En su cuarta entrega, no tan tendente a la dispersión como en las anteriores e intentando concretar ideas (a su estilo, evidentemente), explota en pildorazos de electricidad, casi aberrante en las magníficas “Fear of the dawn” o “Taking me back”, y se entrega al efectismo sonoro en “What’s the trick?” o “Hi-De-Ho”, aquí en colaboración con Q-Tip de A Tribe Called Quest, cuyo mundo no dista demasiadas millas del que habita el de Detroit. Alguien experto en las diversas afinaciones y notas de cualquiera de las guitarras de su enorme colección se debe explayar, y así lo hace, en el poderío de “That was then, this is now” y la distorsión de “The white raven”, sin duda una de sus más evidentes señas de identidad, pero su sabiduría lo lleva por la dudosa senda del rock progresivo, pocas veces antes emprendida, y se empeña en grabar algo como “Eosophobia”, además de desconcertar un poco y cerrar el círculo de un disco arriesgado y anárquico con “Into the twilight”, resituándose momentáneamente en la más ortodoxa “Shedding my velvet” para que nada quede demasiado fuera de lugar. Aunque eso, en su caso, es casi inevitable.
Poco después de la publicación de este álbum nos llegó la noticia de que en breve la intención del autor es lanzar su prolongación, algo así como un apéndice, sin que eso sea sinónimo de continuismo, lo cual sería despojar de identidad las maneras de Mr. White, con cuya nueva “encarnación azul” –no sería descabellado calificar de tal a la estética de videoclips y grafismo empleados en el art work- nos deja a las puertas de un nuevo abismo de sensaciones encontradas del cual será difícil salir hasta el siguiente advenimiento. Por cierto, el ente ya tiene nombre: “Entering heaven alive”, y por el título podríamos adivinar que, como los ángeles proscritos, puede tener diabólicas connotaciones celestiales.