Hace unas semanas, mi amigo Juan Cordero, a propósito de otro artículo de El Giradiscos, me pidió que escribiera alguna vez sobre los “Swing Kids” de Hamburgo. Afortunadamente no ha sido necesario esperar mucho tiempo para hacerlo. Entre las páginas 46 y 52 del ensayo, “Dance usted. Asuntos de baile” de Luis Costa, publicado por Anagrama, el periodista musical y escritor de Barcelona describe la subversión del baile libérrimo, protagonizada por aquellos jóvenes alemanes, que representa lo opuesto a la coreografía militar de los desfiles que preconizan los regímenes autoritarios. Por esta razón y otras que Costa defiende con éxito en los primeros capítulos del libro, es necesario que “Dance usted” (como mandaba “Radio Futura”), por favor. No tiene nada que ver con el agónico baile de las parejas de “Danzad, malditos”, la película de Sydney Pollack. Se trata de descubrir el poder, pletórico de gozo y sanación, que tiene el baile sin normas ni coreografías ensayadas, tal y como demuestra Nati, la protagonista más indómita de “Lectura fácil”, la novela imprescindible de Cristina Morales.
Hay tantas señales, algunas de las cuales están recogidas en el libro, que indican que nuestra especie ha nacido para bailar. La auténtica pesadilla de los valedores de la Inteligencia Artificial es reproducir la inteligencia corpórea, esa que se extiende como un árbol y se encarna hasta la yema de los dedos de nuestras extremidades. No son las capacidades de calcular, predecir, contar o memorizar las que nos hacen humanos. Los androides no saben bailar. Por desgracia, la cultura occidental, cautivada por la inteligencia verbal, ha tratado con desdén la inteligencia cinestésica (una de las inteligencias “múltiples” identificadas por Gardner), de la que hacen gala LeBron James, Tony Manero, el propio Costa que confiesa al inicio del libro que “lo ha dado todo en la pista de baile”, nuestros antepasados, que la ejercían en las cuevas en torno al fuego, y muchos siglos después, los numerosos jóvenes que se adueñaron de las salas de baile, legales o clandestinas, por las buenas o por las malas, a principios del siglo XX, con el fin de disfrutar de la emoción inaudita que proporciona danzar porque sí.
A partir del tercer capítulo, el lector recorre, en estado de trance, los clubes más relevantes que han ido cambiando la dirección de la música de baile, de la mano del periodista que ya abordó la cultura de club desarrollada en un lugar muy concreto, en Ibiza, en su anterior libro “Balearic”, escrito con Christian Len. Los testimonios de los protagonistas del “clubbing” eran decisivos en aquel libro y lo siguen siendo en este. Así que estamos de suerte. Costa hace hablar a los que bailan gracias a los libros a los ofrece sitio en el suyo. Uno entre tantos es el testimonio de Vince Aletti: “Bailar en el Loft era como elevarse entre las olas de la música, como si cargaran con uno canción tras canción hasta elevarse en una cresta brillante y rompedora, a veces profiriéndose gritos involuntarios de aprobación por parte del público, y luego se calmaba, se amansaba, y comenzaba a elevarse hasta otro pico”. Ya sé lo que estás pensando, no es solamente una fiesta. Los “creyentes” de ojos enturbiados comparten algo más que el sudor. Es, sin asomo de dudas, una experiencia espiritual, que galvaniza la conciencia que tienen de sí mismos y de su entorno los que bailan en la pista.
La “cultura de club” depende de tres factores. Por un lado, está la música (y la ingeniería de sonido que hace posible que la oigamos de la mejor manera posible), que escoge el DJ, el oficiante que sabe “leer” el estado de la pista, donde se encuentra el siguiente elemento: la gente que baila, ensimismada, y a un tiempo, formando parte de una comunidad danzante indisoluble. El último factor es el espacio, el club, en el que todo se pone en juego. A Jordi Costa no se le escapa nada de lo que acontece en la pista, ni tan siquiera el ingrediente “especial” que le echan al ponche en el apartamento decisivo que vibra con la música que se convertirá en popular en los templos discotequeros de medio mundo.
El género del ensayo está de fiesta en España. Los ensayos culturales ya no desprenden ese tufo a tesis doctoral que repelía a tantos lectores curiosos, ni queda rastro en ellos de la perniciosa influencia de la Academia. Valga como ejemplo este libro de Luis Costa que suscita que las ganas de seguir leyendo se confronten con las ganas de ponerse a bailar los temas de la playlist que el autor propone al final del libro. Pero el libro es tan elocuente que se sale con la suya. Y cuando acabas de leer la última línea experimentas esa decepción suprema que uno siente cuando termina esa canción que ha conseguido llevarte tan lejos mientras bailabas en la “dancefloor”.