Por: Kepa Arbizu
Hay creadores que necesitan, o por lo menos así se percibe desde el lado del espectador, convertir su obra, de forma más o menos explícita, en una cronología de su recorrido emocional. Algo que trasladado al ámbito musical revierte en un tipo de composiciones que revelan los diferentes conflictos acontecidos en el mundo íntimo del autor. Angel Olsen encarna uno de los casos que actualmente mejor escenifican esa pulsión por retratar, cantando, aquellas etapas vitales que el paso del tiempo va sembrando en su biografía. De tal forma su carrera funciona como una suma de radiografías donde se trasluce la temperatura anímica en la que se halla inmersa en cada momento la norteamericana. “Big Time”, su nuevo y sexto álbum, mantiene por completo esa vocación “exhibicionista” para plasmar un momento especialmente convulso, y por extensión caudaloso en cuanto a materia de inspiración. La sucesión de dos hechos tan opuestos y trágicamente ligados por la casualidad como son la “presentación en sociedad” de su homosexualidad y el repentino fallecimiento, casi de manera consecutiva, de sus progenitores, representan ese macabro sentido del humor del que el universo a veces hace gala. Ambivalencia que la compositora ha sabido canalizar para convertirla en motor de un soberbio testamento musical.
Posiblemente no haya género musical más proclive a incorporar a la idiosincrasia de sus ritmos el néctar agridulce acumulado en la existencia humana que el country, una influencia que si bien se ha hospedado junto a un extenso repertorio de ellas en el acervo de Olsen, nunca ha llegado a despuntar como lo ha hecho en esta ocasión, lo que tampoco significa que, ni ahora ni por supuesto antes, podamos referirnos a ella como una ortodoxa representante de tales sonidos. Una conclusión alejada de consideraciones cualitativas, sino consecuencia de un tipo de carácter artístico que si bien en sus principios se presentó al cobijo de un folk desértico y casi espectral, sus fronteras definitorias han ido esquivando convenientemente cualquier atisbo de línea recta con las que ser trazadas, acabando por ubicarla en un territorio difuminado pero exquisito que solo responde a su nombre y apellido.
Bajo la producción, y la implicación instrumental, de Jonathan Wilson, otro de los que han construido su hogar bajo los cimientos de la música tradicional pero que ha decorado según sus propios criterios, el álbum por supuesto no desperdicia ese aura envolvente y enigmática que siempre acompaña a Olsen como tampoco pierde la oportunidad de transportar ciertos estereotipos del country -representados por ejemplo en las figuras de Dolly Parton o Loretta Lynn- hasta el epicentro de su registro, formulando un paisaje donde esa persistente neblina será capaz de posarse sobre aquellos registros clásicos. Un punto de encuentro en el que la tradición campestre logrará en determinados instantes asomar con una (muy) relativa claridad, como el mismo inicio que, quién sabe si con acento irónico dado su título, “All The Good Times”, anuncia, con recogimiento en su comienzo para terminar impetuosa, ese tránsito hacia una nueva identidad, reafirmada en su condición sexual pero por encima de todo conformada por la presencia del amor como brújula esencial. La siempre atormentada e insegura autora, ahora, utilizando sus propias palabras, aparece con un nuevo vestido, donde por primera vez deja atrás esa indefinición existencial para salir de su guarida y encomendarse a la luz. A partir de ahí, el álbum, indagará en la -nada plácida- determinación por asumir ese nuevo "yo" que en la canción homónima, con más presencia vocal y una nostalgia menos grave, retrata con bucólico pulso un romance que también será acosado por nubes y desfallecimientos en el ya conocido hoyo de la desolación, expuesto por la hermosa y consistente melodía contenida en “This Is How It Works”, entre Hank Williams y el crepuscular romanticismo de Chris Isaak.
Si hay algo que cohesiona a una diversa y multifacética serie de intérpretes contemporáneas y coetáneas, es precisamente la desinhibición y la total libertad con que absorben los cánones clásicos. Su bienvenida falta de reverencia ante ellos, y el uso indiscriminado de todos los elementos a su alcance como la perseverancia por demostrar ser hijas del presente, son constantes que se manifiestan en las propuestas de St Vincent, Big Thief, Marissa Nadler o Sharon Van Etten, perfiles que de una u otra manera comparten naturaleza y particularidades concretas con Angel Olsen, y por supuesto con este nuevo trabajo, por más que suponga en su esencia un acercamiento a estructuras y conceptos vetustos. Identificativa por lo tanto resulta esa humeante sobriedad, casi minimalista, más por su concepto que por su falta de orquestación, expresada en una “Dream Thing” capaz de ejercer un poder altamente hipnótico; en la delicada pero no débil “All The Flowers”, o el parco pero imponente acompañamiento que aporta el piano en “Chasing The Sun”, donde será su voz, pese al susurrante tono utilizado, quien encabece el peso emocional de la pieza . Una presencia, la de las teclas, que por medio de su pulsación en “Ghost On” parecen representar uno pasos fantasmales, cargados de dudas e inseguridades, que sin embargo nos desplazarán hasta un escondido ritmo de soul escuela Motown, es decir con cariz melódico, pero aquí ralentizado en grado máximo y despojado de sus ornamentos para conservar únicamente su osamenta, más allá de que el tema en su tramo final incorpore una acumulación de instrumentos. Un recurso, el de in crescendo que tendrá su culmen en “Go Home”, donde el desértico lamento inicial alcanzará cotas de épica aflicción.
“Big Time” es un disco que navega entre el descubrimiento de un nuevo horizonte, la zozobra que conlleva dicho hallazgo y el desasosiego engendrado por la pérdida de aquellos seres cercanos que han servido de guía. Contradicciones que sin embargo encuentran en esta decena de canciones el compromiso por apuntalar esa identidad personal -que no artística, ya consolidada hace tiempo- por fin encontrada. Tanto el álbum, como ese periplo acometido recientemente por la autora, no se refleja en un plácido paseo por un reluciente paisaje; este viaje acarrea dudas, cristales rotos dejados por el pasado y la necesidad de aprender a reconocer que las sombras no desaparecen de un día para otro, quizás de hecho haya que lidiar con ellas eternamente. Por eso, si la audacia de Angel Olsen por desvestir su alma, compartiendo su estrenado entusiasmo y confesar sus nunca enterrados miedos, es una tarea encomiable, mucho más lo es revestirla de una excelente banda sonora que si bien nos llega perfumada por el aroma de las ilusiones y lamentos entonados por pioneras, en ningún momento ha logrado borrar, más bien añadir matices, a la fragancia personal de esta particular y excelente compositora.