Por: Javier González
Foto 1: Jorge Bravo Crespo El Gurú
Fotos 2 y 3: Juan Luis Gelezeta
Ambiente de noche importante el que nos encontramos en los aledaños de la madrileña sala la Paqui -así es como han rebautizado a la antigua But, por si algún despistado todavía no conoce el cambio nominal-. Trasiego de gente en las calles cercanas, propio del bullicio de la gran ciudad, y, sobre todo, presencia de rockeros militantes en el interior de un recinto que poco a poco fue cogiendo color, predominantemente negro, hasta el lleno absoluto, mientras descontábamos minutos con cierta calma tensa por ver una vez más a una de nuestras bandas favoritas como son 091.
Con algo de retraso sobre la hora prevista, la intro propia de los western de Sergio Leone anunciaba la aparición en escena del quinteto granadino, estética oscura y actitud a prueba de bombas, no tardaron en parapetarse tras sus instrumentos para dotar de protagonismo al juego de baquetas de Tacho González en los primeros compases de “Vengo a Terminar lo que Empecé”, toda una declaración de intenciones de lo que sería una noche en la que los cero, una vez más, nos regalaron unas cuantas certezas de esas que solamente ellos pueden darnos en tiempos oscuros en el marco de un show incontestable de dos horas de duración en el que incluyeron hasta dos bises.
El bolo fue un intercambio de clásicos por novedades de su discografía más reciente, personificada en su álbum “La Otra Vida” del cual sonaron la ya mencionada canción inicial, secundado por cortes tan potentes como “Naves que Arden” , la fenomenal “Leerme el Pensamiento”, “Condenado “ y “Por el Camino que Vamos”, las cuales lograron enganchar a una audiencia que venía con muchas ganas de disfrutar de unos cero que fueron lo que siempre acostumbrar a ser, más que solventes en escena, austeros en el gesto y manejándose como pocos en los cánones del rock.
Atrás el ya mencionado Tacho, golpeando con fuerza y tiento, siendo el motor de la máquina, perfectamente empastado con el bajo de Jacinto Ríos, pura actitud en las tablas; a ambos lados los Lapido, Víctor, cuya guitarra saturaba hasta el exceso en los primeros temas, dibujada acordes y melodías que encontraban contrarréplica en la figura de su hermano mayor, José Ignacio, el ideólogo y arquitecto, el hombre que dota de discurso y fe a las canciones de cero noventa y uno; el profeta que legó sus escrituras a la figura de un punk elegante y felino para que el verso se hiciera carne y fuera defendido en escena con chulería y gracejo por nuestro queridísimo José Antonio García, todos ellos en conjunto forman una perfecta máquina de matar, lanzando mensajes a los que agarrarnos en mitad de la confusión que nos ha tocado vivir, donde escucharles y verles sigue siendo toda una bendición.
Sin embargo, y como era de esperar, los temas que consiguieron volver loco al personal fueron los clásicos atemporales de la banda, los cuales sonaron en una perfecta sintonía; cortes incontestables al alcance de muy pocos como las enormes “Zapatos de Piel de Caimán”, “Huellas” y tres de nuestras favoritas como “La Calle del Viento”, “Tormentas Imaginarias” o “Un Cielo de Color Vino”; también hubo tiempo para la siempre delicada “La Noche que la Luna Salió Tarde” y otros temas más cañeros al estilo de “Este es Nuestro Tiempo”, “La Canción del Espantapájaros” y “El Baile de las Desesperación”, especialmente buena esta última, pues no supo casi a pura delicia.
Arrebatadoras simplemente nos parecieron “Que Fue del Siglo XX” y “La Torre de la Vela”, pura magia y mística de su ciudad, Granada. Y así, una tras otra, en un orden distinto al que aquí exponemos, puesto que en un concierto de los cero somos incapaces de tomar notas y seguir un orden lineal por la pura emoción del momento, algo que esperamos el lector asuma con la mayor empatía y condescendencia, se nos fueron escurriendo entre los dedos canciones colosales como “Cómo Acaban los Sueños”, la sorprendente inclusión en el repertorio de un tema la genial “De Licor y Tristeza”, la siempre oscilante “Nada es Real”, esa maravilla llamada “Esta Noche” y el set acústico que representó “El Fantasma de la Soledad”.
Para el final, atacando el segundo bis, donde “El Pitos” se pegó el gustazo de grabar al público con su móvil, en un divertido gesto del que José Ignacio Lapido salió huyendo literalmente, nos deleitaron con “Otros Como Yo” y el último golpe, directo a nuestro mentón que supuso “La Vida que Mala Es”, con la que cerraron un auténtico conciertazo que emocionó al extremo a un público capitalino, compuesto por un montón de gente llegada desde distintos puntos de la península, que no dudó en corear hasta el extremo el nombre de los cero a modo de colofón.
Abandonamos la sala por el pequeño laberinto que suponen sus enigmáticas escaleras con una sonrisa en los labios, ya en la calle la sensación era unánime entre los asistentes, acertando en comentar la calidad de un concierto donde 091 volvieron a dejar clara su categoría. En un mundo repleto de confusión, su actitud hecha a base de puro respeto por la profesión y por un género como el rock, siempre representa la certeza de saber que en nuestra música seguimos conservando unas pocas bandas que marcan el camino a seguir y por supuesto los granadinos siguen siendo una de ellas. Ojalá muchas más noches así. Creemos en la resurrección de la carne y deseamos la vida eterna de una banda con mayúsculas: 091.