Por: J.J. Caballero
Un retiro espiritual, personalmente ansiado por necesidades varias, le sirvió como excusa a Nacho Vegas para ordenar las ideas, que ya eran muchas, y volcarlas en papel a la vez que daba forma a los arreglos de unas nuevas canciones tan necesarias por el propio creador como esperadas por el grueso de fans que verán ampliadas sus filas sin duda alguna con todos aquellos y aquellas que decidan escuchar repetida y reposadamente los conceptos, las historias e incluso las opiniones volcadas en estos “Mundos inmóviles derrumbándose”, una metáfora casi perfecta de las tormentas sociales que provocan sin remisión miles de tempestades individuales. Un laberinto de emociones que puestas una detrás de la otra resultan en uno de los mejores trabajos del asturiano hasta el momento, cuando ya creíamos casi imposible de superar el techo alcanzado con “El manifiesto desastre” (2008) o el más remoto y magnífico “Cajas de música difíciles de parar” (2003). Implicarse a fondo en una obra tan compleja como esta última requería del tiempo y la preparación necesarios para que tardáramos tiempo en olvidar muchos de los temas aquí incluidos. Y con cada escucha, más difícil se hace salir del remolino sentimental que se mueve dentro de estas canciones.
¿Y qué hizo el bueno de Nacho para darle a este disco el perfil y los matices deseados? Primeramente, se refugió en Ortigueiras, en plena costa pesquera asturiana, después de un incierto período personal en el que la depresión amenazó con arruinarlo todo con su nube negra; y llamó a su viejo escudero en Manta Ray, Juan Ablanedo, para ponerse manos a la obra. Después decidió que la situación que atravesaba podría dar para mucho más de lo esperado, y empezó a volcar toda la poesía que se le escapaba de los versos, acompañándola de una carga filosófica importante y dotándolo todo de una mirada desacomplejada al escribir con la debida distancia para que lo particular y lo social encuentren un equilibrio perfecto; y seguidamente implicó en el proyecto como coproductores a Cristian Pallejà, Hans Laguna y Ferrán Resines, un trío de amigos y entendidos en su materia que propiciaron un trabajo relajado pero concienzudo. En esta ocasión, además, se aleja a conciencia de las disquisiciones políticas de sus últimas entregas y se abandona a una experimentación ligera, más intuida que evidente, en el sofá sonoro en el que se aposentan unas historias de vida más vivida que nunca. Siempre impregnó de sinceridad sus narraciones y se mostró como un songwriter lúcido y menos atormentado de lo que algunos detractores creen ver, pero es ahora, al entregarse a la esperanza tan necesaria en un mundo cada vez menos cabal, cuando graba piezas escalofriantes como “El don de la ternura”, un retrato indirecto del aislamiento al que él mismo se sometió, inspiración en Raymond Carver mediante, o “El mundo en torno a ti”, donde habla de cómo dos mundos antagónicos perecen a la vez para resucitar en otro mucho mejor.
Un acto de pura devoción al oficio de escribir, tan duro y desagradecido la mayoría de veces, es “Esta noche nunca acaba”, tan solo un apéndice más en una carrera plagada de ejemplos sobre lo que debe ser un autor de canciones, más hirientes cuanto más crudas. Hasta el violonchelo que introduce Musergo en “Belart” para adornar en una marea de percusiones el relato del suicidio de una de sus mejores amigas suena alegre, empapado de luz, en un lamento por la pérdida que se prolonga en “Ramón In”, otro tierno y escalofriante cuento de amor a un amigo que fue su apoyo psicológico e incluso sexual, y todo contado sin estridencias y con un sentimiento sencillamente aterrador. Guitarras distorsionadas, arreglos de cuerda y prosa procaz para hablar de relaciones vacías, anhelos posibles, soledad elegida (o no) y la propia vibración de vivir en desacuerdo con uno mismo. El Vegas folclorista aflora en la autóctona “Un principiu de crueldá”, la primera de las dos canciones grabadas en bable, junto con “Muerre’l Branu”, el bonus track de rigor en honor del fallecido John Prine, uno de sus múltiples referentes ahora y siempre; y el autor riguroso y revisionista se justifica en el rescate de “La séptima ola” –nada que ver con lo que todos y todas pueden pensar al leer el título-, corte datado en las sesiones del citado “El manifiesto desastre”. Pero casi por primera vez podemos escuchar –o adivinar- al Nacho Vegas bailable en una joya titulada “Big Crunch”, una especie de himno anticapitalista que implica el acercamiento más claro a las cuestiones socioeconómicas que parecen tenerle preocupado desde hace algún tiempo. No podría haberse agenciado para ello un acompañamiento distinto al del Coru Antifascista Al Altu La Lleva. El capítulo de colaboraciones no acaba ahí, pues es toda una sorpresa escuchar a los puertorriqueños Mancha ‘E Plátano, presencia inesperada por otra parte, en la reivindicativa “La flor de la manzana”, basada esta vez en la huelga de hambre que llevaron a cabo los trabajadores del puerto de Xixón, entre los que se cuentan varios amigos y conocidos de Vegas.
Un fresco del presente y pasado de su entorno, recitado entre estribillos escasos y bilis de color marrón. Un golpe rotundo sobre la mesa. Una demostración de personalidad y sapiencia para contar cosas que pocos se atreven a contar. Al menos con tanta belleza, encubriendo turbulencias entre sonidos amables que al final llegan a donde de verdad quieren llegar. Estos mundos inmóviles de los que habla no es que estén a punto de derrumbarse, sino que ya hace siglos que se cayeron a nuestros pies, y hasta ahora no hemos sido conscientes del enorme placer que supone escucharlos en su debacle.