Volpina no hacen nada que no hayan hecho cientos de bandas antes, ni tampoco intentan acercarse a la cuadratura del círculo, simplemente porque no les interesa ni a ellos ni a todos los que adoramos las canciones de tres o cuatro minutos, sencillas –que no simples-, directas y siempre efectivas. Así suenan los músicos que los educaron musicalmente y a su calor decidieron comenzar un proyecto que de momento los ha metido en el estudio durante unos meses para redondear un trabajo que por fin encontró plasmación en vivo. Y lo primero que consiguieron es que vayamos contando los días que faltan para que se edite y degustar como dios manda unas melodías perfectas, basadas en el power pop y el indie primigenio que los inspiran, cantadas con la voz templada de Migue Pérez, un habitual de la escena granadina que tras capitanear varios barcos musicales decidió trasladar su base de operaciones al califato y asociarse con otros tres tripulantes de similar filiación. La fórmula funciona como debe, y como lleva funcionando toda la vida: guitarras, bajo y batería entregados a estribillos coreables y estrofas que cuentan historias costumbristas con la melancolía y la desesperación vital como trasfondo. “Tiempos de paz”, “Resort”, “Harrison vino a verme”, “Eterno”, “Tampoco es para tanto lo nuestro” (el tema con el que se dieron a conocer en el vinilo recopilatorio “Explosión Colectiva Vol. 1”), “Cómo volar” y “Una semana” son pequeños himnos cotidianos, basculando entre el pop inmaculado y el rock de músculo independiente, que presagian una evolución hacia parajes sonoros más intrincados y potentes. Rinden el consabido homenaje a uno de sus maestros, el gran Tarik, en la fantástica “A balón parado”, y definen su sonido en una joya titulada “San Miguel alto”, un sentido tributo a uno de los rincones más inspiradores de Granada para la que han grabado un vídeo sencillamente maravilloso. La noche no podía empezar mejor, y ellos, algo tensos al principio, la culminaron con el aplomo que les da una primera serie de temas a los que poca pega se puede poner.
También se palpaba la curiosidad por ver a qué nuevos paisajes sonoros ha llegado con su nuevo vehículo sonoro el ilustre Yonka Zarco, uno de los nombres capitales en la pequeña gran historia del pop rock cordobés. Fundador y alma mater de los míticos Corazones Estrangulados, motor e inspirador de otros cuantos proyectos de menor recorrido y fortuna y autor de “Últimos días en el limbo”, un libro que es un magnífico compendio de memorias de infancia y juventud en su País Vasco natal, volvía a su entorno natural, que no es otro que el escenario y unos cuantos compinches con los que reiniciarse. Ahora lo hace bajo el estandarte de Mteörik, una banda cuyo recorrido ha sido una incógnita desde el principio, después de que tuvieran la inoportunidad de nacer en tiempo prepandémicos y ver así cortadas sus esperanzas de trascender más allá de las fronteras locales. Incertidumbre que debería disiparse después de escuchar un primer disco lleno de referencias bailables y con el hedonismo como guía primero y casi único. En directo adolecen aún de la viveza que les daría un bajo y unos sintetizadores reales, tal y como suenan en estudio, pero las programaciones funcionan como un reloj y las tablas del líder, aunque delegando funciones con sumo gusto en José Luis Cabezas, baterista plenamente consciente de qué y cómo contribuir a la causa, y Paco Núñez, guitarrista este completísimo y versátil, son más que suficientes para mantener la tensión rítmica desde el principio y elevar el tempo del único tema propio que hasta ahora habíamos disfrutado en vivo, “San Lou Reed”, o acentuar el groove de la inmensa “La ciudad de los prodigios”, derivando hacia la diversión inteligente de “Veo zombis” y “Una fiesta de verdad”. La cosa se pone funky con “En mi cabeza” o cercana a los ambientes de la bossa nova con la revisión de la estupenda “Señales de comunicación”, uno de los grandes momentos de la discografía primigenia del señor Zarco. Un músico tan humilde como indispensable, que se recrea tanto en los ambientes sintéticos como en los riffs de unos temas compuestos para el disfrute. Tan simple como necesario.La primera cita importante del año en lo estrictamente musical se saldó con una sonrisa de felicidad por el trabajo bien hecho y el cariño puesto en ello, que es casi más importante. Por los músicos, por los responsables de la sala y por el público cada vez más implicado merece la pena seguir haciendo, y siendo testigos de ello, cosas que salen del corazón en las que además se suele poner todo el alma. Hasta casi empeñarla o hasta que revienten nuestros tímpanos por sobreexposición a tanto deleite. Para que se entienda mejor, fue un gustazo, señores. Que se sigan empeñando en destruir un circuito sin el que nuestras vidas no tendrían sentido, que aquí seguiremos para impedírselo mientras nos acompañen las fuerzas.