Por: Pepe Nave
Una breve canción a piano, "Going on a Plane Today", abre el disco al despiste, ya que el guitarrista que no presta atención al minutaje de sus canciones aparece en la segunda y ya no nos deja hasta el final. El nuevo trabajo, por lo tanto, sigue la línea que Kurt Vile ha ido moldeando con los años, esa en que sigue la estela de los grandes del folk rock americano, de canciones paisajísticas comandadas por la guitarra, filtradas por el indie rock de los noventa y primera década de este siglo, sobre todo por aquel estilo que se denominó “slacker” (gandul, en inglés) por su parsimonia y cierto desaliño en sus formas, que llevaron a cabo bandas como Pavement o los primeros Silver Jews.
Vile es un artista a contracorriente hoy en día, no produce singles cortos y llamativos para incluir en una playlist y recomendarlo a amigos para una escucha rápida de medio minuto, ni estribillos coreables en festivales. Para entrar en lo suyo hace falta detenerse, dejar correr el disco sin prisa, volverlo a escuchar, y entrar en ese estado mental de placidez, como si estuviéramos a la sombra en una tumbona entre dos pinos una soleada tarde de verano. Decía Bob Dylan en sus memorias que, a finales de los sesenta, tras casi diez años de carrera, aún le resultaba difícil tocar la guitarra al mismo tiempo que cantaba y por esto trataba de desarrollar una técnica para tocar de una forma sencilla y poder concentrarse en las letras y el canto. En el caso de Vile casi parece al revés, la guitarra siempre inicia y lleva el timón de las canciones, y la voz busca rellenar los espacios que quedan, aportando apuntes como de diario personal, unos más claros y prosaicos y otros más crípticos.
Su octavo álbum, si no contamos "Lotta Sea Lice", el que realizó a medias con Courtney Barnett, es una pequeña vuelta de tuerca a su sonido, aquí más relajado, natural y cercano si cabe, con algunos detalles de piano y sintetizadores como colchón de las guitarras. Es el primero con la multinacional Verve Records, por cierto, casa de The Velvet Undergound, de quienes realizó el año pasado una buena versión de "Run, Run, Run" en un disco coral de homenaje a la mítica banda. Y es que, aunque él siempre cite más a Neil Young, Bruce Springsteen, Steve Van Zandt o John Prine, como sus héroes musicales, su voz nasal y fraseos semi cantados remiten inevitablemente a Lou Reed.
Contar con un estudio de grabación en su casa del tranquilo barrio de Philadelphia, Mount Airy, en el que ha grabado gran parte de las primeras tomas (la grabación se completó en Los Angeles con Rob Schnapf) durante el doméstico período pandémico, habrá contribuido a esa naturalidad alcanzada. La portada, sin ir más lejos, le muestra en una arboleda con sus dos hijas, él llevando una máscara de cocodrilo. Y es que, aunque la pandemia, cuando estalló en 2020, fue una maldición para todos, para algunos tuvo sus efectos positivos. Según se desprende de las letras de algunas canciones como "Flying (like a fast train)" su ritmo de trabajo de los últimos años, ocho discos en diez años con largas giras mundiales, le tenían quemado y ese parón obligado y la estancia junto a su familia en su hogar le vino de perlas.
Desarrolla en todo el álbum un ambiente y sonido común al que contribuye ese ritmo de batería de medio tiempo pausado (se podría hacer un chiste: “te aceleras menos que el batería de Kurt Vile”) sobre el que fluir con su banda. Incluso el estado de ánimo es similar, no hay canciones especialmente tristes, ni abiertamente alegres, hay si acaso una ligera melancolía, siempre desde una serenidad del que ha vivido y ha encontrado su sitio y su manera de desenvolverse. Con las escuchas, cada canción muestra sus matices que les dotan de más diferencias entre sí de lo que a primera vista parece.
En "Palace of OKV in Reverse", iniciales que dan nombre a su estudio casero, la guitarra suena como si el vinilo se reprodujera en contradirección, en "Mount Airy Hill (Way gone)" el sintetizador de colchón trata de arañar protagonismo a la guitarra y en "Hey Like a Child" el cristalino arpegio de guitarra, recuerda a los primeros Real Estate.
En otras, presenta algunos invitados ilustres. En "Like Exploding Stones", la más “Stephen Malkmus” del lote, aparece el saxo de James Stewart de Sun Ra Arkestra. La gran Cate Le Bon canta como segunda voz en "Jesus On A Wire", en la que con humor imagina a un Jesucristo al teléfono desesperado por el lío que tiene montado. En la reposada "Chazzy Don’t Mind" dice en la letra que quizás la banda Chastity Belt tiene una canción parecida a esta (Chazzy es slang para Chastity) y se trae como invitadas a las cuatro componentes del grupo. Al que no invita es a Bruce Springsteen, pero lo invoca en una versión de un descarte de la época del "Born in the USA", "Wages of Sin", publicada únicamente en la caja recopilatoria "Tracks", que muestra claramente que la cara del de New Jersey que más confluye con su música es la calmada e introspectiva.
No hay que perder la perspectiva y pese a las citadas pinceladas estelares, el gran protagonista es Vile. Sus guitarras y voz fluyen como un caudaloso río que te mece hasta entrar en ese placentero estado de duermevela, en que no quieres ni despertar ni dormirte del todo para seguir experimentando el placer de la calma y la belleza alrededor, que se prolongará durante 75 minutos o muchos más si lo pones en bucle.