Fotomatón, Madrid. Sábado, 30 de abril del 2022.
Texto y fotografías: Skar P.D.
Mi ciudad, Madrid, estaba en estado efervescente, y es que, ahí es nada, un equipo de fútbol, el Real Madrid, en este caso, se había proclamado campeón de liga y ya se sabe la ingente cantidad de emociones, algunas desatadas o incluso algunas místicas, que emanan de dicho espectáculo. O sea, cientos de miles de personas por las calles. Y en este contexto, obviamente producto de la casualidad pudiera parecer que no quedaba ningún lugar capaz de albergar sensaciones ni siquiera parecidas a las que se respiraban por el aire, tan densas que a veces parecía ser posible hasta tocarlas. En ese día y en un pequeño local el barcelonés Vicenta Macià, más conocido como Pigmy, se encargó de demostrar que las emociones se ubican en tan amplio espectro que pueden ser emanadas desde opciones que discurren por lugares no tan físicos ni tan tribales, desde esos lugares no tan explícitos que, partiendo del interior, se sitúan y transcurren por los bordes de la piel. Hablamos por lo tanto de un concierto para minorías elegidas, como fue el caso.
Vicente, es decir Pigmy, es uno de esos casos, por otra parte un tanto incomprensibles, en los que cuesta entender cómo el talento y la sensibilidad no son, no ya valorados, sino ampliamente refrendados. Pigmy se presentaba en Madrid con banda, lo que no es nada fácil dado el reconocimiento, por ahora minoritario del que goza, y que ya se sabe que mover una banda de una ciudad a otra separadas por seiscientos kilómetros y para un solo concierto no es una cuestión sencilla. Pero el caso es que había la suficiente expectación como para que el Fotomatón Bar registrara un aspecto magnifico cercano al lleno, con lo que eso significa en una sala cuyo aforo difícilmente supera las setenta u ochenta personas. Sin embargo, y ajenas a la algarabía del exterior, así era y es que a pesar de su exigua discografía, apenas tres discos en los cerca de quince años de carrera en solitario de ex líder de Carrots, su disco del 2020, "Manifestación", había generado el suficiente consenso habida cuenta de la calidad que atesoraba y atesora en cada uno de sus surcos, o de sus pistas dependiendo del formato elegido para su escucha, además también se aprovechaba para celebrar el décimo quinto aniversario de la edición de su primer disco, aquel Miniaturas del 2007.
Al igual que en "Manifestación", la banda subió al escenario bajo el influjo pregrabado del canto gregoriano del poema "Ut Queant Laxis", que no por casualidad es el poema del que las notas musicales extraen su nombre al que siguió sin solución de continuidad "Almendros En Flor'", que de inmediato puso en situación a la audiencia y la ubicó en algún paraje lejano más propio del medioevo más bucólico imaginado, sonidos de flauta mediante.
"Nunca he actuado en Madrid ante tanta gente”, dijo un visiblemente emocionado, e incluso un poco nervioso, Pigmy antes de abordar la primera de las canciones de aquel "Miniaturas", la que responde justamente a su propio nombre. El sonido era claro, limpio y nítido desde la primera nota lo que contribuyó a crear la atmósfera necesaria, lindando más en lo espiritual que en lo físico sin que esto haga pensar que el sonido que extraía la banda, compuesta por músicos de una competencia absoluta, no resultara actual aunque pueda parecer una contradicción sobre todo para oídos inexpertos.
Para la excepcional y bonita tonada pop que es "Piedras y Guisantes", contaron con la colaboración de Alondra Bentley en las voces lo que, sin duda, embelleció la canción aún más si es posible. No sería la primera de las colaboraciones externas a la banda. Los acordes y notas de "Mi Canción'" y "Ana" volvieron a preñar el ambiente de sonidos envolventes, con la sensibilidad como denominador común, apoyados en la belleza de composiciones que se emparentan con el folk progresivo de las bandas inglesas de principios de los setenta como Gryphon o Amzing Blondel, y, por qué no, con atisbos de personajes como Kevin Ayers o Ian Anderson, que se dejaron ver en "El Buscador de Oro" que, según Pigmy, era la canción más cañera que íbamos a escuchar aunque más tarde cambiaría de opinión. No fue la única canción extraída de su segunda entrega discográfica, aquella que respondía al nombre de "Hamsterdam", porque en un concierto basado a partes casi iguales en temas de "Manifestación" y "Miniaturas" hubo espacio para él.
Difícil es abstraerse de calificativos como medieval o renacentista para entender los sonidos de canciones como "Déjame Entrar" o "El Hombre Menguante", incluido el sonido de esa guitarra, tan "Thick As A Brick" de Jethro Tull, del inicio de esta última. El concierto transcurría por parámetros de sosiego y quietud tan es así que, aunque parezca increíble en los tiempos que corren, no se oía ni una palabra, tan inmersa estaba la audiencia en la sensibilidad, la belleza y el buen hacer que se transmitía desde el escenario hasta para recoger un ramo de flores puesto en el escenario que si bien, como indicó Pigmy, no eran "Lantana" ,que es esa flor que cambia de colores, antes de empezar a tocarla, sí representaba el espíritu de lo que allí acontecía. Por eso cuando finalizaron con "El Gato Y El Ratón", que esta si era de verdad la más cañera, y abandonaron el escenario, la petición de bises fue unánime y continuada que hasta pareció que se hacían de rogar para volver a salir. No era así , evidentemente, porque todos sabíamos que aún faltaba la más excelsa colaboración de las que estaban anunciadas pero, a veces, en este tipo de conciertos tan cercanos e intimistas, es hasta conveniente y saludable regirse por los cánones más tradicionales, y sí, el concierto se merecía esa petición tan unánime y sentida. Tan cierta como verdadera.Salieron, por supuesto, y se les notaba visiblemente satisfechos al igual que el público, que por otra parte parecía comportarse como si se estuviera pidiendo otra en el salón de baile del castillo de algún noble, que no estaba el ambiente para desafinar ninguna nota. Como la banda al completo que no habían necesitado ningún aspaviento para transmitir la sutil, armoniosa y plena de clase lección de sensibilidad y música que había provocado esa sensación de estar asistiendo a un conjuro digno del mago Merlin, por poner un referente que se manifestaría en los bises.
Tres canciones, una de cada disco, empezando con esa maravilla que dice en su inicio "El disfraz nos sienta bien/Es como una segunda piel/Me pregunto ¿Quién soy yo?/Y si merezco tanto amor/Mientras tanto los de siempre/Saquearon la ciudad", es decir, "Manifestación", en una interpretación no tan recargada como en el disco pero igual de efectiva, cerrarondo definitivamente con la campestre y bucólica "Si", que ya que los homenajeados eran los otros dos discos qué menos que cerrar con la misma canción con la que se termina el "Hamsterdam". Belleza absoluta.
Pero entre una y otra apareció una esperada y sabida colaboración, y no por ello menos estelar, de todo un referente en esto del pop de melodías con tendencia a la exquisitez. Así el gran José María Guzmán (Solera, CRAG...) subió al escenario para ejecutar a medias con la banda dos de esas perlas que poblaban aquel extraordinario y único disco de Solera. Y puede hasta que sea magia, pero una de las elegidas fue "Discípulo de Merlín", mientras que la otra, "Calles Del Viejo Paris", no necesita presentación. Todo un lujo ver a dos generaciones en el escenario compartiendo sabiduría y complicidad emocional.
Y saludaron todos juntos, y los caballeros y las damas que poblábamos la sala nos fuimos a nuestros quehaceres, unos, a comprarles un disco en el puesto de merchandising, otros, a departir dimes y diretes de lo acontecido y todos con un poso con tendencia al bienestar. Belleza absoluta.