Por: Javier Capapé
Cuando con diez años escuché “Sowing the Seeds of Love” no pude evitar caer rendido. Aún con el paso de los años sigue teniendo la grandeza de una canción redonda, que te hace subir, que emociona, con un estribillo perfecto y casi mejores estrofas. Pero Tears for Fears no sólo eran eso. En mi adolescencia descubrí un disco enorme, quizá algo apartado de la carrera del dúo, pues en él solamente permanecía con el nombre original del grupo Roland Orzabal, pero “Elemental” tenía de todo. Tradición y renovación. Pop mayúsculo.
Después de ese momento no dejé de volver a ellos, pero el nivel no volvió a ser el mismo, ni en la continuación de Orzabal solo al frente del proyecto con ese disco lleno de referencias a España ni con el regreso de Curt Smith al dúo en aquel grandilocuente, aunque algo malogrado, “Everybody Loves a Happpy Ending” de 2004. Hubo gira, disco en directo grabado en París (el muy codiciado “Secret World”) e incluso nueva colección de éxitos mirando al pasado glorioso del grupo en los últimos años, pero parecía que quedaba demasiado lejos esa época dorada que habían vivido en los años ochenta, entre la publicación de su debut “The Hurting” y el muy aclamado “The Seeds of Love” de 1989. Además de esto, lastraban al dúo los dieciocho años de inactividad en forma de nueva colección de canciones. Demasiado tiempo para que tuvieran el hype necesario en este despiadado mundo musical de novedades continuas y agotadores periodos de lanzamientos para estar en el candelero.
Tears for Fears habían necesitado de esta desconexión por motivos personales y, contra todo pronóstico, se habían decidido a grabar una colección de canciones que les devolviera a su lugar, que les hiciera volver a la palestra por el simple hecho de darse el gusto, sin obedecer a ninguna estrategia de marketing. Años atrás habían empezado a escribir canciones rodeados de algunos compositores pop muy reconocidos para intentar renovar o actualizar su propuesta, en lo que podría haber sido un regreso calculado para sacar el mayor rédito posible. Pero el intento de componer con estos nuevos colaboradores, impuestos de alguna manera por su mánager y compañía, no cuajó. Por eso mismo, la larga espera no parecía importarles. Querían ofrecer algo que convenciera cien por cien al dúo, que les hiciera sentir que valía la pena seguir en esto. Así, volviendo a escribir uno frente a otro, con sus guitarras y las ganas de disfrutar por el mero hecho de compartir su música juntos, Roland Orzabal y Curt Smith reanudaron definitivamente el tajo. Se rodearon de su equipo de siempre, como Charton Pettus (responsable entre otros del empuje de “The Tipping Point” o “Break the Man” y de la suave cadencia de “Rivers of Mercy”), junto a los productores y compositores Sacha Skarbek y Florian Reutter (presentes, entre otras, en “Please be Happy” y “My Demons”).
“The Tipping Point” obedece a los propios deseos del dúo de lanzar unas canciones dignas de su legado y generosas con todo el público que quisiera escucharlas, no sólo aquellos nostálgicos de su obra, sino también esos que estuvieran dispuestos a deslumbrarse por unas composiciones brillantes, que nos retrotrajeran a sonidos fuera de modas y nos complacieran por el mero hecho de escuchar grandes temas. Así, arrancan con lo básico, con sus guitarras acústicas conduciendo “No Small Thing”, algo pocas veces visto antes en Tears for Fears. Orzabal entra tenue y cuando Smith le acompaña va creciendo el tema hasta un final desbocado donde parece que todo se rompe y que bien podrían haber parido los mismísimos Radiohead, lo que da muestras de que desde el primer tema el dúo ha hecho lo que le ha pedido el cuerpo. Con el tema titular vuelven a sus momentos más inspirados junto a su sonido característico y con un Curt sobresaliente a la hora de afrontar el estribillo. Carina Round, corista de TFF en directo, se une a las voces de “Long, Long, Long Time” en una canción que rompe sus esquemas, con programaciones más contemporáneas, hasta que llega “Break the Man” y sus poderosas guitarras nos conducen por unas estrofas que se tornan clásicas y desembocan en un estribillo redondo, mientras sobrevuela ese concepto de la ruptura del patriarcado que se vislumbra desde su potente título.Sacha Skarbek y el programador Florian Reutter disfrazan “My Demons” de una rítmica contundente a la par que atrayente, con un Roland que se muestra agresivo desde el primer momento. La sonoridad podría acercarlos a unos Muse jugando a ser más ochenteros, pero claramente funciona. Doug Petty, teclista del grupo, es responsable de parte de “Rivers of Mercy”, de su poder evocador que transmite cierta paz y serenidad. Roland y Curt están comedidos y emocionan al tratar una historia de redención, que encaja perfectamente con la forma de encarar el tema. “Rivers of Mercy” es la gran balada del disco y quizá una de las mejores de su carrera. Y en esta línea más emocional se mueve también “Please be Happy”, aunque con diferentes resultados. Las cuerdas redondean un estribillo épico, al igual que el piano de Sacha Skarbek, pero le falta el poder intrínseco de su predecesora.
“Master Plan” es una carta directamente dirigida a su ex-mánager, cuyo “plan maestro” no encajaba con las intenciones del dúo. Por éste no pasaba la idea de hacer un disco nuevo, pero estaba claro que se equivocaba, ya que lo que Tears for Fears ofrecen con estas canciones está fácilmente entre lo más granado de su discografía. Las giras interminables y sin material nuevo que presentar (que formaban ese “plan maestro” del que habla la canción) están bien, pero si el motivo de volver a la carretera es presentar nuevas composiciones al mundo, algo en lo que seguir sustentando tu carrera, siempre tendrá mucho más sentido, no nos olvidemos. En “Master Plan” sobrevuela esa idea de confianza en uno mismo, pero se impone una dinámica demasiado condescendiente que no le permite despegar con toda la fuerza que merece la canción.
“End of Night” es una canción ligera, cuidada, pero que baja algo el listón en esta recta final del disco, aunque se recuperan con “Stay”, donde vuelven las guitarras cristalinas como en el comienzo del mismo, como cerrando el círculo con la primera canción, dando valor así a la importancia del orden de las canciones que conforman el LP. Toda la serenidad que le confieren las programaciones a la canción hace que el dúo se reafirme en sí mismo, porque reconocen que es una canción sobre sus dudas para continuar, pero quizá en esta sonoridad y solidez encuentren el motivo para no volver a dejar pasar tanto tiempo hasta escuchar sus nuevas composiciones. Es cierto, hay mucha nostalgia en “The Tipping Point”, pero muy bien llevada, porque de todas las turbulencias vividas por nuestros protagonistas en los últimos años, la solidez se ha impuesto para regalarnos sencillamente una masterclass de hondura, refinamiento y brillantez. ¡¡No nos dejéis nunca!!