Por: Guillermo García Domingo
Los hongos que te hacen alucinar están por todas partes: el hongo psicótico que provoca la distopía de “Last of Us”; los 125 miligramos de hongo que se ha recetado Bunbury en los últimos meses, tal y como relata en “Microdosis” (Ed. Cántico); y el cornezuelo, parásito de la cebada, sintetizado en 1956 para dar lugar al LSD, que tanto tuvo que ver con el exilio de Syd Barrett en la “cara oculta de la luna”. La enajenación del primer líder de Pink Floyd se hizo notar de veras, aunque ya estuviera al margen del grupo desde 1968, en el increíble artefacto musical que se publicó un día como hoy (mientras escribo este artículo) de hace 50 años. En los Estados Unidos se estrenó tres semanas antes.
El Giradiscos además trae a colación este disco porque el aniversario coincide con la gira de Roger Waters por nuestro país, acompañado del prodigioso instrumentista Jonathan Wilson, el artífice de “Gentle Spirit”, que los buenos aficionados seguro que recuerdan. Àlex Guimerà ya nos ha contado elocuentemente su impresión del concierto que ha ofrecido el veterano Roger Waters en Barcelona hace unos días, en el que se integraron referencias ineludibles a aquella ópera rock, cuyas canciones se convirtieron en clásicos nada más entrar en contacto con el aire, al igual que le ocurre a la lava que se convierte al instante en basalto. El que se acerque al disco, comprobará que todavía no se ha enfriado. En esta cita operística (en 1973) no podía faltar una soprano, la voz arrebatadora de Clare Torry en el corte “The Great Gig in the Sky” así lo atestigua.
No era la primera vez que el grupo abordaba un concepto así. Gracias a “Discópolis”, el programa radiofónico de José Miguel López, tuve la oportunidad de escuchar y conocer “Obscured by Clouds”, álbum previo de Pink Floyd, concebido para la película “El valle”, dirigida por Barbet Schroeder. En esta grabación, subestimada injustamente, ensayaron satisfactoriamente el proyecto musical al que se entregarían plenamente durante buena parte del año 1972. Curiosamente, “The Dark Side of the Moon” fue probado en directo, mientras era grabado con las mejores condiciones técnicas del momento en períodos puntuales. Se tomaron su tiempo para hacerlo. Solamente aquello que se hace con la debida dedicación, perdura de verdad, sentenció un compatriota británico de los músicos de Pink Floyd, el doctor Samuel Johnson.
Este LP supuso la refundación “progresiva” del grupo, que ya había grabado siete discos anteriormente. El bajista de Pink Floyd tomó las riendas del grupo, con el permiso de Alan Parsons quien puso a disposición de la banda la excelencia técnica de Abbey Road Studios. David Gilmour se echó a un lado, aunque dejó su impronta en “Time”. Aunque sólo sea por esta intervención inolvidable es de recibo disculpar su falta de iniciativa. Los otros “greñudos” (Nick Mason y Wright, a la batería y a los teclados respectivamente) dejaron las letras en manos del bajista. A tenor de los resultados obtenidos, fue un gran acierto. Roger Waters hizo la visita que le debía a Syd Barrett, que habitaba en su “mundo lunático”, y de allí regresó con “Brain Damage” y “Eclipse”. Para componer el resto de las canciones hizo un agujero en alguna de las ventanas selladas de Abbey Road, con la intención de convertir el estudio en una “cámara oscura”, y que, a través del orificio, se colara el haz de luz (¿el de la portada?) y, de paso, el mundo exterior desquiciado de los setenta. Todo tenía cabida en el estudio que sirvió de anfitrión a los Beatles. “The troubles” que ardían en Irlanda del Norte, así como la maldita guerra de Vietnam. Pero también los sonidos menos grandilocuentes de la caja registradora, el tic-tac del reloj y los latidos del corazón. Los jóvenes miembros de la banda no eran tan pusilánimes como se presumía. El carácter sociopolítico y filosófico de los temas desmintieron este prejuicio. De este álbum en adelante, Pink Floyd se transformó en una banda decididamente política que tan pronto denunciaba el imperio del dinero, al que Thatcher y Reagan despejaron el camino, como la homogeneización cultural, el conformismo social o la educación autoritaria.
El diseño de la portada, corrió a cargo del equipo artístico de “Hipgnosis”, que firmó tantas tapas imprescindibles. Una de ellas es esta, la del prisma newtoniano, “simple e intemporal” como la ha definido acertadamente Fernando Forcada. La oscuridad del título (que alude al ostracismo que sufrió Syd Barrett) discute de manera estimulante con la imagen del haz de luz, cuya naturaleza íntima revela precisamente el prisma, porque la luz, como tal, es invisible a no ser que los objetos materiales se interpongan en su trayectoria. El sonido también es una onda invisible, aunque no es electromagnética. Da igual qué canción elijas del disco, las ondas de cualquiera de ellas se expandirán hasta ocupar todo el volumen del espacio físico en el que estés. No dejarán sitio a ninguna otra cosa, por importante que sea.
Sería pretencioso por mi parte aludir a las canciones más conocidas que ya han sido analizadas por personas mucho más capaces que yo. En cambio, voy a permitirme aconsejar a los lectores de El Giradiscos que escuchen los temas más ignorados del disco, y os aseguro que alucinaréis, sin tener que recurrir a los hongos que mencionamos al comienzo. Me refiero, por ejemplo, a las instrumentales “Any Colour You Like”, y “On the Run”, o a “Eclipse”, por favor, el final de la ópera, cuando el corazón del disco deja de latir.
¡Lo que daría por ser un joven aficionado que, por casualidad, lee este artículo y decide escuchar, por primera vez, “The Dark Side of the Moon”! No me puedo imaginar una experiencia más emocionante.