Margo Price: "Strays"


Por: Jesús Elorriaga

Hay aportaciones a la música que van más allá de lo meramente testimonial. Digamos que, con la tecnología actual y las infinitas referencias que puede encontrar uno en la Red, en academias o en el trabajo diario, con un poco de talento y esfuerzo, un artista tiene las posibilidades de crear una obra (con mayor o menor fortuna comercial), pero con todas las herramientas necesarias para llevarla a cabo. Lejos quedan los pioneros que fueron asfaltando los estilos y cuyo legado se enriquece con el paso del tiempo. Es evidente que de la Carter Family a Margo Price ha habido más que evolución, en este caso dentro del Country, o de la llamada música Americana de raíces. Por eso no se trata tanto de crossover, no estamos hablando de cruzar estilos como el que mezcla sin criterio pinturas en un lienzo. Hoy en día los músicos que destacan tratan de afianzar la posibilidad de, teniendo en sus manos la historia, las bases y el conocimiento de un género, crear formas personales de evolución, de transformar el mero concepto estilístico en una realidad cincelada por su propia experiencia vital. 

El cuarto disco de Margo Price, "Strays", es un buen ejemplo de ello. Una vida y una identidad marcada a fuego en diez canciones que van desde una extrovertida muestra de descaro y alegría hasta otras formas más atmosféricas de introspección. Price, de 39 años, ha pasado un año bastante intenso a nivel creativo. Después de sacar un disco en plena crisis mundial pandémica (el maravilloso "That’s How Rumors Get Started", 2020) dos años después publicó tres adelantos de Strays en la segunda mitad de 2022, además de una autobiografía, “Maybe We’ll Maket it” el pasado otoño. Este último disco y la novela tienen mucho en común, en especial la capacidad de empoderamiento de la artista, enfrentándose a las luces y a las sombras de su carrera musical y a importantes retos vitales ligados a la misma (maternidad, búsqueda de libertad artística, crítica política, desengaños y esperanzas amorosas, giras interminables, reivindicación de los derechos de las mujeres, etc). La intérprete de Illinois (aunque afincada en Nashville) desgrana en el libro las historias personales detrás de las canciones mientras que, en el disco, son estas las armas más letales que tiene para ajustar cuentas con su pasado y reivindicar el proceso de superación (y terapia continua) que vive en el presente.

Para ello, Price toma las riendas de la producción con la ayuda del músico Jonathan Wilson. Además, cuenta con la colaboración del ex Heartbreaker Mike Campbell (en esa oda al orgasmo y el placer femenino llamada “Light Me Up”), Sharon Van Etten, y la banda de country pop Lucius (en "Anytime You Call"). El músico madrileño Alex Muñoz, que produjo sus dos primeros discos, colabora con varias guitarras y coros. Price se desintoxica en sus palabras y en la búsqueda de un sonido propio abriendo la paleta de colores del género, acercándose al pop en “Radio” (con la colaboración de Van Etten) o al minimalismo íntimo del drama (y crítica institucional) que deja entrever en “Lydia”.

El disco empieza animándonos con una declaración psicotrópica de principios en todas las personalidades, ideas y formas que puede simbolizar en “Been to the Mountain”, que enlazaría perfectamente con “Change of Heart”, donde quiere hacer las paces con su pasado (y nos vuelve a unir al argumento principal de sus memorias). En este tema destaca un riff de guitarra de su pareja, Jeremy Ivey, con el que comparte créditos en la autoría de varios temas más, como el mencionado “Been to the Mountain”, “Landfill” o “Country Road” (un tema repleto de emoción contenida con un aire a los Fletwood Mac de "Rumours"), entre otros. Por cierto, este último tema está dedicado a un buen amigo de la pareja que falleció unos años atrás. De nuevo, las cuentas con el pasado, el recuerdo, la ausencia. Escenas similares que vuelven a aparecer en “Time Machine”, que destila un deseo casi naif en una melodía colorista, y que contrasta con la autodestrucción de “Hell in the Heartland”, más oscura pero sublime, espacial, curativa y que, a nivel sonoro, recorre la escucha como un aire que nos envuelve y eriza la piel. 

Margo Price nos lleva de viaje en "Strays" a través de una senda de lucidez donde dignifica el encuentro con los fantasmas que ocultamos debajo de la alfombra. Prevalece, así, una voluntad de avance que empuja a la artista, a través de sus canciones, a soportar la futilidad de la existencia en un entorno hostil, aceptando la vulnerabilidad que nos acompaña en cada sacudida, y apostando por la luz frente a las tinieblas. Con ese punto de sabiduría y de eterno retorno al momento pretérito en un disco que, con toda su belleza, cauteriza cualquier herida.