Sala Ambigú Axerquía, Córdoba.Viernes, 2 de diciembre del 2022
Por: J.J. Caballero
Fotografías: Antonio E. Molina
Son muchas las características que ha de tener un artista para calificarlo de singular. La peculiaridad, la distinción y sobre todo el talento para gestionar dichas cualidades no es algo fácil de encontrar ni un hábito de cualquier escena. Sin embargo, es un hecho que para alguien con un mínimo de oído y bagaje musical resulta relativamente sencillo de identificar. No era la primera vez que detectamos la clase instrumental y la capacidad de conexión de Alba, la que se hace llamar La Perra Blanco en el estudio y los escenarios, una linense que se educó escuchando primero recopilaciones urgentes de los temas capitales de Johnny Thunders, Carl Perkins, Big Mama Thornton o Hank Williams y profundizando después en esas y otras discografías de excepción. Aprendió siendo casi una niña los rudimentos de la guitarra con el ánimo de perfeccionarlo con los años, y decidió que estudiar las bases del fingerpicking, la técnica que en tantos discos había escuchado, no era tan complicado para ella como cualquiera podría pensar. Ahí nació el ímpetu irrefrenable de recrear sus temas favoritos y lanzarse a componer los propios con la esperanza de ser seguida en sus metas por un núcleo más o menos importante de fieles. Huelga decir que lo consiguió casi a las primeras de cambio.
Cuando la ves en escena, tocando como alma que lleva el diablo, a velocidad de vértigo, enlazando acordes y riffs con solos en notas altas y menos altas, entiendes que esta mujer de cuerpo menudo y corazón gigantesco haya triunfado en festivales de country y rockabilly aquí y allá, sin casi ruido mediático en el que refugiarse para hacer la adecuada promoción de su propuesta. Desde que empieza el show, Alba bascula entre evidentes homenajes a sus ídolos, desde el imprescindible “Hound dog” hasta el menos previsible “Go go go” del enorme y nunca suficientemente reivindicado Roy Orbison, deteniéndose sin regocijarse en “Big river” de su otro dios Johnny Cash y entendiendo que no se puede terminar ningún espectáculo de este tipo sin acordarse del tío Jerry Lee Lewis, que aunque no autor, sí el intérprete más reconocido de esa barbaridad titulada “Drinkin’ wine, spo-dee-o-dee”.
El formato en el que se desenvuelve a la perfección, donde controla todos los resortes de la comunicación con el público, es el de trío. Cambiante según necesidades y logística, la base de los últimos años la conforman junto a ella Guillermo González al contrabajo, apodado “La Bestia” con toda la justicia del mundo, y otro que no es manco precisamente: Jesús López, un baterista capaz de sacarle el máximo partido al instrumento con los mínimos recursos disponibles. Claro que cuando se tienen esas aptitudes no es necesario ningún dispositivo extra para lucirse. Juntos llevan ya un tiempo haciendo de la compenetración un arte infalible, y han grabado un EP bien hermoso, “Won’t you come on”, del que dan buena cuenta en torbellinos de puro rock and roll como el tema homónimo o “Rock me baby”, pero tienen una ristra de temas ganadores en cualquier fiesta oldie que se precie, y no piensan dejar de tocar las bazas triunfantes que suponen “Doggie rag”, “It’s fun but it’s wrong”, “Find me that river”, “Misery”, “Bop & shake”, “Down the line” y “My teeth are falling”, pasado y presente de una carrera aún por despegar a gran escala a la que solo habría que ponerle el pero de la excesiva linealidad. Es casi escandaloso, por otra parte, que algunos de estos títulos no formen parte del imaginario colectivo de un mayor número de seguidores de dicho sonido y estética. Ella, tan humilde como volcánica, canta mejor que habla, expresándose en un idiolecto identificable con una geográfica que no le corresponde en cuanto a orígenes musicales, y resulta casi ingenua en su intento por explicar de dónde y hacia dónde van sus canciones. Tal vez por eso prefiere expresarse a pie de escenario o subida a la barra de cualquier bar en el que sus coplillas sean bien recibidas. Y menudas coplas, señoras y señores.
Hoy por hoy, el nombre de La Perra Blanco debe lucir en los carteles con letras más grandes, porque la constancia es un don bien escaso y el trabajo y la responsabilidad son tesoros cada vez más inalcanzables. Si a todo eso le añadimos el brillo de la juventud, ya se podrá imaginar que lo de esta chica va para muy largo, y sería injusto que su trayectoria no fuera contemplada y disfrutada como merece.