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Doctor Divago: "La tierra prometida"


Por: J.J. Caballero

Pocas pegas se le pueden poner a una banda que lleva ya trece discos demostrando poderío, conciencia y compromiso. No solo con el pop hecho en una tierra promiscua para el pop como es Valencia, sino también con ellos mismos y con un público rendido a su talento de forma continua, al contrario que su propia trayectoria, más intermitente de lo deseado. Tal vez un signo de los tiempos convulsos para la industria y los músicos que nos ha tocado vivir, o quizá por su propio modus operandi, últimamente dado a la pausa que produce la maceración de canciones nuevas, tan sólidas como de costumbre, siempre deliciosas al oído e indelebles al buen gusto. Cinco años de espera para entregar “La tierra prometida”, una colección de temas que suenan a clásicos desde un nuevo punto de vista. Porque los Doctor Divago de 2023 son más viejos, más sabios y por lo tanto más astutos. 

Saben dónde está su nicho (odiosa palabra) de mercado, si es que algo parecido a eso aún existe, y cuáles son sus cartas ganadoras. No se tienen que esforzar demasiado para dar a luz unas cuantas canciones nuevas que, lejos de desmerecer a las inmediatamente anteriores, las amplían en algunos casos. Así, el sonido claramente sixtie de “La gloria y los insultos” no es más que el centro de un catálogo repleto de grandes muestras de rock de garage y power pop de alta graduación, evidenciado en “De puntillas, mejor dicho, levitando”, con las guitarras subidas solo hasta el tono justo en “El autillo vuelve a cantar” –dando lecciones de ornitología por el camino- y ofreciendo las dosis necesarias de melodías prístinas en “El día después”, puro optimismo post-pandémico. El tema apocalíptico con el que tanto nos han machacado debe quedar definitivamente atrás, y a ello se ponen al escribir “La verdadera luz” o trascender más allá de cualquier tiempo detenido en “El anciano de la tribu”, la enésima pieza de pop pluscuamperfecto en su magnífico currículo. El hilo temático es más claro de lo que parece, y al escuchar “Tan ocupado”, con esa línea de armónica como médula espinal, pueden surgir ante nuestras orejas muchos de los fantasmas de una sociedad contemporánea abocada a un fatal desenlace del que no queremos saber nada. Inconsciencia colectiva y canciones lúcidas para contrarrestarla. “Ojos de serrín” es una de ellas, de tono baladístico y vocación de single. Un trayecto sonoro de lo más completo para que no olvidemos que a la interpretación de la realidad se le pueden buscar muchos ángulos, pero solo una verdad. Y Manolo Bertrán la canta mejor que nunca, todo sea dicho.

Aparte de las múltiples referencias culturales que se incluyen en un disco extraordinario (entre otros, Cisco Fran, uno de los últimos e ignorados gurús musicales de la escena levantina, ronda por una de las estrofas a modo de homenaje), es indudable la impresionante capacidad de adaptación sin perder nunca las señas de identidad de un grupo esencial en la discoteca y el corazón de unos cuantos miles de amantes del pop sin aditivos ni condimentos innecesarios. El que nos arrebató el alma hace tanto tiempo y ante el que volvemos a esbozar una sonrisa de agradecimiento.