tampoco es que en estos siete años desde la publicación de "Casa" nuestro pequeño gran hombre haya parado, pues se ha pegado largos periodos de tiempo en gira (presentando el disco citado o con el imprescindible tour mano a mano con su hermano "Cuentos y Canciones"), además de dar forma a un libro o revisionar el cancionero de Golpes Bajos en "Cena Recalentada". Pero lo que todos queríamos eran canciones nuevas del gallego. Volver a reencontrarnos con su particular voz y su modo de contarnos esa genuina visión del mundo que nos brinda en cada canción y que tanto nos fascina.
Ya lo advirtió hace tiempo. Este disco iba a ser más filosófico a la vez que iba a intentar desarrollar al máximo las capacidades de la electrónica con la que armar las canciones, ya que la construcción del mismo se mantiene sujeta al desarrollo infinito de sus sintetizadores modulares, que han dado forma a la esencia de sus canciones, en lugar de hacerlo con el piano o la guitarra. Eso es Io que define a esta "Trinchera Pop" desde el primer momento que dejamos girar el disco. "Canciones para no escapar" así lo muestra a las claras. Abre el disco a modo de compendio de lo contenido en estas diez canciones, como un buen resumen del mismo, en sonido y actitud (no dejéis pasar ese solo ruidista que parte la canción en dos y la abre hasta expandirla mucho más allá). Se impone la electrónica sutil junto a una letra que te va sumergiendo poco a poco en todo este abanico de experiencias y lecturas filosóficas sobre nuestro día a día que tan bien muestran estas canciones. Las preguntas más allá de las respuestas, pero es que Ferreiro busca precisamente eso, plantearnos dudas, que de eso se trata vivir, y dejar abiertas las respuestas para cada oyente. En "La humanidad y la tierra" da un vuelco y apela a la ecología desde una de las melodías más reconocibles para aquellos que crecimos entre los setenta y los ochenta. "El hombre y la tierra" y Félix Rodríguez de la Fuente como ejercicio de reflexión sobre lo que podríamos haber hecho por nuestras futuras generaciones en este mundo que se inclina hacia la deriva más insustancial. Tanxugueiras le acompañan invitándonos a bailar, pero es la sintonía de Antón García Abril sampleada la que vuelve a cautivarnos como si estuviéramos escuchándola por primera vez, sin dejar que nuestros pies detengan el baile.
Cierta melancolía domina "Dejar Madrid", una de las más ligeras del lote, que sabe tocarnos la fibra con esos fraseos al recitar las estrofas y esa particular manera de hacer cotidiano y fácil lo que no siempre es tan accesible, pues su temática duele, asumiendo lo perdido y la partida con naturalidad y madurez, pero sin olvidarnos del dolor de los puntos y aparte. Rápidamente nos trasladamos a una de las canciones más acertadas en la carrera del gallego. La conocimos antes de acabar el pasado año y ya nos dio muestras de que lo que se traía entre manos era oro puro. Su sonoridad podía recordarnos a los mimbres del "Homogenic" de Björk mezclados con el particular universo inclinado hacia las maquinitas del vigués. "En el alambre" se nos entrega como un ejercicio de rendición, como la asunción de nuestros fracasos y el reconocimiento de una vida en el filo, en el alambre que nos pone entre la espada y la pared. Iván Ferreiro nos invita a asumir nuestro sitio, a rendirnos si es necesario, a no luchar siempre por agradar y llegar al final: "Por razón inexplicable del dolor, la belleza y el empeño de existir, si vivir es el alambre el resto solo es esperar, todo es esperar". Sinceramente, será muy difícil encontrar a alguien a quien no le remueva esta letra y no se reconozca en ella. Vivir "En el alambre" es entender que probablemente sea más valiente conquistar y asumir nuestro sitio, sin pretender siempre lo que quizá no vayamos a lograr.
"Gran columpio" se contonea y nos devuelve a aquel "Tio vivo" que alumbrara con sus Piratas en la etapa de "Relax", disco con el que más podemos emparentar a este último. Por su experimentación, por el protagonismo de la electrónica o por su intencionalidad expresa apostando por la no repetición. En esa línea de sorprendernos por la manera de encarar las canciones desde un prisma más inclinado hacia el juego está la arriesgada "Pinball" (con elegante autotune incluido) o "Miss Saigon", una de las más adictivas con un final en bucle maravilloso. Pero entendamos juego como un ejercicio libre, el que ejercen los hermanos Ferreiro para liberarse por completo y afrontar el disco entendiendo que se gana más en el camino que en el resultado final. Los Ferreiro nos demuestran así que son unos verdaderos artesanos de la canción y que entienden la música como un juego, algo que en el mundo anglosajón viene impreso hasta en el concepto de "tocar música" ("play").
El equilibrio es posible y se consigue en "Los puntos de Lagrange", que viene a ser como una segunda parte del mítico tema contenido en "Ultrasónica". Conmueve desde su perfil más acústico (es junto a "Dejar Madrid" en la que más guitarras podemos escuchar) y desde la manera de entonar de Iván, entre la solidez y el quiebro. Inigualable. Además, Ferreiro consigue nuevamente incitar nuestra curiosidad hacia la ciencia, encontrando en esta terminología precisa y técnica el concepto más adecuado que nos quiere transmitir. El hecho de invitarnos a identificar técnicamente estos términos, a ir más allá de las letras, es algo que muy pocos artistas consiguen. Sus títulos y versos a menudo están plagados de referencias y nos invitan a dar un paso más allá de las canciones, lo que a mi entender, siempre ha dado más valor a las mismas e incluso otras lecturas más interesantes de las que podríamos esperar a priori. "Los puntos de Lagrange" es el ejemplo más claro de ello. Y cuando parece que hemos sido capaces de encontrar ese punto de equilibro nos levantamos para gritar bien alto que la adversidad no nos da nada, que no es necesaria como motor de nada. Que solo debemos confiar en la necesidad, porque no salimos más fuertes de las adversidades, sino de las necesidades. ¡¡Ya está bien de ese discurso que solamente ensalza el sacrificio como si en la senda de la búsqueda y el disfrute no fuéramos capaces de crecer!! Eso es "Miss Saigon", una auténtica virguería pop que cuanto más la escuchas más quieres volver a ella y a su colosal progresión final.
Con "La gran belleza y la juventud" (título en homenaje al cine de Sorrentino) aterrizamos con calma y un punto de retorno a aquellas "Canciones para el Tiempo y la Distancia", sintiendo que pisamos terreno conocido, que también necesitamos algo de hogar entre estos surcos. Juega con nosotros y nos plantea formas de ver nuestra realidad, desde el creador al espectador, desde el pensamiento filosófico a la vida cotidiana, llegando al grito desgarrado y crítico que supone "En las trincheras de la cultura pop", canción que ya conocíamos todos aquellos que quedamos engatusados con la gira "Cuentos y Canciones". De hecho la canción está grabada en directo en uno de esos conciertos que dieron los dos hermanos durante 2021. No es una canción protesta, pero viene a reivindicar nuestras necesarias trincheras desde esa particular mixtura entre Max Richter y Vivaldi.
Podríamos decir que "Trinchera Pop" es un disco-paisaje donde importan tanto los escenarios como los mensajes abiertos, donde todo se inunda de un nuevo universo sonoro desde el que desarrollar las infinitas posibilidades que caben dentro de una canción. Hay espacio para todo y todos, desde Los Rodríguez a Bob Fosse, Max Richter o Félix Rodríguez de la Fuente. Pero sobre todo "Trinchera Pop" nos abre su espacio a todos nosotros y arriesga para encontrar esa idea precisa, ese sonido que haremos familiar desde los escombros. "Trinchera Pop" es un asidero para aquellos que necesitamos de una trinchera en estos tiempos de consumo rápido y despiadado. Para aquellos que apreciamos el valor de un disco como obra global, que reciclamos sus sonidos y les damos un nuevo rumbo. Para aquellos que solo confiamos en la necesidad y para los que tenemos la certeza de que vivir es el alambre en el que esperar, pero del que también tenemos que saber dejarnos caer.