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Sed de Mal: “Sed de Mal”


Por: Kepa Arbizu 

La por muchos esperada resurrección de la banda mítica de los años ochenta BB Sin Sed, manifestada en el 2019 de la mano de un batallador y aguerrido disco, “La dirección que no tomo”, no fue en realidad, visto lo visto, sino la explosión de luz antes de la llegada del apagón final, firmando su defunción poco tiempo después de su reaparición. Pero aun podemos encender una vela de esperanza en este funeral artístico, ya que casi sin solución de continuidad, algunos de los integrantes de la formación, como su líder Xavi Vendrell y Feliu Pla, no permitieron desechar esas ascuas y se unieron a Miguel Figuerola (Las flores del mal) y Albert Mas (Midnight Specials) para con un ágil encaje léxico concebir el proyecto Sed de Mal, un nuevo foco de expresividad en el que si premeditadamente han restringido sus rasgos musicales pasados, son otros, cuanto menos igual de sugerentes, los que definen a esta nueva aventura.

Si el nombre “orsonwellesiano” elegido para el bautizo de este proyecto ya contiene suficiente impacto por sí mismo, o por las imágenes fílmicas que nos evoca, todavía adquiere mayor sentido cuando es acompañado de una fórmula sonora que pone en común la arquitectura roquera con una interpretación de acento crooner. No es difícil por lo tanto trasladar esos planos llenos de desidia moral y espesura existencial que abundan en la película a unas composiciones que emergen entre el la bruma nocturna para, al fin y al cabo, moldear la lírica que conlleva el sempiterno enfrentamiento entre Dios y el Diablo, la vida y la muerte, el amor y el sexo. Temáticas imperecederas narradas desde la voz particular de esta recién nacida, pese a lo veterano de sus embriones, criatura.

Si es bien cierto que el ambiente que empapa este álbum debut está cargado de un aire taciturno y espeso, no hay en la forma de tratarlo y (re)producirlo un intento por ahondar todavía más en ese paisaje, al contrario, apuesta por la claridad en su representación instrumental, que lejos de perseguir desvanecer su alma sombría aspira a despuntar su profundidad. Constantes para un trazo atmosférico que le sitúa, más allá de las mayores o menores concordancias concretas, hermanado a esa legión de intérpretes que han residido en zonas de reflexiva penumbra, como Scott Walker, Nick Cave o Leonard Cohen, ejemplos de diversa ejecución pero conciliados entorno a la capacidad para hacer de su vis recitativa todo un arte, elemento a la postre trascendental en el desarrollo de este disco homónimo.

Pero no solo vive el verbo de naturaleza lúgubre de la inspiración anglosajona, por lo que en la iniciática “El rey de las lágrimas”, no es en absoluto descabellado encontrarse con la bohemia andaluza de un Chencho Fernández en esta oda al malditismo, impulsada por un imponente estribillo, que instala un pie en el abismo y otro en cielo. Mantendrá esa perfecta relación de fuerzas creadoras entre electricidad e intimismo, que suele definirse como rock de autor, en una emocionante y exquisitamente decorado “No moriré ahora”, la constatación de que solo nos salvará de la defenestración nuestros paraísos particulares, o las ondulaciones, entre el susurro sensual y la épica ferocidad, que construyen "Sé dónde siempre te escondes", un espacio en el que se podrían dar cita desde Diego Vasallo a Javier Corcobado. Alteraciones que se fraguarán, con un in crescendo que deriva en desgarro final, alrededor del agrio romanticismo de “Todo escapa a tu control”, en el que ciertos dejes en el fraseo nos hace florecer alguna lágrima al reconocer entre ellos a Rafael Berrio. El decadentismo que acoge "El árbol torcido" nos sitúa en medio de algún gran salón deslizándonos al copioso ritmo de vals que nos incita a seguir los pasos de un acompañante espectral.

No persigue este disco convertirse en una meseta, con sus altiplanos, donde el sonido crepuscular se haga único protagonista. Ya sea por una imposibilidad metafísica de sus autores para escapar del nervio eléctrico o como aditamento seleccionado para configurar un resultado más rico, sobre todo la segunda parte del álbum acumula unas cuantas piezas que salen de la caverna para, sin abandonar sus ropajes de luto, lanzarse a cadencias más agitadas. "¡Qué sabrás de mí!" se convierte en un himno para los desheredados, aquellos sin nombre que sin embargo nunca han dejado de estar ocultos en la retaguardia, y nada mejor que dedicar a esos invisibilizados un rock and roll de carácter introspectivo. Y si emprendemos un camino "Hacia la tristeza" no hay nada más apto, o inevitable, que hacerlo en compañía de un blues descarnado. Antecedentes ambos de la tormenta que terminará por desatarse a través del aguijonazo ochentero en el post punk “Soy de oro y de barro”, y unas vibrantes y épicas bases rítmicas que incrementarán la temperatura sensitiva, o la teatral rugosidad de “El blues del malvado”, que nos lleva hasta los mejores momentos de Ramón(cin).

Sed de mal inauguran con este debut homónimo lo que de momento es un camino bello a la par que truculento, donde recoge diferentes matices sonoros para acogerlos, pese a ser todavía el primer capítulo de esta apuesta, y dotarles de un apellido totalmente identificable, y lo mejor de todo, tocado de una soberbia intensidad emocional. El grupo catalán decide cantarle a los suburbios, y no geográficos precisamente, al desasosiego existencial y a todas las sombras que allí se acomodan. Pero en ese tiznado paisaje conviven también fuerza centrífugas como consuelo a esa angustia, y sobre todo una, a la que no es casualidad que le dediquen el último corte (“Credo”) a modo de desnudo y afligido romanticismo cierre final. Porque ese corto pero imponente concepto al que dedican su oración postrera, el amor, pasa por ser el único antídoto, no infalible pero sí imprescindible, para ser capaces de extender nuestra mirada más allá de las tinieblas.