Por: Guillermo García Domingo
Hace treinta años Christina Rosenvinge publicó el LP titulado “Que me parta un rayo”. Aquel año, 1992, ocurrieron acontecimientos muy relevantes que propiciaron que nuestro país vislumbrara, por fin, el horizonte de la modernidad y la modernización (que no siempre coinciden) después de la oscura dictadura y de una transición democrática difícil. Sin embargo, para las mujeres españolas este horizonte resultaba ser un espejismo. En un reciente reportaje, la cantante evocó la condescendencia masculina y periodística con la que fue tratada durante la promoción de este contundente disco de rock.
De hecho, el sexismo ha sido, por desgracia, el pecado original de este movimiento musical, una revolución vital y cultural que se quedó a medias, pues su impulso no hizo todo lo posible por incluirlas a ellas. La marginación de las mujeres en las bandas, las alusiones tan toscas y humillantes con las que eran evocadas en los textos de las canciones, su sórdido papel en las giras nos desconciertan porque si había alguien que tuviera motivos para incendiar el mundo construido por las generaciones precedentes con ayuda del combustible que proporciona el rocanrol, esas eran las mujeres.
Pese a ello, muchas mujeres ni aceptaron un papel tan denigrante ni dieron por perdido al rocanrol. De entre las pioneras es justo destacar a Patti Smith que irrumpió con mil “horses” indómitos en los reductos masculinos. Hizo tanto ruido que incluso fuera de las fronteras de Norteamérica se escucharon sus aullidos.
En el panorama nacional, antes de Rosenvinge, mi memoria personal viene en mi ayuda para recordarme las veces incontables que reproduje la cinta del álbum “Luz V” (1989) de Luz Casal. La cantante gallega vestía orgullosamente la “chupa de cuero” a finales de los ochenta. Sus baladas rockeras, como “No me importa nada” y, sobre todo, “Te dejé marchar”, conservan intacto su poder de influencia, pero los restantes cortes acusan la obsolescencia que aqueja a los arreglos que en aquella época solían acompañar a las canciones.
Esta es la diferencia que ofrece un saldo a favor del disco de Christina Rosenvinge que redescubrimos ahora. Gracias a Benjamín Prado, la cantante afincada en Madrid pudo contar con los músicos que escudaban eficazmente a Joaquín Sabina con el fin de grabar “Que me parta un rayo”. Pancho Varona y compañía apostaron por la joven compositora que se había atrevido a vivir a la intemperie, a expensas de las tormentas que amenazan las carreras solitarias, desafiando a su discográfica al separarse de su compañero musical (Álex) con el que había disfrutado del éxito y, al mismo tiempo, a poner tierra de por medio con un padre al que quería demostrar lo que valía, como ella misma confiesa en el “tema de carretera” titulado “Voy en un coche”. Una canción trepidante que nos propulsa bien lejos, acomodados en los asientos del “roadster” en el que huye del paternalismo. La determinación que demuestra la artista fue captada extraordinariamente por las fotografías de Alberto García-Alix, quién si no, que forman parte del disco.
Su propuesta, deliberadamente o no, está escorada hacia el rock y el resultado es mucho más que convincente, 10 composiciones que persuaden y aguantan 100 audiciones si hace falta. Los músicos “subterráneos” hicieron bien en no subestimar a Rosenvinge que venía de ser un ídolo para los adolescentes, un señuelo de la radiofórmula. La languidez de la voz de la cantante hace buenas migas con las decididas guitarras de Varona y García de Diego, y Rosenvinge entra en las canciones siempre a tiempo, haciéndose esperar o alargando las notas con un estilo notable, especialmente en “Las suelas de mis botas” o “1.000 pedazos”. A partir de episodios personales, como una relación de pareja peligrosa de su compañera de piso, erige canciones muy sólidas, de letras certeras. Así sucede en “Tú y yo”: una historia que se parece a la del dúo protagonista de una película inolvidable que nos conmovió por aquel entonces, “Thelma y Louise” (1991). “Tú y yo” alude a la amistad femenina, un ejemplo de lo que el feminismo actual ha denominado sororidad.
Además de los méritos mencionados, la artista aprovecha la ocasión para subvertir algunas figuras masculinas asociadas al rocanrol, señalar la pretenciosa “actitud” del chulo de bar, y dejar en entredicho al “tipo” rudo e insensible que ha representado indignamente a la cultura rocanrolera, como puede comprobar cualquiera que escuche el tema titulado “Pulgas en el corazón”.
Christina Rosenvinge no ha dado un paso atrás desde 1992 hasta su último disco de estudio, “El hombre rubio” (2018), dedicado al padre del que años atrás necesitaba distanciarse. Como su héroe de papel, “Corto Maltés”, Rosenvinge ha preservado en su larga aventura musical la independencia artística, el tesoro sagrado que debería custodiar cualquier músico. En todo este período no le ha alcanzado el rayo que únicamente calcina a aquellos que permanecen paralizados por temor a ser demasiado libres.
Por lo tanto, hay motivos de sobra para acudir puntuales, el próximo día 25 de enero, al concierto (en el Circo Price) en el que Christina Rosenvinge tiene previsto recrear este disco.