Por: Javier Capapé
Nunca antes pensé que esperaría tanto un nuevo disco de Taylor Swift. Después de quedar atrapado por las fantasías otoñales de “folklore” y “evermore” no iba a pasar por alto los siguientes pasos de la estadounidense (dejando atrás regrabaciones de su discografía pasada). Así que en cuanto supe que tendría nuevo disco antes de terminar el año, esperé impaciente el resultado. Sin indagar en las especulaciones que sobre este nuevo trabajo circulaban por la red, simplemente decidí apretar el play la mañana del pasado 21 de octubre.
Una de las mejores cosas que hace en campaña esta artista es no ofrecer adelantos en forma de canción. Vale lanzar títulos de las mismas y algunas pistas, pero nada de singles previos que desgasten el lote. “Midnights” sonaba así por primera vez para todos aquella mañana y eso es ya un punto a su favor. Saborear el disco entero de principio a fin sin haber tenido la oportunidad de intuir por dónde va a ir su sonido con anterioridad. Y por eso mismo, la sorpresa fue mayúscula. Volvía el pop de altura (a la par que de consumo rápido), ese que entronca quizá con su disco más definitorio hasta la fecha, “1989”. Otro volantazo para no acostumbrarnos a ninguna de sus facetas. Atrás quedaban sus devaneos hacia el alt-folk de su pareja de discos previos, aunque no del todo. Quedaban ecos. Al igual que también dejaba espacio para la ligereza de “Lover” o la furia electrónica e industrial de “Reputation”.
“Midnights” es sin duda un disco pop elegante. La sensualidad y provocación le acompañan y la temática vuelve a girar entre sus idas y venidas amorosas, pero sin perder efectividad. Se despoja de la hondura que caracterizaba a “folklore” y nos hace disfrutar con sus lamentos de enamoradiza, subrayando en sus letras sus nuevas caídas en similares errores y fracasos. El despecho y la venganza conviven con las miserias de uno mismo en un disco que se entiende casi como un todo temático que gira alrededor de esas noches de insomnio en las que la composición puede convertirse en tabla de salvación, de ahí el sugerente título que refuerza aquello que acontece o que es concebido al traspasar la medianoche.
Al control y mano a mano con Swift en la composición se encuentra Jack Antonoff, esta vez sin la ayuda de Aaron Dessner, con esa hábil producción que hizo resplandecer sus anteriores trabajos. Antonoff se luce en términos de versatilidad pop, deshaciéndose en parte de su tono melancólico tan practicado con su otra protegida Lana Del Rey. Así nos presenta maneras cercanas al trap sin perder la dulzura en temas como “Labyrinth”, brillos de sintetizadores en la autocrítica “Anti-Hero”, evoca las formas de Billie Eilish en la urbana “Vigilante Shit”, juega con los samplers y los efectos vocales en “Midnight Rain”, e incluso se atreve a aportar toques de shoegaze en “Maroon”.
El caso de “Snow on the Beach”, su colaboración con Lana Del Rey, muestra ese pie todavía puesto en el intimismo folk de sus álbumes predecesores a la vez que potencia el brillo de dos de las artistas más influyentes del otro lado del charco, en la que se convierte en una de las caras más delicadas de la colección, empezando con un toque bucólico que puede retrotraernos a un cuento de hadas mientras sentimos como las voces de ambas empastan a la perfección (tanto que casi cuesta reconocer a la autora de “Born to Die”). “Karma”, por su parte, renueva el pop de “1989” sin evitar la furia vengativa que presentan algunas de estas letras. Dureza en la expresión con envoltorio de celofán, una de las características que mejor definen la forma con la que afronta la composición la de Pensilvania. Letras que tampoco esconden su crudeza en la muy intensa “Question…?”, ahondando en el despecho con el regusto amargo del alcohol para afrontar los momentos más inciertos, o en “Lavender Haze”, toda una crítica directa con cierta ironía hacia los medios de comunicación inmiscuidos en sus devenires vitales.Si este décimo álbum de estudio de Swift no se desmarca tanto como ya lo hiciera en algunos capítulos anteriores tampoco es algo que tengamos que echarle en cara, porque éste es el disco que se esperaba de ella en este preciso momento. Unas canciones marcadas por su tiempo, que le ponen en sintonía artística con modas sin perder su fórmula cimentada en esos estribillos pegadizos tan reconocibles que todos podemos tararear como si siempre hubieran estado ahí a la tercera escucha o en esos puentes tan marca de la casa que dibujan crescendos emotivos en los que es difícil no caer rendidos. Swift consigue que su fórmula sea ansiada por todos sus seguidores como agua de mayo, aunque ahora también ha logrado que muchos de los que se consideran entendidos más allá de lo comercial le presten atención (aunque sea de tapadillo). La estadounidense ha conseguido trascender más allá del pop, se ha ganado el reconocimiento de artista relevante a todos los niveles, y estas trece canciones (veinte en su edición especial “3 a.m.”, donde quizá solo destaque por encima del resto una emotiva “The Great War”) así lo demuestran. El disco con mayor repercusión en plataformas de la historia tras su primera semana de lanzamiento. Algo que puede echar para atrás a muchos críticos de gatillo fácil, aunque hay que reconocerle que, sin necesidad de quitarse el sombrero, nos ofrece muchos momentos de los que bien valen una buena dosis de escuchas merecidas. No quedaremos nada indiferentes con pequeñas píldoras juguetonas como “You’re on your own, kid” o tonadas amables como “Sweet Nothing”, donde parece que podamos reconocer algo que nos recuerde al Bon Iver más desnudo de fondo. Al igual que nos sentiremos más reconfortados al calor electrónico de “Mastermind” e iluminados tras el brillo pop luminiscente de “Bejeweled”.
Taylor Swift lo sabe. Sabe que necesitamos más pop. El que nos refresca, motiva y revitaliza nuestro día a día. Y ella es una de las artistas que mejor puede entender esta necesidad y que demuestra que sabe plasmarla en temas tan adictivos como reconocibles. Si todos necesitamos pop, ¿por qué no dejarnos seducir por la nocturnidad de este “Midnights”? No hace falta comparar ni reivindicar dosis de madurez para ser más creíbles. No hace falta rasgarse las vestiduras por hablar bien de lo que nos gusta. Si emociona, funciona. Si nos satisface, subamos el volumen y que vuelva el pop a través de estas canciones cocinadas con el embrujo de la luna.