Por: Kepa Arbizu
No hay nada que impulse tanto el ánimo por recobrar ciertas costumbres, incluso las que ya se tenían casi por olvidadas, que una creciente sensación de imposibilidad -en este caso generada por las prohibiciones y restricciones de sobra conocidas en esta época- por poder llevarlas a cabo. Y eso es precisamente lo que ha debido pasar por la mente del excelente grupo de Chicago, Wilco, que si desde el 2011, para dar forma a su disco "The Whole Love", no se reunían todos juntos en el estudio de su propiedad, The Loft, ha tenido que ser ahora, más de diez años después, cuando los seis integrantes (Jeff Tweedy, John Stirrat, Glenn Kotche, Mikael Jorgensen, Nels Cline y Pat Sansone) han compartido un mismo espacio para desarrollar juntos su música, recuperando ese espíritu de comunión siempre tan aconsejable para incentivar el espíritu de una banda. Una sinergia que si bien podría haber sido proclive a desarrollar toda el amplio imaginario sonoro conquistado en su ya extensa carrera, la decisión ha tomado el cariz prácticamente opuesto, dejando de hecho apartadas composiciones en proceso de una índole más vanguardista, para dar cabida a unas por las que circulan las raíces clásicas que impulsaron el nacimiento de este proyecto. Porque nada mejor que celebrar un “reencuentro” que rememorando dónde se ubican los impulsos primarios que les han traído hasta aquí.
De explícito título y opulento contenido, hasta 21 canciones conforman este disco doble, “Cruel Country” despeja dudas con su nombre sobre la orientación estilística escogida pero abriendo diversas lecturas simbólicas en cuanto a su concepto. De lo que no cabe duda es que tal convicción para recuperar la tradición campestre, llega como consecuencia de haber acumulado a sus espaldas la pericia y el talento de adulterar, en el mejor y más avanzado sentido de la palabra, todos los cánones ortodoxos colindantes al género. Una aptitud por alterar dogmas en favor del progreso y la audacia que les ha llevado a imponer un sello tan identificativo como para situarles en la privilegiada posición de clásicos de nuestro tiempo. Así, tras recorrer casi todos los universos imaginables, creativamente hablando, han optado, llegado el momento, por regresar a casa, reunirse unos amigos y, desde una aparente sencillez, recordar que más allá del espíritu cosmopolita y rompedor del que tantas veces han hecho gala, son capaces de enfundarse con igual prestancia un vestuario basado en sombrero y votas vaqueras, eso sí, siempre confeccionados a su medida.
Pero un título como el utilizado no se libra, premeditadamente, de instigar diversos significados metafóricos a su alrededor, y es que esa placidez que abunda en su repertorio sonoro no debe alejarnos de un contenido mucho más crudo, nada complaciente con ellos mismos ni por supuesto con el entorno que les rodea. Estamos ante un álbum capaz de acogernos en su arrullo pero también de clavarnos sus espinas, porque las más de dos docenas de canciones funcionan como un almanaque de cicatrices -y sus posibles cuidados paliativos- propiciado por el paso del tiempo, alimento de conocimiento y cinismo a partes iguales. Utilizando el viejo rito sanador de convertir la angustia en música, el lamento generado por la observación de las heridas particulares y las batallas celebradas en la propia conciencia, superará dichas fronteras individuales para alojarse en un contexto global. Y qué mejor manera para enfrentar todos esos sentimientos de ambivalencia y desánimo respecto al territorio que les vio nacer que hacerlo entonando sus ritmos más idiosincráticos y arraigados.
Decir que este disco lo forman 21 piezas de folk-country es una de esas verdades que de tan poco matizadas como está puede resultar una mentira. Sería como intentar abarcar todo el rango existente de colores pintando exclusivamente los primarios; que si bien ejercen de base imprescindible, es en su adecuada mezcla donde radica la capacidad de generar una infinidad de tonalidades, y eso es lo que le sucede a este majestuoso álbum, que sus cimientos musicales son solo el inicio de un camino lleno de recovecos y de lugares por descubrir más allá del somero acercamiento. Por eso, y a pesar de su extensión, merece la pena para alcanzar, dentro de lo posible, toda la riqueza y diversidad de estímulos que esconde esa aparente sobriedad y placidez, realizar una gran marcha a través de sus cortes, que de una forma u otra todos terminan por encontrarse para tejer de forma perfecta ese tradicional pero alambicado bordado que adorna la portada.
Como toda gran ruta dispuesta a ser explorada, lo mejor es comenzar por el principio, más sobre todo si el tema inaugural despliega la atractiva, y cada vez mas perfeccionada, capacidad lírica de la banda para lograr que sus historias mantengan el equilibrio posando un pie en el ámbito global y otra en uno íntimo. Por eso la historia de inmigración que resuena en “I Am My Mother", más allá del idílico sueño de los desposeídos por cruzar la frontera, puede ser entendida como el viaje personal hacia ese añorado lugar donde sentirse a cobijo lejos de la inseguridad. Aupado por un agazapado ritmo de vals y una instrumentación que, de igual manera que actuará en muchos momentos del álbum, se distingue de forma visible y trascendente pero desde un papel latente, dará vida a esa melancólica épica tan “dylanista”. Y es que a estas alturas pocos son los referentes ante los que Wilco pueden bajar la cabeza, y si el de Duluth es uno de ellos, otros podrían ser los Beatles, que depositan su simiente melódica en el evocador susurrado, un tipo de interpretación en el que Tweedy ha ido asentándose con mayor comodidad, del tema homónimo o en el lúgubre romanticismo de “Story to Tell”. Líneas de armonía más vitalistas, o cuanto menos más ágiles y menos mesuradas, que paulatinamente, y hasta alcanzar una destreza juguetona, van invadiendo “All Across the World” o se manifiestan bajo un tono coral y amable en “Bird Without A Tail / Base of My Skull”. Por supuesto, si nos referimos al paso más grácil que alcanza el álbum hay que detenerse en la aparición de la cadencia honky tonk, que desemboca en texturas casi rockabillys en la eléctrica “Falling Apart (Right Now)” o bajo el dictado más cuatrero de “A Lifetime to Find”.
Existe sin embargo en esa clima delicado que reina en este trabajo una zona, como esa cara oscura de la luna, donde las sombras se ciernen sobre dicha placidez, y lo harán valiéndose de un repunte en la sobriedad o a través del implemento de una ornamentación que impone un ambiente más perturbador. El nulo afán de exhibicionismo del que da señales “The Empty Condor” no impide el nacimiento de una contenida épica anidada sobre un espectral escenario de quebrado murmullo, agonía que a pesar del aspecto de nana que se puede apreciar en “Darkness Is Cheap”, y la utilización de una ágil guitarra, no consigue esconder un segundo plano donde se intuye el paso de un cortejo fúnebre. Atmósferas inquietante que en “Many Worlds” corre a cargo de un escenario ruidista que deviene en un paisaje de western polvoriento.
Más allá de los siempre efectivos, que en este caso no efectistas, aderezos adicionales en busca de aportar ciertas sensaciones de desasosiego, no existe fórmula más útil para trasladar esa percepción que un buen manejo de los silencios y la implantación del minimalismo, características de empleo sobresaliente a lo largo de este álbum. La historia truculenta que esconde “Ambulance”, aunque sostenida por una guitarra tañida con plácido fingerpicking, sobresale por su circunspecta austeridad, lo mismo que sucederá, esta vez usando la contraposición de los violines, con la sobrecogedora parquedad que transmite “The Universe”. Una tendencia sonoro que se acompaña de un pesimismo narrativo que tendrá su culminación en la pieza elegida para cerrar el viaje, “The Plains”, que arropada por un sonido ambiente, su desvalido aspecto se mimetiza con la expresión de desesperanza respecto a la siempre demorada ilusión de que todo cambie.
Resulta evidente que Wilco con este disco ha afrontado un regreso a las raíces que un día impulsaron el proyecto, pero bajo ningún aspecto debe ser visto como un conato de involución. Su manera de afrontar tal empresa no elude el riesgo, desde el mismo ámbito formal, donde su condición clásica y sosegada no le impide albergar múltiples vértices, hasta el hecho en sí de plantear un álbum doble como todo un órdago a esa manera tan volátil, y de tan fácil ebullición como desintegración, de escuchar música en la actualidad. Pero no, “Cruel Country” no es “Being There”, y tampoco lo pretende, porque el 2022 tampoco es 1996 y por supuesto estos Wilco, ni por extensión sus seguidores, son los mismos que armaron uno de los discos esenciales en el rock de raíces contemporáneo. Puede que precisamente ese sea el verdadero sentido de este descomunal trabajo, examinar nuestra travesía personal, ya sea en el ámbito íntimo como en la relación con su contexto, y afrontar -sin edulcorar a nuestra conveniencia- la verdad revelada, por mucho que eso suponga cubrir nuestra conciencia de cicatrices.