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Jack White: "Fear of the Dawn"



Por: J.J. Caballero

Habrá quien piense que los discos de Jack White al margen de sus proyectos laterales, léase The Dead Weather o The Raconteurs por no volver a citar a los esenciales The White Stripes definitivamente aparcados, hayan ido de más a menos a medida que su carrera y objetivos artísticos se adentraban por caminos más que transitados y a la vez abordados desde una óptica y una intención personales. También habrá quien afirme que su discografía no ha hecho sino mejorar con el afán de experimentación y profundización en unas raíces diversas, divididas y asentadas en la tradición del blues primerizo y luego maceradas en una aproximación contemporánea, única en su concepción y ejecución. A estas alturas, lo mejor que se puede decir de un artista mayúsculo como él, y de su obra, es que le importa un bledo el juicio de valor que cualquier aficionado a su música pueda emitir en un momento dado. Y así, en este “Fear of the dawn” irregular e indigesto por momentos, se rearma en su maceración de estilos y tradiciones aportando una pátina de modernidad que le sirve para seguir buscando formas de expresión y al mismo tiempo para meter todo el ruido del mundo. En el buen sentido, claro.

En su cuarta entrega, no tan tendente a la dispersión como en las anteriores e intentando concretar ideas (a su estilo, evidentemente), explota en pildorazos de electricidad, casi aberrante en las magníficas “Fear of the dawn” o “Taking me back”, y se entrega al efectismo sonoro en “What’s the trick?” o “Hi-De-Ho”, aquí en colaboración con Q-Tip de A Tribe Called Quest, cuyo mundo no dista demasiadas millas del que habita el de Detroit. Alguien experto en las diversas afinaciones y notas de cualquiera de las guitarras de su enorme colección se debe explayar, y así lo hace, en el poderío de “That was then, this is now” y la distorsión de “The white raven”, sin duda una de sus más evidentes señas de identidad, pero su sabiduría lo lleva por la dudosa senda del rock progresivo, pocas veces antes emprendida, y se empeña en grabar algo como “Eosophobia”, además de desconcertar un poco y cerrar el círculo de un disco arriesgado y anárquico con “Into the twilight”, resituándose momentáneamente en la más ortodoxa “Shedding my velvet” para que nada quede demasiado fuera de lugar. Aunque eso, en su caso, es casi inevitable.

Poco después de la publicación de este álbum nos llegó la noticia de que en breve la intención del autor es lanzar su prolongación, algo así como un apéndice, sin que eso sea sinónimo de continuismo, lo cual sería despojar de identidad las maneras de Mr. White, con cuya nueva “encarnación azul” –no sería descabellado calificar de tal a la estética de videoclips y grafismo empleados en el art work- nos deja a las puertas de un nuevo abismo de sensaciones encontradas del cual será difícil salir hasta el siguiente advenimiento. Por cierto, el ente ya tiene nombre: “Entering heaven alive”, y por el título podríamos adivinar que, como los ángeles proscritos, puede tener diabólicas connotaciones celestiales.