Rufus T. Firefly: El atardecer del largo mañana

 
Sala Rock & Blues, Zaragoza. Viernes,11 de noviembre del 2022

Texto y fotografías: Javier Capapé

"El largo mañana" está a punto de convertirse en pasado y antes de pasar página Rufus T. Firefly están despidiendo a su disco más negro con "El Atardecer de Plata", una gira por salas en la que prima el contacto con el público y donde brilla este disco entre otras joyas de sus predecesores más psicodélicos. Quizá por eso, más que la plata predomina el dorado en un repertorio equilibrado y exquisito. Si en la gira propiamente dicha de "El largo mañana" este disco se interpretaba por completo y en orden, dejando poco espacio para el resto de discos de los de Aranjuez, esta gira la entienden más como un "Grandes éxitos", con un sonido que está en línea con el groove de su último trabajo, pero dejando mucho espacio para que la lisergia que desprenden "Magnolia" o "Loto" no se pierda.

La pasada noche del once de noviembre llegué a un abarrotado Rock & Blues poco antes de que empezase el concierto, que llevaba varios días con el cartel de entradas agotadas. Sin casi tiempo para abrirme paso, conseguí situarme en un lateral del escenario, justo con la batería de Julia delante. No tenía la perspectiva de todo el grupo al completo, pero rápidamente comprendí que en un concierto de Rufus T. Firefly tener delante de ti a Julia Martín-Maestro y ver cada uno de sus movimientos es un privilegio. Estar ante la mejor baterista de nuestro país no es poca cosa. Y más sabiendo que el papel que cumple en su banda es clave. Un pilar inquebrantable. Los seis miembros se mueven al ritmo de su pegada y su instrumento cobra vida como pocos. No solo es ritmo y base, es la argamasa de esta banda. Julia y su batería son insustituibles, como lo son las grandes composiciones de Víctor Cabezuelo, que nos deslumbraron desde el primer momento con el arranque más pausado de "Torre de Marfil" y su posterior crescendo, donde ya el grupo se situó como un todo y dejó que los colores de los años setenta y toda su potencia inundasen la sala. Habíamos venido a escuchar la mejor versión de los Rufus y esa la ofrecieron en temas como "Tsukamori", que se sucedió sin pausa antes de volver a la canción que da título a su último disco. Parecía que iban a ir equilibrando la mezcla, sin perder ese punto psicodélico que siempre les ha caracterizado, pero bañándolo con esos toques soul que aportan sus últimas criaturas, para lo que no faltaron en directo ni las congas de Juan Feo ni los teclados atmosféricos, que dominaron la base de buena parte de los temas en manos de Manola.

Pocas palabras iban a hacer falta esa noche para seducirnos a todos. Apenas sin abrir la boca ni presentar las canciones se sucedieron "Sé dónde van los patos cuando se congela el lago" o "Un breve e insignificante momento en la breve e insignificante historia de la humanidad", antes de darnos (ahora sí) la bienvenida y disfrutar de un breve interludio instrumental como anticipo de "Me has conocido en un momento extraño de mi vida", con esos bajos marcados tan seductores, más la funky "Polvo de diamantes".

Víctor Cabezuelo se detuvo a presentar "Demerol y piedras" como la más antigua que iban a tocar, pero que seguía estando vigente. Una canción conmovedora en cada uno de sus versos, dando paso a continuación a la potente "Lafayette", con sus desarrollos instrumentales coreados por todos, como también ocurrió con el riff de la muy querida "Pulp Fiction", que sonó como un cántico comunitario. "Selene" demostró que había espacio para momentos más sosegados. La canción que da título a esta gira comenzó como una plegaria y fue creciendo hasta explotar con toda su crudeza, con más impacto si cabe que en su versión de estudio.

Poco más de una hora y ya nos avisaban que iban a encarar las cuatro últimas canciones sin respiro. ¡Para qué perder tiempo con bises si todo lo que suena cuenta! Así afrontaron media hora más de encendido espectáculo con algunos clásicos: el medio tiempo hipnótico de "Nebulosa Jade", la explosión de "Magnolia", la acelerada y cósmica "Druyan & Sagan" y la mítica "Río Wolf", canción en la que Víctor y Julia se funden en un potente final que desearías que nunca acabase, alargando la canción hasta el infinito con la imparable pegada de Martín-Maestro y los inconmensurables arrebatos eléctricos de Cabezuelo y su SG.

Al terminar los noventa minutos de éxtasis sonoro nos damos cuenta de lo que hemos presenciado, de cómo la música de los Rufus trasciende en todos los que la viven de cerca. Sus conciertos perduran, nos cautivan hasta el tuétano y nos hacen sentir un poquito mejores. En sus propias palabras: son un "puto milagro". La pequeña sala exudaba por sus paredes el delirio vivido. En las caras de los seis músicos que se agolpaban sobre el reducido escenario solo se veía felicidad. La del que disfruta con el trabajo bien hecho y se siente privilegiado por ello. Este combo hace magia. Sabe tocar la tecla. Son verdaderos artesanos de la música hecha con alma, que destila savoir faire por todos sus poros. Y además son virtuosos, por qué no decirlo. Desde el bajo que dibuja asombrosas melodías, hasta las guitarras que nos llevan a lo más alto con sus fraseos y la poderosa pegada de bombos, caja y platos. Y es que no puedo quitarme de la cabeza esa visión del concierto desde detrás de la batería. Nunca había podido vivir el ritmo y la potencia como si fuera parte de la misma. Desde dentro. Como si mis manos agarrasen esas baquetas y marcaran el arranque de cada canción. Flipante. Para mí, que confieso que siempre he sido un enamorado de este instrumento, un batería frustrado, lo que viví el pasado viernes es lo más cerca que estaré de sentirme parte de una gran banda ofreciendo uno de sus mejores bolos. Fundido en un mano a mano cósmico con Julia y acariciando juntos ese instrumento como sólo ella sabe hacer.

Pero dejémonos de devaneos y sentimientos estrictamente personales. "El Atardecer de Plata" es una auténtica despedida de altura de un disco inspiradísimo que les ha dado casi más alegrías a los de Aranjuez que sus dos predecesores. Una manera de verlos muy de cerca (lejos de los encorsetados festivales) y de sentir la magia de estas canciones, que desprenden más calor en este tipo de recintos. La entrega de banda y público es digna de mención, sabiendo ambos que este "atardecer de plata" es una apuesta con los ojos cerrados de un grupo que sabe muy bien por dónde quiere caminar y el legado que quiere dejar, ese que está sólo al alcance de unos pocos merecedores de algo más grande que una estrella en cualquier "paseo de la fama". Me estoy refiriendo a la perfecta comunión del arte con el público. Ojalá este torbellino musical en manos de Rufus T. Firefly no se agote y que su próximo paso vuelva a hacerles superarse, atrapándonos una vez más en sus redes. Mientras tanto, háganse el favor de regalarse una noche de las que no olvidarán nunca a bordo de este atardecer sonoro.