Coldplay en Wembley: Viaje a las Estrellas


Wembley Stadium, Londres. Miércoles, 17 de Agosto de 2022

Texto y fotografías: Javier Capapé

El viaje comenzó hace ahora casi un año. Coldplay tenían nuevo disco y, esta vez sí, afrontarían una gira mastodóntica con múltiples fechas en estadios de América y Europa. La sostenibilidad de la que querían hacer gala para sus futuras giras se ponía en duda, pero a pesar de esos detalles extra musicales, lo que nos importaba a la gran mayoría era volver a ver a la banda británica en directo tras cinco años de silencio escénico. Sin opciones de verles en España nos liamos la manta a la cabeza y apostamos por una de las seis fechas de Wembley en pleno mes de agosto. A ochenta mil personas por noche, el cuarteto británico iba a tocar ante casi quinientas mil personas en su casa.

Ir a un concierto en Wembley es todo un acontecimiento. Wembley en sí mismo es historia de la música. Es el templo de la música de estadio. No es comparable con ningún otro recinto de estas características, pero no tanto por su tamaño o su capacidad, sino por su aura. Wembley era un sueño para mí. Y ahí estaba yo a punto de ver a uno de los grupos de mi vida.

La anécdota vino en forma de diluvio universal. Una potente tormenta como hacía tiempo no se recordaba en Londres (en uno de los veranos más calurosos y secos de su historia) nos acompañó en las horas previas a la apertura de puertas del estadio y durante toda la actuación de Ibibio Sound Machine, la primera de las agrupaciones teloneras que abrían el show. Sin embargo, esa lluvia que nos calaba hasta los huesos no impidió que nuestro cuerpo se excitara al ponernos las wristbands y dirigirnos a la carrera lo más cerca posible del escenario principal, al fondo del recinto. Conseguidas unas muy buenas posiciones (a escasos cinco metros de la barrera que separa al público del escenario) y con un tremendo respeto por nuestra ubicación por parte del resto del público de alrededor (algo difícil de ver en un concierto de estas características en nuestras fronteras), quedaba claro que habíamos conseguido uno de nuestros objetivos principales: disponer de las mejores condiciones para gozar de la que sin duda alguna iba a ser una noche memorable. Por continente y contenido. Por sentirnos los más afortunados del mundo al estar en ese preciso lugar e instante. Eran Coldplay en Wembley y hay pocas cosas que lo puedan igualar.

En el tramo europeo de la gira, H.E.R. era la encargada de levantar al público justo antes de que Chris Martin y los suyos salieran a escena. El 17 de agosto en Wembley, la lluvia ya había cesado cuando actuaba H.E.R. y poco antes de empezar Coldplay pudimos ver hasta los rayos del sol previos al ocaso asomándose por lo más alto del graderío. Con la sintonía de "E.T. el Extraterrestre" acompañando al grupo mientras recorrían la pista y se dirigían al escenario principal, a los ochenta mil presentes nos hervía la sangre y se nos aceleraba el pulso ante lo que iba a venir. Su último gran single, "Higher Power", abrió la caja de sorpresas y desde ese preciso instante flotamos y nos elevamos como nunca. Las explosiones de confeti y fuegos artificiales (difíciles de ver con nitidez desde las privilegiadas primeras filas) servían de telón de fondo, pero habíamos venido desde muy lejos a vibrar con su música. Por encima de todo. Y eso fue lo que hicimos. La lluvia durante la larga espera nos había dejado exhaustos, pero todo ese cansancio y sufrimiento había pasado. Era momento de vivir intensamente cada uno de los regalos que nos ofrecían Guy Berryman, Will Champion, Jonny Buckland y Chris Martin sin apenas descanso, ya que en el primer tramo del concierto se sucedieron, como si de un medley continuo se tratara, "Adventure of a Lifetime" (donde no faltaron sus globos saltarines ni sus característicos fraseos de guitarra), "Paradise" o "Charlie Brown" (en la que las mayores protagonistas son las wristbands inundando de luces multicolor todo lo que alcanza nuestra vista).

Llega "The Scientist" y se para el tiempo. Da igual las veces que la escuche. Siempre tiene el mismo efecto en mí. Una canción atemporal para un sentimiento universal. Maravillosa, y más si cabe cuando se trata del primer momento del show donde se impone la calma, además de ser la primera que afrontan de ese gigante que es "A Rush of blood to the Head", disco en el que más se detendrán en la noche además del reciente "Music of the Spheres". Quizá sea porque su lanzamiento cumple veinte años o tal vez porque es su disco más querido o uno de sus más acertados. Sea por lo que sea, sus canciones siempre nos emocionan y reconectan con ese grupo que nos atrapó a todos a comienzos de este siglo, con su melancolía y su convicción, que aún a día de hoy sigue presente aunque muchos no quieran verlo.

No podía faltar, como en todos los grandes espectáculos de estadio, y como ya ocurría en su anterior gira, un escenario central que cediera el protagonismo al principal. Con toda la banda desplazándose hacia a ese escenario en el centro de estadio, mientras un remix de "The Scientist" suena enlatado, asistimos a la encarnación del color de manos de "Viva la Vida" e "Hymn for the weekend". Los confetis explotan por la pasarela, el ritmo marcado de la campana insistente de "Viva la Vida" nos une en una comunión casi mística y finalmente llega la calma con un Chris Martin solo al piano para interpretar los primeros compases de "Speed of Sound". Es en este momento cuando el líder de la banda aprovecha para satisfacer las demandas del público presente que porta carteles con las más atrevidas sugerencias. En la fresca noche del 17 de septiembre en Wembley subió a un espectador que se ofrecía a tocar "Fly On" al piano. Martin no lo dudó un momento y subió al espontáneo que interpretó magistralmente el tema. Con su perfecta rítmica y cadencia. Sin temblarle el pulso. A Chris Martin se le veía realmente agradecido por afrontar de esta manera el que confesó que era uno de sus temas preferidos. Y realmente fue uno de los momentos más sobresalientes y mágicos de toda la velada. Inolvidable. Entonces, sin solución de continuidad, todo el recinto estalló en una explosión de luz y sonido con la desgarradora interpretación de "Politik". Un sueño para el que esto os narra. Una canción épica en un momento en el que ya no esperaba encontrarla en su setlist. "Politik" es una bomba de relojería en directo, es cegadora. Un cañonazo enérgico y emocionante que explota precisamente en su puente más reposado. Está a un nivel superior. Algo similar a lo que ocurre con "In my place" y "Yellow", que sonaron todas seguidas como la tríada empoderada del clasicismo de Coldplay. Más allá de florituras y color. Solo lo necesario para conseguir esa conexión sincera con la banda.

Cuando "Music of the Spheres" parecía olvidado vuelven a él con las predecibles "Human Heart" y "People of the pride", precedidas por una "Sunrise" que eriza el vello, a pesar de estar enlatada (tristemente, la única concesión a "Everyday Life"). "Clocks" y sus lásers verdes no podían faltar. Éxtasis es la palabra que mejor la define. Da igual las veces que la escuchemos. Su brillante interpretación nunca falla.

"Everyone is an alien somewhere" es uno de los leitmotivs de su último álbum y ese es precisamente el momento que mejor refleja "The lightclub", donde la banda cruza la pasarela hasta el escenario central ataviados con casos de alienígenas mientras suenan remixes de "Midnight" o "Infinite sign" e interpretan de esta guisa "Something just like this", con Chris Martin intentando hacer sus pinitos con la lengua de signos. Es un instante entre cómico e infantil, pero te arranca una sonrisa y te prepara para volver al vitalismo de "My Universe" y "A Sky full of stars". Puro pop. Infalibles. Imposible no corearlas con los brazos en alto. Y más cuando Chris Martin pide en esta última que por una vez dejemos de lado los móviles y simplemente sintamos la música, olvidándonos de inmortalizar cualquier momento. No seré yo quien le lleve la contraria.

En todas sus giras hay un momento para la improvisación o para alguna concesión al público. Ubicados al fondo del estadio y solo visibles para las primeras filas desde las pantallas gigantes, interpretaron una sentida versión de "Sparks" (con pedal steel incluido). También desde ese minúsculo escenario del fondo aprovechan a invitar a algún amigo músico, aunque para mí sea la parte más prescindible, pues en lugar de intentar atacar versiones ajenas preferiría que se centraran en su cancionero más íntimo. Chris Martin se mostró muy espontáneo en todo momento, no sólo en esta sección más íntima. Paró la interpretación cuando quiso hacer alguna puntualización, alentó al público a mirarnos y cantarnos los unos a los otros y bromeó con sus compañeros de grupo. Todo en él sonó natural, quizá por sentirse en casa o simplemente por mostrarse agradecido de tener el mejor trabajo del mundo (como siempre se encarga de recordar a su público).

Después de casi dos horas, que volaron como un suspiro, ya sólo nos quedaban los compases finales. La felicidad mayúscula se acompañó de cierta tristeza por saber que el viaje estaba terminando, aunque lo hiciera por todo lo alto. "Humankind" y "Fix you" conformaron el cierre perfecto. Con sus altas dosis de positividad la primera y de melancolía enérgica la segunda. Una canción que difícilmente puede igualarse en el contexto de un concierto en directo, porque es todo sentimiento, porque es imposible no derramar alguna lágrima en su crescendo y porque me hace sentir vivo. Así de sencillo.

Para mí el concierto acabó aquí. Porque pretender cerrarlo con la ligera e insulsa "Biutyful" (con muppet incluido) no tiene sentido. Coldplay pueden presumir de mucha más épica para poner el punto y final a sus conciertos como se espera de ellos. Sirvan como ejemplo "Life is for living", "Up & Up" o la misma suite de "Coloratura". Así que creo que se equivocan si pretenden hacerlo con "Biutyful" y dejar a todos satisfechos. Como todo en esta vida, hay momentos mejores y peores, y éste es claramente mejorable. Finalmente, la despedida de los cuatro miembros del grupo por todo el estadio mientras suena de fondo una composición nueva del cuarteto, "A Wave", compensa y nos hace aterrizar definitivamente de este sueño.

Todo llega y todo pasa, pero su poso perdura. Ha merecido la pena. Los meses de espera, el viaje, la excitación, la lluvia en las horas previas... Una experiencia plena. Completa. Toca volver a empezar. Recordar lo vivido mientras nos sirve de anclaje en el día a día. Y volver a esperar. Porque la vida es lo que ocurre entre cada concierto de Coldplay y, a su vez, cada concierto es vida. Volveremos a verles. Barcelona en esta ocasión. De nuevo nueve meses hasta que las luces se apaguen y el sueño comience entre melodías que son nuestra razón de ser. Somos aliens en cualquier parte menos en un concierto de Coldplay. Ahí somos todos uno. Todos hermanos. Y el tiempo se detiene para hacernos sentir únicos. Quizá por eso escribo esto más de un mes después de vivirlo, porque no es una crónica de un directo al uso. Cuando cierro los ojos sigo en Wembley, sigue siendo 17 de agosto. El tiempo no se ha detenido, pero se lleva mejor sabiendo que fuimos parte de esto. La eternidad en un instante irrepetible.