Kevin Morby: "This Is A Photograph"


Por: Kepa Arbizu 

Una fotografía, más allá de ser el registro de un momento puntual, siempre cuenta con una historia previa y contiene la aspiración de pervivir en el futuro. Y precisamente son esas premisas las que marcan la genealogía del nuevo disco de Kevin Morby, uno de esos talentos contemporáneos que, al igual que otros coetáneos suyos como Big Thief o Kurt Vile, escenifican la continuación y adecuación al presente de esa estirpe de míticos compositores arraigados en la tradición norteamericana y de una fuerte impronta personal. Una evolución en la que mucho tiene que ver el papel desarrollado por la producción y sus aportes, ascendido a elemento primordial a la hora de configurar su trazo creativo, algo especialmente visible en el caso de este texano que en su séptimo trabajo azuza con sentida emoción dicho ingrediente con la ya habitual participación en tales lides de Sam Cohen

Pero recuperemos esa fotografía que otorga el título a este conjunto de canciones y que esconde el joven y lozano retrato del padre del autor, instantánea encontrada por su vástago tras vivir en primera persona cómo durante una reunión familiar su progenitor se desploma y tiene que ser trasladado al hospital. Una situación que relacionada con dicha imagen supone prácticamente una epifanía que despliega todo un marasmo de ideas en la mente de Morby: la fragilidad de la vida, la necesidad de su disfrute y todo relacionado, evidentemente, con el inmisericorde paso del tiempo. Un entramado de sugestiones a las que el intérprete estadounidense buscará otorgarles una mayor trascendencia trasladándose a Memphis, cuna de muchos de sus ídolos caídos antes de tiempo (Jay Retard, Elvis Presley, Jeff Buckley), para embeberse de su espíritu y refugiado en el mítico Hotel Peabody, desde la soledad absoluta pero impregnado de todo un sinfín de sensaciones, poner en marcha un álbum que solo en su génesis ya adquiere un talante muy distinguido. 

Como si de hacer extensible al proceso de grabación esa misma idiosincrasia a la que apela el proyecto se tratase, ésta empezará desde la austeridad más absoluta para ir sumando piezas, en este caso representada en el aluvión de músicos que paulatinamente se irán incorporando, que desembocarán en el registro del contenido en los estudios de Sam Cohen y completado, a modo de cierre natural del círculo, entre las míticas paredes de los Sam Phillips Studios. Preciso y preciosa ingeniería conceptual que sin embargo se vendría abajo con la facilidad de un soplo de viento sino estuviera bien sustentada por el material realmente imprescindible en estas situaciones: las canciones; que como no podía ser de otra forma para no desautorizar a todo el entorno creado, brillan en todo su esplendor, un rutilante resultado a la hora de aunar de manera totalmente natural el difícil engranaje formado por la vetusta tradición y el halo más recargado y actual del músico. 

La reducida en duración “Intro”, que recrea los sonidos ambientes de una casa, hace precisamente esa función, la de abrirnos las puertas del hogar de Morby, que con la llegada sin solución de continuidad del tema homónimo, queda expuesta de manera explícita el leitmotiv, ya comentado, del disco. Una inmersión biográfica que además realiza el trayecto desde el clasicismo, con un riff de guitarra acústica de intensa cadencia de blues envuelto en un fraseo recitativo, hasta un in crescendo de detalles instrumentales que culminan en un apoteósico final -en el que se cuelan los coros de los estudiantes de la academia del sello Stax- donde se imponen ritmos emparentados con el hip hop. Una sola canción capaz de tejer incontables sensibilidades y abarcar a través de todas ellas un largo recorrido cronológico referencial. Excepcional metáfora de lo que supone descifrar una antigua fotografía con los ojos del presente. 

Ni mucho menos el tema que da nombre al disco, pese a todos los elementos significativos que contiene, va a ser una excepción en cuanto a su estructura, al contrario, el álbum asume en su globalidad esa condición, hacer confluir ya sean sensaciones contrapuestas, desde la necesidad de apretar los lazos afectivos a la asunción de los instintos más oscuros, como la simbiosis de un extenso catálogo de melodías y tonos. Tanto es así que piezas como "A Random Act of Kindness" nace con aspecto de introspectivo canto religioso para acabar con las vestimentas de una Velvet Underground alejada de la electricidad y acogida en brazos orquestales, o en "Disappearing" la mística de Jeff Buckley -homenajeado directamente en "A Coat of Butterflies"- desemboca en un emocionante gospel, Un estado de ánimo evocador que tendrá su cita también en "Five Easy Pieces" o "Stop Before I Cry", aunque para esta ocasión el traje escogido sea el de romántico crooner, en la estela de nombres como el del Richard Hawley más ornamentado.

Si hasta ahora los temas citados parecían nadar en ese ambiente nocturno y urbanita, donde solo la llegada de la madrugada parece poder acallar el desenfreno que acoge la ciudad para encender los no menos estruendosos conflictos generados en la conciencia, "Bittersweet, TN" nos traslada, con un folk-country tradicional y conmovedor, en la que mucho tiene que ver la voz femenina aportada por Erin Rae , hasta el porche de una de esas estancias enclavadas en una gran explanada donde el sol ejerce de juez máximo. Un astro rey que cederá el espacio a la más turbia y humeante oscuridad, representada en algún tugurio al que se accede bajando unas escaleras que parecen la entrada al averno para escuchar un rock and roll primitivo con naturaleza de garage ("Rock Bottom) y que ya le hemos visto desarrollar con la misma soltura que crudeza a Morby en varias ocasiones. Decibelios y distorsión que representan la antítesis del final escogido con la suficientemente explicita en su título "Goodbye to Good Times", guitarra y voz con ese anárquico sentido de Mark Kozelek o Bill Callahan, para, en otro despliegue de recuerdos familiares. interrogarse por el paradero de aquellos buenos viejos tiempos. 

Si Magritte con su cuadro “Esto no es una pipa” nos planteaba la disyuntiva entre la realidad y su representación artística, Kevin Morby no deja lugar a dudas con su espléndido nuevo disco, de no menos bella portada, que esto sí es una fotografía, más en concreto una en la que en su función de madeja por desplegar alcanza desde sus experiencias biográficas hasta la visión global de un país. Todo barnizado por una exquisita banda sonora que, a base de desempolvar los viejos sonidos para hacerlos interpretar bajo el carácter actual, plantea esa indescifrable lucha interna entre monstruos y ángeles que suele ser la vida, y a la que el paso del tiempo siempre acude para avisarnos del endeble escenario sobre el que pisamos.