Algo: "Algo"


Por: Kepa Arbizu 

A priori nada tiene de extraordinaria, por tantas veces vista, una historia en la que dos músicos con coincidencias en su inspiración creativa tomen la determinación de aunar sus perfiles para sacar adelante un proyecto común. En esta ocasión, los protagonistas de esta alianza son Alberto Montero y Gonzalo Fuster, conocido por el nombre artístico de El Ser Humano. Fueron unos encuentros previos puntuales, entre ellos un homenaje a sus queridas Vainica Doble, los que desembocaron, bajo un avance sigiloso y diletante, componiendo juntos durante la pandemia, en una propuesta coronada con el indeterminado nombre de Algo. Pero si todo el germen y desarrollo de tal iniciativa comparte muchos denominadores comunes con tantísimos otros ejemplos que han surgido a lo largo del tiempo bajo similares circunstancias, es precisamente lo verdaderamente sustancial -que no es otra cosa que el resultado conquistado- aquello que les diferencia de otras ententes, plasmando en su disco debut homónimo una muestra absoluta de belleza y sensibilidad. 

Si tuviéramos que buscar los instintos artísticos comunes entre ambos compositores que les han llevado a coaligarse, quizás se tendrían que enfocar hacia una predilección por la búsqueda, especialmente adherida a la vía tendida por el pop, en un sentido amplio de la palabra y que abarca latitudes allende del control anglosajón, de una opulencia melódica, Santo Grial siempre anhelado y tantas veces esquivo que sin embargo en estas canciones realizadas por el dúo no solo es capturado sino vertido todo su caudal en en unas resplandecientes composiciones. Envueltas en un sonido prístino, elevan su valor de manos de una producción de elegante vestimenta, elegida con la exactitud necesaria en cada instante para hacer sobresalir el porte natural mostrado por cada tema extrayendo todas su capacidades. 

En cualquier unión de fuerzas llevadas a cabo por músicos con bagajes y características comunes, la pretensión adorada es hacer confluir sus aptitudes para que el resultado no sea únicamente una suma de talentos sino el florecimiento de un nuevo perfil, lo que sin duda es aplicable a este proyecto, en el que se trasluce el carácter de sus autores pero que en paralelo revela una identidad novedosa. Pero si hay un elemento concreto que debe verbalizar la obtención, o no, del éxito en una propuestas de este calado, que entroniza el aspecto melódico, es el del entendimiento óptimo entre los tonos vocales de sus protagonistas. Un reto que las cuerdas vocales de Fuster y Montero solventan con excelencia, ya que pese a la naturaleza particular de cada una de ellas, elegante la del primero y más gruesa la del segundo, comparten una serena profundidad que saben exhibir ya sea en sus apariciones complementarias como en el baile conjunto que practican. 

Más allá del sentido dominador perceptible en el aspecto estilístico, que si bien ha sido adquirido a través de diversas influencias logra transmitir un sentido de unidad evidente, existe en el álbum igualmente un cierto canon atribuible a su esqueleto narrativo. En él, el entorno paisajístico funciona como simbología de una hermosa lírica que hace las veces de hoja de ruta para localizar aquellos remansos de tranquilidad y felicidad que, aunque muchas veces escondidos entre la esencia trágica de la vida o en nuestras propias indecisiones, están esperando a que nuestros pasos avancen hasta ellos. Por eso, el inicio de “Y El Mar Que Se Intuye”, como si de un milagro bíblico de abrir las aguas para alcanzar una orilla de sosiego se tratase, construye un evocador y bellamente crepuscular folk minimalista pero de impronta orquestal que parece atraer el universo de Honeybus hasta sus dominios. Los avatares y escollos lógicos presentes en dicho recorrido obtienen una precisa representación en “Nostalgia”, donde un sonido coral de emocionante sobriedad se alterna con armonías más selváticas y agrestes. Pero si de sumergirse en el poder metafórico de la naturaleza hablamos, debemos fijar nuestra mirada en los trinos introductorios de “Temor” y su carácter de bucólica placidez existencial, la que sin embargo no será suficiente para liberarnos de la constante sensación de que nuestra existencia pende de un hilo, parafraseando al gran rapsoda rockero tristemente desaparecido, Rafael Berrio. 

Si en el afán por definir a Algo hay que buscar sus constantes, éstas sin duda residen en el poder melódico -al margen de sus manifestaciones varias- que abraza todo su repertorio. Cuestiones que si encuentran, como así sucede, su expresividad máxima de calidad, es casi imposible no descubrir en ellas el rastro dejado por Beatles o Beach Boys, nombres esenciales en el lenguaje expresado por estas piezas y especialmente palpable en momentos como “Confesión y Egresión”, en la que perfectamente podríamos admitir igualmente la presencia de Santi Campos; el reflexivo intimismo alcanzado contraponiendo coros celestiales e interpretaciones graves en “Luz Del Horizonte”, o la más rítmica “Dios”, en la que también imponen sus ecos otros expertos en unir sus gargantas privilegiadas como Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Referencias como se puede comprobar transoceánicas que siguen vadeando el mapa para que las bases rotundas y el armazón eléctrico de “Saber Caer” nos sitúe frente a trovadores de roquera ascensión, como Miguel Ángel Villanueva, o ese introductorio empaste de voces al estilo doo woop de "Amiga" que deriva en una golosina que parece desprendida de los bolsillos de los Brincos, o por qué no encumbrarse a través de una majestuosidad nada impostada en “Amanecer De Enero”, que nos ubica  frente a una de esas televisiones en blanco y negro donde triunfaban las apoteósicas voces de Nino Bravo o Camilo Sesto

Sin ánimo de contradecir el nombre con que se ha bautizado el proyecto, y por extensión su inaugural disco, no hay nada en este “Algo” de indeterminado ni mucho menos presentado en cantidades minúsculas. Todo lo contrario, si destacable resulta el trabajo de esta entente es por su vocación universal y plena. Su viaje de fascinantes rutas melódicas, desbordantes de pasional belleza, no son solo una excepcional e intachable reivindicación de la canción como objeto de sublimación emocional, sino que la suma de todas ellas configuran un armonioso camino que se presenta como impulso para superar las ruinas y descubrir que tras ellas nos están esperando todos esos esenciales alicientes, sea la amistad, el amor, la paz con uno mismo o por supuesto la música, perfectamente escenificada por este álbum, que logran hacer de la vida un lugar que, pese a sus trabas, merece la pena ser disfrutado.