Por: Guillermo García Domingo
La música popular ha despertado el interés de las nuevas plataformas de contenido
audiovisual en streaming. Lo demuestran el auge de los documentales musicales, véase
“Rompan todo”, la odisea musical y política del rock latinoamericano producida para Netflix,
“The Velvet Underground” de Todd Haynes (de Apple TV,) por citar algunos de las títulos
imprescindibles; las series que tienen que ver con el papel decisivo que la música juega en
nuestra vida personal y colectiva, con “Treme” de David Simon (HBO) a la cabeza (ambientada
en el barrio homónimo de Nueva Orleans después del huracán que arrasó la ciudad); o las
películas cuya banda original han llamado la atención. Se me ocurren, “El poder del perro” de
Jane Campion, apoyada por la música minimalista del guitarrista de Radiohead, Jonny
Greenwood, que contrasta con el paisaje abrumador de la película, o la encantadora
“Diecisiete” (la película de Daniel Sánchez Arévalo). El autor de la música de esta última es
Julio de la Rosa. A estas películas de Netflix hay que sumar ahora la selección musical de la
serie “The Bear” del canal Disney +.
“Carmy” Berzatto (Jeremy Allen White) es un prometedor chef italoamericano, y
además es un superviviente. Ha sobrevivido al suicidio de su hermano mayor, asediado por las
adicciones y las deudas, que era propietario de un local de bocadillos de ternera en un barrio
popular de Chicago. Mientras intenta lidiar con el duelo, “Carmy” se ve obligado a sacar
adelante las comandas del restaurante que le ha legado su hermano Michael. Ya no se puede
ocultar por más tiempo, el suicidio está causando estragos en las sociedades occidentales. Ha
sobrevenido una ola de desesperación gigantesca, en la que se están ahogando
prematuramente muchos adultos, pero todavía más jóvenes y adolescentes. El sufrimiento
masculino, Michael, “Carmy”, Richie (el encargado de sala del local) son hombres rotos, tiene
que ver con las obligaciones que acarrea nuestro género, a saber: estar a la altura, demostrar
la fuerza, de que la que no siempre disponemos, el éxito obligatorio, la ocultación fatal de la
vulnerabilidad y las emociones. La serie nos introduce sin avisar en el servicio frenético de un
local de comida, como si el espectador fuera un miembro más a las órdenes del joven chef,
cuya vida hace aguas por demasiados agujeros.
El origen cultural o étnico de los miembros de la cocina da cuenta de la diversidad de la
sociedad estadounidense, y de Chicago en particular. Es la diversidad que el supremacismo
blanco (que aupó a Trump) no quiere reconocer. Esta ciudad resultó ser, después de su parcial
devastación debido a un pavoroso incendio en 1871, una tierra promisoria para los
afroamericanos que huían de los estados esclavistas del Sur. La gélida capital situada a la orilla
del Lago Míchigan acogió además a la inmigración italiana (comunidad a la que pertenece
Carmy y su hermano), y más tardíamente a la que provenía de Centroamérica. Gracias al
impulso de su población diversa, Chicago se convirtió en la meca de la industria pesada
norteamericana. La ciudad más grande de Illinois además es la cuna de la mejor tradición
política de la democracia estadounidense (Abraham Lincoln y Obama fueron abogados de
Illinois), y, al mismo tiempo, fue la sede del imperio criminal de Al Capone. Entre 1940 y finales
de los setenta, Chicago también impuso su ley musical. Varias discográficas extraordinarias
atrajeron a figuras del blues como Muddy Waters, también del jazz y del soul. Curtis Mayfield
irradió su formidable propuesta desde esta ciudad.
La música de la serie se cuela sin permiso, con naturalidad. Sin embargo, la música es
extradiegética, es decir, ajena a la narración. Los que han escogido los temas de cada capítulo
(Christopher Storer y Josh Senior son los responsables) sabían lo que hacían. Hay dos
elecciones de fondo que otorgan coherencia a esta banda sonora: por un lado, dar
protagonismo a la música creada en la ciudad y por otro, recuperar el empuje de la música de
garaje y grunge de los años noventa en los EE.UU.
Wilco, que son vecinos de la misma ciudad, no podían faltar y prestan nada menos que
tres canciones: “Via Chicago” (de “Summerteeth” (1999)), “Impossible Germany”, tema en el
que Nels Cline nos somete a hipnosis con su soliloquio de guitarra, y la menos conocida
“Spyder”, una canción alucinante de “A Ghost is born” (2004), un disco que no ha sido
reconocido como merecería, pues es el siguiente de “Yankee Hotel Foxtrot” (las torres Marina
City de la portada aparecen en algunos planos de uno de los capítulos de la serie). Esta canción
parece compuesta a la medida del penúltimo capítulo de la serie, que es asombroso y pone a
prueba al espectador. Es un momento decisivo y catártico en el destino de la cocina, narrado a
través de un único plano secuencia de 17 minutos. De un rapero de la ciudad, de nombre
artístico, Serengeti, son dos temas urbanos estupendos. Sutjan Stevens que nos deslumbró
hace unos años con otra banda sonora memorable, la de la película “Call me by your name”,
ofrece “Chicago”.
El homenaje a los noventa empieza por Pearl Jam, una banda que no puede caer en el
olvido, que interpreta la contundente “Animal”. Poco después volvemos a oír la voz del
carismático Eddie Vedder, acompañando al vocalista de R.E.M., en “Oh my heart”. Michael
Stipe está soberbio, afrontando el formidable estribillo con una entonación grave como la de
Elvis. También es una suerte poder escuchar de nuevo, gracias a esta atinada BSO, al grupo
californiano Counting Crows que tanto nos hizo disfrutar en aquella época inolvidable de los
noventa. El neopunk de Refused, autores de la primera canción de la BSO, es idóneo para la
tensión que se desata en la cocina. Este grupo deja la puerta entreabierta (¿o debería ser al
revés?) a un clásico del punk británico, “Homicide” de 999. La cocina de esta serie recuerda a
veces a un concierto punk, desde luego. La influencia de los Pixies se hace notar
indirectamente a través de The Breeders, el grupo de la estupenda bajista de Pixies, Kim Deal,
y de su hermana. La primera vuelve a aparecer con un tema instrumental, que es una grata
sorpresa: “Wish I Was”. A propósito de los cortes instrumentales, los creadores de esta lista
parecen sentir predilección por The Budos Band (de Nueva York), de la que han incluido tres
temas. Componen música vigorosa, casi de aire balcánico, con la ayuda inestimable de los
instrumentos de viento. Desde la primera escucha su aportación no me pareció extraña, sino
familiar, ya la había escuchado antes, hasta que descubrí que esta banda acompañó al
malogrado Charles Bradley en algunas canciones del álbum “Changes”, entre ellas la canción
excelsa que da nombre al LP, y que fue compuesta por Ozzy Osbourne. Con la introducción de
uno de los temas principales de la película “Rocco y sus hermanos” de Visconti, los que han
confeccionado esta selección evocan la cultura italiana, que está tan presente en Chicago y en
los EE. UU. Los ojos del actor que interpreta a “Carmy” no desmerecen a los de Alain Delon.
Con este último apunte damos por concluido el capítulo de la música instrumental.
Otro párrafo hay que dedicarlo por fuerza a las canciones antiguas de los años setenta,
que no tienen que pedir permiso para formar parte de cualquier lista. Pasen ustedes, los Beach
Boys, interpretando “Help Me Rhonda”. No pasan los años por “Da Do Ron Ron” de The
Crystals. Van Morrison pasa sin saludar, no importa si viene a cantar “Saint Dominic´s
Preview”, del disco que publicó después del fabuloso “Moondance”. KIRBY aparece con el
salvoconducto de “Loved by You”, es imposible negarle la entrada si viene con ese clásico del
R&B desde que se publicó hace pocos años. Las buenas voces al poder. Lo mismo digo del gran
John Mellencamp, defendiendo “Check It Out”, rudo y atractivo como el propio “Carmy” de la
serie.
Hay invitados que no sabes muy bien que hacen aquí, no obstante se suman a la fiesta
con convicción, y de veras que no desentonan. Es el caso de “Ballbreaker” de ACDC, que
acuden con todo para amenizar las partidas en las máquinas de videojuegos que actúan de
reclamo en el local que regenta el protagonista. No conocía la canción de David Byrne y Brian
Eno, “One Fine Day”, perteneciente al disco de 2008, “Everything That Happens Will Happen
Today”. Bienvenida sea, canciones como éstas no necesitan invitación para sumarse a ninguna
fiesta. Está fuera de lugar, una reunión como ésta no puede ser anodina, el tema de Genesis.
No dice nada tampoco John Mayer. De todos modos, no son capaces de restarle brillo a la lista
que han reunido los creadores de “The Bear”. Así es como va a denominarse el nuevo
establecimiento que reabrirá en la siguiente temporada, con los mismos cocineros,
derrotados, pero nunca en doma, tal y como decía el poema de Claudio Rodríguez. Esperemos
que estén acompañados de una música tan gloriosa como la de la primera temporada.