Por: Kepa Arbizu
Pese a que los tiempos actuales incitan y promueven el ritmo desmesurado de publicaciones lanzadas por un mismo autor, en lo que parece una carrera por mantener constantemente alerta al esforzado oyente, sin embargo nunca será el elemento cuantitativo un valor trascendente a la hora de calibrar la calidad de una obra global. Por eso, que El Rey Salitre, pseudónimo tras el que se encuentra el músico mallorquín Sebastián Buades, nos haya entregado seis trabajos, en formatos siempre relativamente reducidos, en otros tantos años de carrera, no pasaría de ser la constatación de una meritoria prolífica actividad si no fuera porque su actual álbum,” Vértigo”, además de tratarse del primero al que podríamos catalogar como un disco largo, encarna la sobresaliente culminación de un proceso de aprendizaje y perfeccionamiento respecto a una fórmula, siempre emparentada con la idea de rock (and roll) clásico, puesta en marcha desde sus primeros episodios.
Acompañado, como en otras tantas ocasiones, de Miguel Àngel Riutort Rosselló, Mega, sobre el que recaen las labores técnicas, ambos se repartirán la tarea de ejecutar todos los instrumentos. Una consideración que contiene una pequeña, y totalmente perdonable, trampa, ya que, en algo que también se ha convertido en casi una tradición, el número de colaboradores que pasean por estas canciones es considerable, lo que se traduce en un enriquecimiento de matices a una ya de por sí enjundiosa estructura sonora. Porque al margen de lo más o menos anecdótico que suponga la condición inaugural en cuanto a la extensión del disco, dicha característica redunda en afianzar su sentido compacto y fornido, convirtiéndose en un asimilado y mejorado compendio de las aptitudes sembradas durante la trayectoria de su autor. Un significativo paso adelante al que inevitablemente desde fuera lo observamos como la conquista, por el momento, de su cima creativa, visible a todos los niveles, y eso incluye por supuesto la esfera instrumental pero igualmente la lírica, esculpida con detenimiento y ensanchando su poder de transmisión.
Como todo buen álbum que de alguna manera abandere, aunque sea de forma involuntaria, la consolidación de una propuesta, suele ser aconsejable, aunque no indispensable, que exista un pilar estilístico que haga la función de eje vertebrador del que nazcan sus diferentes tentáculos. Pese a lo paradójico y poco adecuado que supone recurrir a nombres ajenos a la hora de intentar describir el precisamente espacio propio conquistado por un creador, en esta ocasión, y sin ánimo de deslegitimar ese carácter identificativo que ha ido fraguando el balear a lo largo de previas entregas, nada mejor para retratar ese núcleo identitario aferrado al rock americano que esgrimir el triunvirato que formarían Tom Petty, José Ignacio Lapido y Quique González, quienes encarnan a la perfección muchas de las constantes que descubriremos a lo largo de este “Vértigo”, y que se podrían compilar en una actitud capaz de hacer florecer el lado más intimista como prender la mecha de un ánimo impulsivo y feroz.
Un atractivo, y dentro de los posible epatante, inicio de disco resulta siempre una baza ganadora a la hora de atrapar y predisponer al oyente, estrategia de la que parece ser consciente el compositor mallorquín, convirtiendo a “De cero” en todo un disparo certero e impactante, tanto en su vigor guitarrero, una constante común y especialmente destacable en el grueso de las piezas, como su incendiaria reflexión, concepto no menos recurrente. Enfundado en contundentes riffs y un estribillo de pegadizo empaque, la rabia que destila dicho tema todavía perdurará en su inmediatamente sucesor, “Envenenados”, esta vez sostenida por un bajo palpitante y una excitante sucesión de cambios de ritmo a los que se incorpora la rotunda voz de “El Jefe”, perteneciente a la formación The Surfin Limones, implementando el coraje y el tono áspero. Un férreo espacio musical que se expandirá a lo largo de otros muchos momentos, haciendo que el apellido “roll”, siempre un buen aliado del término “rock”, exponga todo su significado, ya sea en la musculosa épica de “Tots sol”; prendiendo la mecha de una actitud punk que llegará a recordar en ciertos virajes a los Ilegales más airados a la hora de retratar el miedo endémico del que somos esclavos en “Pánico”, o la todavía más explícita en cuanto a su contenido político “Un nuevo despertar”, declamación en busca de la esperanza y el ánimo en pro del cambio que se materializa en un power pop que lleva su dinamismo melódico hasta el extremo en relación a su firmeza.
No todo en El Rey Salitre se trata de azuzar con más o menos vigor la energía y propiciar un escenario alterado. Aceptando que late en el disco un elemento intrínseco por avivar la tormenta, eso no va a conllevar la desaparición de cualquier ritmo de naturaleza más pausado; que los va a haber y muy buenos, pero incluso en ese tipo de construcciones nunca se extinguirá esa naturaleza incandescente que pervive en cada uno de los temas del álbum. Apegados a una temática de cariz sentimental, en la que no desaparece el componente descreído común denominador de todo el repertorio , canciones como “Milagro”, de formato predominantemente acústico y donde el acento folk, que también depositará su semilla en la melancólica mirada al pasado que ejerce “Cambio de planes”, se diluye en una copiosa instrumentación, generadora de una alta temperatura emocional, paisaje en el que la imponente voz de Aldona Birkantaite acentúa ese desgarro. Teclados y una cadencia rítmica que en “Nada podrá derrumbarme” nos transportará hasta épocas primigenias del rock and roll, como para igual que los iniciadores de esta música, envolver de romanticismo las penurias del corazón. Cupidos errantes que también se dan cita en el que con seguridad resulta el tema más alejado de la línea estilística marcada por el disco, acogiendo un tono cabaretero, que si bien en una consideración instantánea nos lleva a nombrar a Tom Waits, mayor sentido adquiere citar a Le Punk. Y entre tantas grietas y almas rotas, el álbum se cierra con “Anabel”, un medio tiempo con trazas de nana, dada el protagonismo infantil que contiene, que sin embargo esconde un soplo de esperanza tan ingenua como indestructible, al igual que la deriva que tomará la canción hasta desembocar en una explosiva intensidad.
El Rey Salitre convierte a “Vértigo” en uno de esos denominados pasos decisivos en la la trayectoria de un autor. Y no lo ha hecho dando un salto al vacío, ni disparando ráfagas a la espera de que alguna haga diana; su opción ha sido una mucho más mesurada y con mayor porcentaje de acierto, como así ha sido a la postre, que es la de poner las tablas necesarias para poder cruzar el puente hasta el otro lado sin temor a lo que pudiera haber debajo. El resultado no solo le coloca a este músico, tras habernos lanzado indicios más que elocuentes, en un puesto privilegiado dentro de las fronteras de este tipo de estilos, sino lo más importante es que ha alumbrado un trabajo tan contundente y encendido como impactante en su esfera emocional. Canciones que realizan un balance de los daños, morales, personales y sociales, de forma taxativa pero que también nos ofrecen la posibilidad de convertir ese devastado escenario en el solar sobre el que construir nuestro nuevo reino.