Alis: “Fracciones”



Por: Javier Capapé

Pachi García Alis no es un desconocido para todos los que apreciamos bien la música pop de nuestro país. El de Baeza, más que nunca antes en su dilatada carrera que supera los quince años, puede erigirse con este “Fracciones” como un verdadero arquitecto del pop. Deja atrás su preocupación por escorarse hace algunos años del proyecto firmado con su propio apellido (en aquel reivindicable “Vivimos detrás del tiempo que nos sobra”) y se centra en renovar su espíritu acercándolo al pop de los ochenta, que reivindica sin tapujos. Durante muchos años se han denostado los sonidos de sintetizadores de aquella lejana década y su ampulosa producción, pero afortunadamente algunas voces están volviendo a sacar a la luz todo lo bueno que nos brindó ese movimiento, porque no podemos olvidar el legado que nos dejó el synth-pop de Depeche Mode o New Order, así como el pop nórdico, con A-Ha a la cabeza, especialmente presentes en algunos dejes del disco que nos ocupa.

“Fracciones” nos trae a un Alis orgulloso en reconocer como imprescindibles los años de su juventud, que le acercaron a la música que verdaderamente hizo mella en él. No se avergüenza en reconocer lo que le aportaron los Mecano (por citar solo algún ejemplo), porque no tiene que esconder nada, y así se refleja, sin pudor, a lo largo del disco. No se engañen, muchos de nuestros “placeres culpables” se ocultan por postureo y cuando algún “influencer” de tres al cuarto se encarga de revitalizar su legado muchos se apuntan al carro de manera estrepitosa. Pues no señor, Alis no es de esos. Si tiene que decir que A-ha o Pet Shop Boys le volaron la cabeza (expresión casualmente muy utilizada por ese mismo reino del postureo) lo hace y punto. Y eso es este disco, una mirada a la luminosidad del pop bien facturado desde el postulado de un músico que sabe cuál es su sitio y que se muestra orgulloso y agradecido por su carrera y su reconocimiento en las esferas que más le importan (esas que dejan atrás los innecesarios “likes”). Como antes señalaba, un Alis sofisticado que se nos muestra como el mejor arquitecto de su dilatada obra, entendida por unos pocos, quizá menos de los que debieran ser, pero disfrutable en su globalidad.

La producción es en este caso bastante más pomposa de lo que nos tiene acostumbrados. Es sofisticada, brillante, por momentos discotequera y bailable, quizá también nostálgica, pero igualmente pulcra y acertada. Pachi García Alis ha vuelto a divertirse como un niño con zapatos nuevos en los controles de su estudio. Ha experimentado, se ha envalentonado, ha podido equivocarse en algún pasaje, pero ha disfrutado. Vuelve a crecer, como en cada entrega que nos presenta. Seguro y firme de su trabajo. Sin titubeos, sin preocuparse de críticas voraces o postureos de ocasión. Alis es auténtico, como ya lo ha demostrado con creces con sus canciones, y si no deténganse de nuevo en paradigmas del pop y la canción de autor como “Cuando el sol nos dé calambre”, en delicados experimentos a modo de tributo como “Vegando”, o en la canción popular mayúscula de “Marcadores a cero”.

Desde la sintética, a la par que envolvente, “No te vi venir” pasando por la rotundidad del rock electrónico de “El muro de los estúpidos” o la fantasía pop cargada de efectos de “Estoicamente vivo”, Alis sienta las bases de un disco muy sólido al que le asoman todas sus intenciones desde el primer minuto, sumergidas en los dorados ochenta, aunque algo más frías que de costumbre, por ponerle una pega. “La Hiedra” suena a rumba en su tramo final sin perder sus aires de pop grandilocuente, pero lo que verdaderamente se impone son los sonidos más industriales cercanos al tecno, lejos de esta suave incursión en la tradición, y así Alis intenta deleitarnos con su versión más reposada en “Seguro de Suerte” o en una más subida de beats en “El Hombre Libre”, con la que poder entrar en éxtasis tras la pasión contenida.

Con la instantánea “Canción de Mierda” juega a la autoparodia criticando las mil horas que puede pasar en el estudio y las consecuencias sentimentales de todo ello y en “Perfiles” se muestra más existencial, moviéndose más cómodamente entre guitarras infinitas y bajos marcados.

Los teclados que llevan el riff de “Te observo a través de la luz” constituyen el mejor ejemplo del pop del siglo XXI que persigue Alis, con un pie en el sonoro éxito de “Take on Me” y otro en el indie más actual, mostrando su contundencia a las claras cuando este músico se lo propone. Lástima que sus logros se queden muchas veces tapados y no lleguen a trascender, porque si no ésta podría ser una de esas canciones que nos hartaríamos de bailar en las mejores pistas. Y finalmente, con “La llave de paso” a modo de breve epílogo a capela (pero pasada por multitud de filtros, lo más cercano que puede estar del nuevo mestizaje encabezado por C. Tangana o Rosalía) se cierra una nueva fracción, un nuevo capítulo en la carrera de este artista. Una vez más se nos muestra exigente, cambiando el paso, apostando siempre por subir peldaños. Pachi García se despide invitándonos a recuperar unos sonidos que nunca debieron sepultarse, reivindicando y renovando la electrónica, el espíritu de los ochenta que sigue golpeando fuerte y con todo el sentido del mundo cuarenta años después.